capitulo - 14. La Verdad de Fluke

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—Fluke dijo la verdad

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—Fluke dijo la verdad. Ese hombre y Lee son malos.

—¿Qué?

—Todo lo que dijo Fluke es verdad. Joss observó a Llina, desconcertado, mientras su mente intentaba procesar esas palabras.

—¿Estás segura de lo que dices, Llina? —preguntó con un tono de duda que

evidenciaba su desconcierto.

Llina asintió, su mirada cargada de angustia.

—Lo que dice Fluke es cierto. Ellos son malos.

—¿Cómo? ¿Por qué? —insistió Joss, buscando una explicación lógica.

—Porque... él me hizo daño... a mí. —La voz de Llina temblaba mientras confesaba su más oscuro secreto.

Joss quedó paralizado. Un escalofrío recorrió su cuerpo al escuchar aquellas palabras.

—¡¿Qué?! —exclamó, mientras su mente intentaba rechazar la realidad.

La señora Lee, que hasta entonces había permanecido en silencio, comenzó a mostrar signos de nerviosismo.

—Es cierto... él me hizo daño —repitió Llina, con lágrimas rodando por sus mejillas.

—Eso no puede ser verdad. Ellos no son capaces de algo así —murmuró Joss, como si intentara convencerse a sí mismo.

El silencio de la habitación fue roto por otra voz inesperada.

—Lo que dice Llina es cierto.

Todos se giraron hacia Jeremi, que dio un paso al frente.

—¿Qué estás diciendo, Jeremi? — preguntó Joss, incrédulo.

—Que lo que dice Llina es cierto, porque... porque él también abusó de mí.

Jeremi hablaba con dificultad, las palabras apenas salían entre sus sollozos.

—Gracias a Fluke, ese infierno terminó. Por fin puedo decirlo —añadió con lágrimas en los ojos.

Llina, tratando de contener su propio llanto, miró al suelo.

—Todo es gracias a Fluke. Mató a ese hombre y nos liberó. Yo lo habría hecho, pero no tuve la oportunidad. Fluke nos salvó. Por fin podemos hablar y gritar todo lo que nos hizo ese monstruo. Me alegra que esté muerto. Ya no podrá hacerle daño a nadie más.

Las palabras de Llina resonaron con fuerza. Joss, incapaz de soportar más, salió corriendo hacia la habitación donde había encerrado a Fluke. Al entrar, su corazón dio un vuelco.

—¡Fluke! —gritó, pero la habitación

estaba vacía.

Tres años después

Narra Joss

Desde ese día, he estado buscando a Fluke, pero no he tenido éxito. Durante estos tres años, no he encontrado ni una sola pista de su paradero. Es como si la tierra se lo hubiera tragado. Hay días en los que me pregunto si estará bien.

—Jefe, tenemos que irnos. La bodega está despejada y ya tenemos la carga — informó uno de mis hombres, mi mano derecha.

—Entendido. Vámonos ya —respondí con firmeza.

Nos subimos a los cuatro autos negros y comenzamos a alejarnos del lugar. Apenas llevábamos treinta minutos en el camino cuando, al dar la vuelta en una curva, dos camionetas negras aparecieron bloqueando el paso. Intentamos retroceder, pero otras dos camionetas nos cerraron por detrás. —Nos acaban de rodear. ¿Qué hacemos?

—Que todos esperen. Nadie debe disparar... al menos no todavía —ordené con calma.

—Entendido —respondieron mis hombres, manteniendo la formación.

Narra Ohm

Uno de mis hombres me informó que todo iba según lo planeado.

—Jefe, ¿qué hacemos ahora? Ya los tenemos rodeados —preguntó una voz a través de mis auriculares. —Disparen.

No tardé en recibir la respuesta.

—Entendido.

Los disparos comenzaron a resonar en la distancia.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Fluke mientras se acercaba a mí.

—Esperaremos a que nos informen si necesitan refuerzos —respondí con calma.

—Recuerda, si algo sale mal, debes salir de allí —le advertí, tomando su mano con suavidad.

—Lo haré.

Le ayudé a cubrirse el rostro para asegurarnos de que nadie lo reconociera. Luego, ambos nos dirigimos al lugar del enfrentamiento.

Narra Joss

—Son pocos. Será fácil deshacernos de ellos —comentó uno de mis hombres.

—Si tenemos suerte, podemos capturar a alguien para interrogarlo —respondió otro.

Sin embargo, un mensaje por radio rompió la calma.

—Jefe, llamaron refuerzos. Son muchos más de lo que pensamos.

Mis dientes rechinaron al escuchar la información.

—¿Qué hacemos, jefe?

—Creo que son de la mafia "Rosa Roja". Quieren la carga... tendremos que dársela.

Mi compañero me miró incrédulo. —¿Qué?

Pero no había otra opción. La batalla había tomado un giro inesperado, y nuestras posibilidades de salir vivos eran cada vez menores.






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