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Luego de unos meses tras la muerte de Kyoujuro, el invierno llegó a Japón y junto a él aún más misiones en las que se necesitaba la ayuda de los pilares. Las lunas inferiores se habían vuelto más poderosas y aquellas que resultaban superiores apenas sí aparecían, con mucha suerte. Comenzó un tiempo de tormento y el descanso no cabía dentro de la rutina de nadie allí. Incluso los cazadores de rangos menores se veían cada vez menos, ya sea porque habían sido asesinados o porque habían abandonado la asociación. Otros, como Tanjiro, Zenitsu e Inosuke vivían básicamente de misiones, ocasionando que solo tuvieran tiempo para visitar la finca mariposa por posiblemente estar heridos y necesitar reposo. Tal como Sanemi dedujo, todo se estaba volviendo un caos y estaban a nada de descifrar el motivo.

Una muchacha de cabello bicolor, corría con apuro hacia una montaña poco reconocida por la gente de Tokio. Se había quedado dormida tras haber estado unos días con insomnio y por ello había olvidado que a las doce de la noche se iba a reunir en frente de la montaña Kentoki con Sanemi, su compañero. No podía creer que estaba llegando tarde otra vez a algún sitio, con el pasar del tiempo las personas se creerían que ella lo hacía apropósito, pero siempre tenía un inconveniente o el miedo de ser la primera en llegar.

Se cubrió con el haori que Kyoujuro le había regalado y soltó un suspiro pesado. Oh, su querido maestro, si tan solo la viera en ese momento, hecha un escándalo y llena de preocupaciones, seguro la calmaría con unas palabras, mimos y un abrazo grande y duradero. Y aunque no quisiera pensarlo, por mucho que le hizo una promesa a Sanemi para no interponer sus sentimiento, era imposible, ese nudo en la garganta aparecía en los momentos tristes, haciéndola pensar que todo sería un poco diferente con alguien que la apoyase ante cualquier circunstancia a su lado. Sabía que debía superar la "imagen muerta" y pensar en positivo, intentar recordarlo con una sonrisa tras ya haberse acabado la ilusión de que se encontrase en algún sitio, perdido; pero eso era fácil de pensar cuando se estaba muriendo del miedo por quedarse completamente sola. Ahora todo era un caos sin él como soporte de muchos pilares.

Todos lo querían demasiado y lo veían como un líder, algo que en el fondo de su corazón hacía que la pena se agrandara. ¡Debían estar sufriendo!

—Al menos no está nevando —se dijo a sí misma usando la técnica que ese hombre le había enseñado para no pensar en tragedia— y Shinazugawa me está esperando. Bien, no estoy sola...

Se resignó a pensar de ese modo a la hora de saludar a aquel hombre, quien tenía cara de pocos amigos. Aún seguía creyendo que hubiera sido mejor estar juntos en el camino hacia la entrada a la montaña, pero entendía que a él se le complicaba manejarse de otra forma que no fuera solitaria y se estaba esforzando a la hora de integrarla. No se giró ni siquiera a verla, algo que era usual, debido a que no observaba demasiado a las mujeres al menos de que tuviera que hablar con una y por el contrario solo se encontró cruzados de brazo observando en frente suyo ese sitio que parecía un infierno desde afuera.

Mitsuri tuvo un mal presentimiento, pero se lo guardó para sí misma. No quería seguir soltando cosas negativas. Creía firmemente en las energías y si atraía energías negativas no haría más que entorpecerlos y funcionar como un dije de mala suerte.

—Toda mi jodida investigación dio a estos sitios... Puede que descubramos quién fue el bastardo que le hizo eso a Rengoku.

—Shinazugawa —nombró preocupada, llamando su atención—, la venganza es dulce ¿cierto?

Su tono era nervioso, debido al hecho de sentirse una traicionera a la corporación. Todo lo que estaban haciendo era a escondidas de la asociación y eso le daba un mal sabor en la boca, a pesar de que ya había aceptado con total seguridad la propuesta de Sanemi. Quería solo escuchar la respuesta de su parte y calmar su precipitado corazón. Pero la despojó de cualquier esperanza su respuesta.

Al amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora