Incómodo

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Abrió los ojos suavemente, haciendo oscilar sus largas pestañas cuando un delgado rayo de luz, un pequeño hilillo de sol, ingresó escabulléndose por entre las cortinas cerradas; quebrando con la completa oscuridad de la habitación. Habitualmente, Hinata hubiera disfrutado de la calidez de una caricia del sol a tempranas horas de la mañana. De hecho, solía dejar sus cortinas ligeramente entreabiertas para sentir los primeros rayos de sol en el rostro. Era una sensación que encontraba placentera, y los días soleados eran su tipo de días favoritos. Sin embargo, en esta ocasión particular, Hinata no apreciaba ese placer habitual al sentir la calidez sobre su pálida piel. En realidad, ni siquiera sentía dicha calidez como una caricia sino como una bofetada hostil. Era como si, de repente, la piel le quemara.

Lentamente, y con suma suavidad, intentó despojarse de las sábanas y sentarse al borde de la cama para, desde allí, dirigirse hacia la ventana y cerrar completamente las cortinas; pero no lo hizo. Algo más, algo fuera de lugar en su cotidiana rutina, la detuvo de continuar con su propósito.

Una voz —Oy, Hinata... —en tono de soñolencia—. Deja de moverte.

Inmediatamente, se quedó quieta. Tiesa. Observando, por primera vez, lo que no había notado antes. Aquellas, no eran sus cortinas, pues las suyas eran de color lavanda y ligeramente transparentes, de una tela más delgada. El lugar en el que se encontraba, no olía a su habitación –pues por la oscuridad poco podía distinguir del resto de ella (además de las cortinas que no eran del color apropiado sino oscuras, muy oscuras, y gruesas)- pues, habitualmente, el primer aroma que percibía al despertar era el de sus sábanas y su propia esencia entremezclado en ellas. Este cuarto, por otro lado, tenía una aroma fuerte, uno familiar además. Olía a perro. Incluso, ahora que lo notaba, había un gran peso sobre sus pies. ¿A-Akamaru...? Pensó, empezando a hiperventilar. Y, definitivamente, esa no era su cama. Y la voz que había oído minutos atrás era sumamente familiar.

Al intentar removerse nuevamente, con sumo sigilo, el peso que yacía sobre sus pies se agitó inquieto y entre la oscuridad pudo vislumbrar la silueta del perro compañero de su amigo. Una vez más, tras el intento, permaneció quieta; intentando no respirar demasiado sonoramente y pretendiendo estar dormida mientras sentía, casi inmediatamente, su rostro empezar a alzar temperatura. ¿D-Don-Donde... estoy? Y-Yo... Intentó hacer memoria y empezó a sentirse aún peor cuando descubrió que no podía recordar demasiado más desde que le había intentado confesar a Naruto nuevamente sus sentimientos. Avergonzada, permaneció inmóvil, acurrucada bajo las sábanas, sintiendo el calor de alguien más acostado a sus espaldas y un aroma familiar.

—Umm... —balbuceó— ¿K-Kiba-kun?

La persona a sus espaldas se removió en la cama y un largo y tendido bostezo rompió el silencio —¿Ajá?

—...

Kiba, como si hubiera percibido la vacilación de ella en el mutismo y en la ausencia de respuesta, salió de un salto de la cama y se dirigió a apartar ambas cortinas completamente, permitiendo la luz inundar la habitación. Rascando su nuca con una sonrisa, se excusó —Heh, disculpa el desorden.

Pero Hinata no respondió, no dijo nada; simplemente permaneció acurrucada sobre el colchón con las sábanas protegiéndola de la luz que acababa de invadir el cuarto. En la punta de la cama, Akamaru soltó un ladrido alegre, meneando la cola contra el colchón en el proceso.

El castaño rascó su cabeza desconcertado y se acercó hasta ella, acuclillándose a su lado —Uh... ¿Hinata?

La joven muchacha, avergonzada, asomó su cabeza lentamente por debajo de las telas —Umm... B-Buenos días, K-Ki-Kiba-kun...

Él parpadeó y luego frunció el entrecejo —¿Estas tartamudeando? No me digas que volviste a eso...

Ella negó débilmente con la cabeza —E-Esto... N-No...

4X:AireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora