El papalote

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Estoy viendo morir a mi hermana.

Se encuentra recostada en la cama, cubierta por un edredón de plumas estampado con flores tan coloridas, que parece dar vida al debilitado cuerpo que cubre hasta el pecho. Los pálidos brazos se le asoman descansando inmóviles sobre la colorida tela que la cobija.

La cabeza, reclinada ligeramente hacia la izquierda, reposa en el almohadón que mi madre le acomodó tras la espalda apenas unos minutos atrás.

La mirada ha perdido toda intensidad; los párpados a medio cerrar hacen que los ojos se noten decaídos. Ya han dejado de pestañear. Cada tímido respiro es una sorpresa para todos.

Nuestra familia está reunida alrededor de la cama. Cada uno de nosotros toca una parte del joven y cansado cuerpo que la mantiene con vida.

Mi padre, con una mano sobre la rodilla de mi hermana, tiene la mirada perdida tras la luz del sol que entra tímida por las finas cortinas de la habitación.

Nuestro hermano mayor le sostiene una de las manos con delicadeza. De igual manera, mi madre toma la otra con las dos manos.

Yo estoy de pie acariciandole la cabeza casi calva, cubierta por una capa de pelo tan fina al tacto que fácilmente podría confundirse con pelusa.

Desde que, dos años atrás, el médico le diagnosticó como paciente terminal, supe que éste sería el momento más difícil de mi vida.

Nos hemos estado preparando para dejarla partir, con charlas de doctores, sacerdotes, libros, e incluso recibimos las más altas enseñanzas sobre la muerte de famosos lamas budistas. Sin embargo, nada ni nadie habría podido prepararme para aceptar el vacío que supone perder por siempre a mi alma gemela; ni para ver desvanecer la cantidad de sueños sin cumplir que también partirán hoy junto con ella.

La estoy viendo dejarnos, no obstante, no estoy pensando en lo que perderé hoy, sino en algo que perdí hace poco más de diez años.

Era un enorme papalote azul, en forma de mariposa. Tan simple como eso.

Tenía cuatro grandes alas y dos listones largos que seguían por detrás el vuelo de la cometa.

Nos fascinaban las mariposas. Siempre que veíamos una aleteando sobre una flor corríamos para tratar de atraparla. Muchas veces lo conseguíamos, pero nuestra madre nunca nos dejaba guardarlas.

-La belleza de una mariposa radica en su vuelo -nos decía ayudándonos a abrir las manos para dejarlas en libertad, admirando cada aleteo como si fuera una obra de arte.

Nuestro padre llegó un día del trabajo con dos grandes cajas, exactamente iguales. Era algo común por ser gemelas, los regalos que recibíamos eran idénticos; como nosotras.

-Aquí tienen -dijo, sacando las enormes alas de la caja-, ¡su propia mariposa! -exclamó, provocando dos gritos de exaltación.

Mi propia mariposa.

Mi azul y hermosa mariposa.

Nuestro padre nos dejó armar el papalote sin su ayuda, con ese par de torpes manos de tan sólo nueve años. Recuerdo haber llorado de emoción, al esparcir sobre el suelo del salón las alas azules que tomaban la forma de una mariposa, al unirlas con pegamento blanco a los palos de madera que la sostenían.

Esa mariposa podía volar y lo haría. Me soltaría las manos y se perdería entre las nubes para ver lo que yo jamás había visto. Después regresaría a contarme cada detalle del viaje y alzaría el vuelo de nuevo.

Mi hermana y yo aún podíamos decir nuestra edad con los dedos de las manos, por lo tanto, nos convertíamos en todo aquello con lo que jugábamos.

Mi imaginación me permitía volverme una muñeca de trapo montando un unicornio, una princesa preparando pizza en un castillo o una mariposa al vuelo. Yo era ese papalote. Mi alma estaba en él y sería yo quien volaría por los aires.


Una fuerte brisa primaveral soplaba a través del gran campo que había cerca de casa.

Mi hermana y yo sosteníamos al par de mariposas sobre la cabeza con ambas manos esperando la señal para liberarlas. Cuando papá gritó: "ahora", soltamos nuestros papalotes dentro de la brisa y estos abrieron el vuelo en armonía con nuestros rápidos pasos. Corrimos a toda velocidad bailando con el viento que nos ayudó a liberar a nuestras mariposas. El aire se las fue llevando, más y más alto, hasta quedar muy por encima de nosotras.

Por un rato las mariposas se mantenían quietas planeando junto con la brisa, pero de un momento a otro daban volteretas o agitaban sus alas rápido en contra el viento.

Reíamos a carcajadas mientras corríamos por el campo con el carrete en mano. Papá siempre iba a nuestro lado con la mirada fija en el cielo claro, indicándonos hacia dónde correr para desafiar al viento.

Nuestras manos se aferraban a aquel carrete que unía nuestro mundo con el de ellas y, poco a poco, íbamos desenrollando más el hilo que se perdía entre el azul del cielo.

Mi papalote volaba tan alto que me resultaba imposible verle las marcas negras en las alas, parecía tan pequeño a esa distancia, sin embargo, podía escuchar el plástico golpeando contra el viento que se hacía cada vez más fuerte.

-¡Con las dos manos, princesas! -nos gritó papá al ver que el aire arreciaba.

Tomé el carrete tan fuerte como me fue posible y sentí cómo la mariposa tiraba de mí como si estuviera hecha de plumas. Comenzamos un baile mágico compitiendo por ver quién jalaba con más fuerza. Sentía sus movimientos correrme por los brazos y los míos guiaban el camino por donde ella recorría el cielo. Tirábamos la una de la otra; las dos volando en un sueño, un sólo movimiento dividido en dos partes. Ambas vivas, ambas libres.

Dejé de sentir los pies sobre el suelo, ya no pertenecía a mi mundo, estaba donde mi mariposa volaba, flotando a metros del césped, lejos de lo conocido.

Me distraje al ver a mi hermana mirando el cielo con ternura. Los ojos en contra del sol se le entrecerraban, provocándole unas pequeñas arrugas en la nariz. El pelo largo y castaño, volaba en libertad junto con el viento; la gran sonrisa en los labios me hizo darme cuenta de que también ella se sentía en unión con la mariposa.


El papalote tiró de mí con una fuerza celosa, como tratando de llamarme la atención de nuevo. Al lograr su cometido, calmó el vuelo planeando cual gaviota a orillas de la costa.


Una Mariposa al Vuelo »|« #Wattys2015Donde viven las historias. Descúbrelo ahora