Parte 1

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15/07/1950

Avonlea era una pequeña ciudad que contaba con varios habitantes en ella. Se repartía en clase alta, media y baja para ser precisos.

Contaba con el liderazgo del gran duque Jhon Blythe, quien con orgullo solían decir que su monarquía era la mejor de todas, que ningún otro lideró tan bien sus cosechas como lo hacía ese hombre, se presumía con orgullo que bajo su mandato la pobreza era casi escasa.

El duque contaba con una línea de sangre pequeña, ya que solo tuvo un hijo. Se rumoreaba que la madre fue una dama muy bella pero nadie sabía su nombre. A base de ese amor entre el duque y la incógnita mujer, nació un niño que bajo cuna de oro lo nombraron Gilbert.

Mediante los años pasaban, el pequeño crecía bajo la crianza de Bash Lacroix; uno de los criados más confiables del palacio. Quién le tomó un gran cariño al pequeño duquesito.

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07/04/1958

A sus 8 años de edad, Gilbert se mostraba activo y problemático. Un gran desafío para su cuidador.

—Señor, se va a caer de ese árbol y yo estaré metido en un gran problema gracias a su descuido.

—¿Por qué me dices señor? ¡Aún soy un niño! —Gritó el pequeño desde una rama.

—Gilbert, baja.—Bash entrelazó sus brazos.

—Dile a mi padre que venga y me baje él mismo. —Con una sonrisa traviesa, ahora se colgó de la rama con sus dos piernas.

—Sabes que tu padre está ocupado, no lo hagas difícil pequeño. ¿Sí?

La sonrisa de Gil se borró poco a poco y se enderezó para poder bajar de aquel árbol casi sin ganas. Las pocas veces que veía a su padre eran para aprender "modales" y eso era lo que él aveces odiaba.

Pero al menos tenía a Bash, le gustaba hacerle la vida imposible al hombre que consideraba su mejor amigo.

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15/10/1960

El duque había decidido que su hijo iría a la mejor escuela de modales para niños en Toronto apenas tenga 10 años para así a sus 20 sea un hombre de bien. Cosa que al pequeño niño le aterró tanto la idea que escapó del palacio tan pronto escuchó las palabras de su padre.

Corrió y corrió por el bosque rasgándose cada una de sus costosas prendas. Las lágrimas caían de sus pequeños e hinchados ojos como si de cascadas se tratara, no quería irse de Avonlea, amaba demasiado ese lugar.

Entre tanto correr, se tropezó con la raíz de un árbol que estaba ligeramente levantada, haciendo que caiga boca abajo en el sucio suelo de tierra. Sollozos lamentables salían del pequeño mientras se sentaba y se arrinconaba en la esquina de ese gran árbol culpable de su caída.

Abrazó fuertemente sus piernas mientras en voz baja susurraba:

—No quiero irme, no quiero irme, no quiero, no quiero por favor. —Las lágrimas aparecieron y está vez explotó en llanto.

—Hola. —La voz de una pequeña niña hizo que detuviera la plena agonía del niño.

—Hola. —Pronunció mientras secaba sus lágrimas con la sucia manga de la ropa.

—¿A dónde te irás?—La niña pelirroja se sentó al lado de Gilbert.

—Lejos. —Pronunció haciendo un puchero.— pero no quiero hacerlo.

—¿Puedo hacerlo por tí? Yo si quiero irme lejos...

—Tonta, claro que no puede. —Gilbert la miró descontento.

—Hay cosas que uno no quiere, pero quizás otros sí. Tú eres el tonto aquí.—Dijo molesta entrelazando sus brazos— ¡Debes aprovechar y conocer ese lugar lejano del que hablas! Experimentar cada cosa que te pueda ofrecer, las personas que quizás conozcas, los lugares, la comida; ¡Todo! ¡No seas tontooo! —La pequeña niña tomó por los hombros a Gilbert y lo sacudió con brusquedad haciendo que el pequeño se sorprenda.

— ¡Suélteme, loca! —Apartó a la niña de un empujón.

Estaba dispuesto a irse gracias a la indignación que sintió por semejante acción. Por lo que le habían enseñado, eso era una gran falta de respeto hacia su persona. Se levantó y dió algunos pasos antes de detenerse y mirar nuevamente a la pelirroja quién aún estaba sentada mirándolo.

—¿Por qué cree que es un privilegio irme de mi hogar? —preguntó

—Porqué al menos tienes uno al cuál volver.—respondió.

Gilbert la quedó mirando incrédulo y sin entender exactamente lo que quiso decir esa niña tan extraña. Tenía la intención de preguntarle, pero los gritos captaron la atención de ambos.

—¡Sr. Gilbert! ¿Dónde está?—gritaron

—¡Oh no, me olvidé! —La niña pegó un salto y salió corriendo del lugar.

—¡Espere! ¿A qué se refiere con eso?—Gritó mientras veía la cabellera roja desaparecer entre las hojas otoñales.

Un grupo de criados, incluído Bash, encontró al niño mirando a la nada. El hombre se acercó al pequeño y se agachó hasta quedar a su estatura.

Gilbert miró a Bash y le sonrió tiernamente.

—Eh decidido que disfrutaré mi estadía en Toronto.

—Enhorabuena, ¿Que te hizo cambiar de opinión?

—Mmh.—Gilbert pensó un poco antes de responder. En eso, un retoño de color rojizo abría sus pétalos en pleno otoño.— el retoño rojo me dijo que debía disfrutar todo lo que este viaje me podía ofrecer.

—Que inteligente fue el retoño.

—¡También muy bonito! —Sonrió.

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Lujuria danzante. •Anne y Gilbert•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora