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Capítulo 8

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Sus encuentros furtivos después de clases se habían convertido en algo habitual

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Sus encuentros furtivos después de clases se habían convertido en algo habitual. Ángel le dejaba una nota en su casillero pactando la hora y el lugar; casi siempre era después de clases, o entre clase y clase, cuando tenía muchas ganas de verlo.

Eliseo se sentía un fugitivo, como una especie de criminal que había hecho algo muy malo y ahora estaba huyendo de la policía. Sin embargo, a pesar de que el miedo a ser descubierto lo asaltaba de vez en cuando, deseaba con todas sus fuerzas que, al abrir el casillero, la notita de Ángel estuviera allí.

A pesar de que su relación se había hecho más estrecha, ante los ojos de todos todo seguía su curso con normalidad. Ángel seguía jugando en el equipo de fútbol, saliendo con sus amigos y coqueteando con chicas, y Eliseo mantenía su perfil bajo, solo que ahora se dedicaba a observar al capitán del equipo con mucha más atención.

Esa tarde ya tenían pactado encontrarse en el depósito de la cancha. Eliseo llegó antes, y desde aquel recóndito lugar podía ver perfectamente la cancha de fútbol, y a Ángel conversando con sus amigos. Esbozó una sonrisa, luego se mordió el labio mientras recordaba sus anteriores encuentros. Se comían a besos durante una hora, luego cada uno tomaba su camino, mirando para todos lados antes de salir de aquel cuchitril polvoriento y oscuro, para asegurarse de que nadie los descubriera.

Su sonrisa se esfumó de su rostro en cuanto vio que una chica se acercaba a Ángel y lo abrazaba por el cuello. Era una de las porristas, lo supo por el uniforme que llevaba puesto. Ella movía los labios y sonreía de forma pícara, mientras rodeaba el cuello del capitán con ambos brazos. Era delicada, femenina, coqueta pero sutil. En ese momento, Eliseo sintió curiosidad. No es que él quisiera ser una chica, más bien le interesaba estudiar su comportamiento para entender por qué los chicos se volvían locos por ellas. Y en medio de aquel pensamiento, descubrió que entre él y el capitán ni siquiera existía una caricia; lo único que hacían era besarse. Se preguntó entonces qué pasaría si él hiciera lo que estaba haciendo la porrista. ¿Cómo se sentiría abrazar a Ángel por el cuello, acariciarle la nuca o enterrar los dedos en aquellos rizos alborotados? Se imaginó en aquella situación y por un momento sintió envidia. Él no conseguía robarle sonrisas, no era capaz de lograr que Ángel se atreviera a algo más que no fuera besarlo con miedo. Pero Eliseo era caprichoso, así que, mientras seguía estudiando la actitud de la muchacha, ideó un plan para ver si lograba dar un paso más esa tarde.

Cuando la hora de su encuentro llegó, se metieron al depósito, bloquearon la entrada con algunos bancos rotos y de inmediato, Ángel se abalanzó hacia él, para tomar su boca en un beso hambriento. Eliseo apoyó la espalda baja contra el borde de una repisa de madera medio destartalada; sus brazos estaban laxos al costado de sus caderas; podía sentir que las manos grandes de Ángel le apretaban con suavidad los hombros, pero no se movían de allí. Sabía que él tendría que dar el primer paso para que el capitán se animara a seguirlo, así que movió sus manos para tocar sutilmente los codos de Ángel. Al ver que el chico no se alejó, sus dedos huesudos treparon por su antebrazo con timidez, y escalaron por sus bíceps hasta llegar a sus hombros, y desde allí, llegaron hasta su nuca.

En ese instante, justo cuando sus brazos le rodearon el cuello, sintió las manos de Ángel apretarle los hombros, luego lo soltó, y rompió el beso de forma brusca.

—¿Qué pasa? —preguntó Eliseo.

—Nada, es que tú... ¿Por qué hiciste eso?

—¿Por qué hice qué?

—Ya lo sabes.

Eliseo chasqueó la lengua, luego cruzó los brazos sobre el pecho.

—¿Te molesta que te abrace?, ¿es eso?

—Creo que es demasiado.

El chico hizo un mohín.

—¿Demasiado? Nos estamos besando, Ángel, ¿qué sería demasiado para ti? Creo que es tosco y aburrido solo besarnos y nada más.

—Somos hombres, los hombres no se abrazan.

—Los hombres tampoco deberían besarse a escondidas en un galpón —atacó Eliseo, completamente ofendido—. Tal vez deberíamos dejar de hacer esto. Tú deberías seguir coqueteando con esa chica con la que estabas hoy y dejar de enviarme notas para encontrarnos. Eso sería lo normal, según tú, ¿cierto?

Ángel guardó silencio. Desde la última vez que pelearon, era prácticamente imposible que ellos entablaran una conversación sin que acabaran discutiendo. Eliseo era como un pájaro enjaulado que estaba deseoso por conocer y explorar el mundo, aunque fuera a escondidas, y Ángel solo se conformaba con guardar las apariencias, pero no se atrevía a darle rienda suelta a sus verdaderos sentimientos, ni siquiera en privado.

—¿Por qué siempre te pones tan histérico?

Ante aquel comentario, Eliseo sintió cómo la sangre se le agolpaba en la cabeza. Por un momento pensó que el silencio del capitán era una buena señal, que quizás estaba comenzando a entender que no todo se trataba de seguir lo que le habían enseñado, pero al final volvieron a lo mismo. Ángel tenía la capacidad de sacarlo de quicio con tan solo decir un par de tonterías.

—Al diablo con esto.

Tomó su mochila de mala gana y, luego de colgársela al hombro, comenzó a sacar los bancos que bloqueaban la puerta para marcharse. La mano de Ángel atrapó su muñeca para detenerlo. Eliseo intentó zafarse, pero, en ese momento, el capitán habló:

—No te vayas.

—No tiene sentido que me quede si tú te molestas por tonterías.

—Todavía no sé cómo... A mí no me gusta realmente esa chica. Me gustas tú; me gusta besarte, pero sé que no debería ser así porque eres un chico.

—Si no te gusta, ¿entonces por qué la abrazas y sonríes de esa manera?

—Porque es lo que se supone que debería hacer.

—¿Entonces vivirás escondiéndote toda la vida? Estás fingiendo ser alguien que no eres.

—¿Acaso tú no haces lo mismo? —Lo jaló con brusquedad de la muñeca, y Eliseo se quejó—. Recibes mis notas y vienes a este lugar para encontrarte conmigo, porque quieres esto tanto como yo, pero sabes bien que no podemos hacer estas cosas allá afuera, porque seríamos unos malditos anormales. ¿Acaso quieres ser la burla de todo el colegio?

Eliseo logró zafarse del agarre, pero Ángel volvió a capturarlo. Lo arrastró hasta la repisa y lo sentó sobre ella a la fuerza. Luego se acomodó entre sus piernas, acunando sus mejillas entre las manos.

—Dime qué es lo que quieres de mí. ¿Quieres que te trate como a esa chica?

Eliseo asintió, con la vergüenza haciendo arder sus mejillas. Odiaba rendirse ante aquella mirada celeste que lo cautivaba. Detestaba caer rendido ante la tosquedad del capitán, pero así funcionaban las cosas entre ellos.

Ángel le rodeó la cintura con ambas manos; la complexión menuda del muchacho se amoldaba perfectamente a su agarre. Le gustaba esa sensación. Eliseo era como un cachorro de león: era salvaje, arisco, indomable. 

 

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Besos y bocetosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora