Prólogo I

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—¿Puedes contarnos la leyenda de la Luna, YeonJun-ssi? —preguntó la mayor de las niñas cuando terminó de acomodarse entre las mantas en el suelo que servían de asientos.

El hombre volteó a verla, hallando un rostro conocido entre los infantes; era SeoJun, una pequeña que acostumbraba visitarlo cada semana para oír sus cuentos, así como muchos otros niños.

—Existen muchas historias en torno a la existencia de la Luna ¿A cuál de todas te refieres, SeoJun? —cuestionó el alfa.

—Esa que habla sobre su hijo.

YeonJun debía admitir que no le gustaba contar esa leyenda, le resultaba difícil narrar hechos que posiblemente los niños no entenderían por la profundidad de su significado, así que preguntó con la mínima esperanza de que cambiaran de opinión.

—¿Estás segura que quieren escuchar esa historia nuevamente?

—Si, quie...—SeoJun miró a su alrededor buscando la aprobación de sus amigos, y cuando por fin todos asintieron, retomó su oración —Queremos oírla, por favor.

El hombre sonrió suavemente y asintió dando a entender que lo haría. Sin embargo, tenía presente casi como una regla de etiqueta, que antes de contar aquella leyenda, debía dar una advertencia que quizá pocos aceptarían.

—Pero recuerden que esta historia no-

—Lo sabemos —le interrumpió SeoJun mostrándole una amable sonrisa y pidiéndole que continuara.

El alfa negó con la cabeza mientras sonreía, a sabiendas de que probablemente luego se arrepentirían de lo acordado.

—Bien...— comenzó—. Cuenta la leyenda, que en algún punto de la historia, mucho antes de que los humanos poblaran la tierra, existieron otros seres que recorrieron los parajes más oscuros y remotos de nuestro mundo que acababa de ser creado.

Se dice que eran seres divinos, pues su naturaleza inmortal, los hacía diferentes a las de las demás especies.

Fue así que por años, se mantuvieron recorriendo la inmensidad del mundo, aprovechando aquello que a veces era considerado un don, pero muchas otras, una condena a la que estaban atados por la eternidad, pues la falta de propósito les hacía sentirse vacíos.

El mayor de ellos, quien era considerado el más poderoso por haber existido antes que todos, decidió que debían detenerse a reflexionar por un momento, les dijo que si continuaban de la misma forma, la intemperancia se apoderaría de sus mentes y que ninguno de ellos sobreviviría a la falta de cordura.

Algunos de los seres le escucharon, y estuvieron de acuerdo en quedarse junto a él al menos hasta que encontraran algo que resolviera sus dudas; otros sin embargo, comenzaron a cuestionar su autoridad y raciocinio, alegando que era insensato permanecer en un solo lugar cuando podían ir a buscar respuestas en los confines del mundo.

El mayor trató de razonar con ellos, pero fue inútil cuando pudo notar en sus ojos, que poco a poco la desesperación ya los había consumido, que ahora ya no eran palabras las que se escuchaban en medio del intercambio de ideas, sino insultos y gritos que pronto pasaron a los golpes.

Ellos no lo notaron, pero con su pelea hicieron que todo al rededor se tornara caótico.

Los animales huyeron lejos, asustados del trueno en el cielo, las plantas salieron disparadas por la tempestad, mientras los rayos golpeaban los árboles y la noche y el día parecían disputarse la supremacía del cielo.

El mundo se sumió en caos.

Solo entonces, el mayor de ellos gritó desesperado, sintiéndose culpable de haber causado todo aquello, por haber dicho en voz alta sus insensatas ideas. Les suplicó que se detuvieran, gritó desgarrando su garganta mientras caía de rodillas, pero sus palabras se confundieron entre los griteríos e insultos.

¿Quién es mi Alfa?©® | Omegaverse |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora