Julien Saint y Kaia Whitewood llevan vidas muy diferentes. Él es un cazador condenado a vivir una vida de secretos y ella es la futura Reina de Lockcham. Con un objetivo en común, sus caminos se cruzan y juntos deben detener a un poderoso Eidolino l...
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Si el castillo era verdaderamente grande, entonces sus alrededores lo eran aún más. Al igual que muchos de los hombres que nunca habían cruzado el límite de su pueblo natal, Julien estaba desconcertado al observar la inmensidad del lugar, como un pequeño guerrero cuyo padre lleva de caza por primera vez.
Era un grupo de aproximadamente unos catorce hombres quienes estaban siendo escoltados hacia el ala este del castillo, en donde se suponía se alojarían durante las próximas semanas. Entre ellos estaban los hermanos Blackwell que a pesar de poder elegir quién se presentaría, habían tomado la decisión de participar juntos. El teniente, quien era el soldado de mayor rango dentro de la guardia real, los conducía por la zona de entrenamiento hacia la entrada trasera del área que se les había asignado. Fenton les informó rápidamente algunas reglas básicas de convivencia e instrucciones para evitar cualquier tipo de conflictos, les explicó los horarios de entrenamiento, comidas y aseguró que ese día estaría destinado al recibimiento y la organización de aquellos otros que llegarían para la cacería y que la verdadera misión empezaría al día siguiente con entrenamiento, estrategias y reconocimiento.
—...Y finalmente, el ala este. Aquí se instalarán durante los próximos días. Tomen una cama disponible y pónganse cómodos. No quiero discusiones ni absurdas demostraciones de poder ¿entendido? —preguntó retóricamente el teniente— Si tienen asuntos pendientes, los resuelven fuera de aquí. —su rostro ilegible, serio—. Pueden recorrer las instalaciones exteriores pero tienen prohibido fisgonear el interior más allá de esta ala. El entrenamiento de mis hombres comienza en unos minutos así que si lo desean pueden unirse a nosotros. —concluyó.
—Teniente, Aaron Blackwell —se presentó Aaron— ¿cómo es que alguien tan joven llegó a tener su rango? —preguntó rompiendo el respetuoso silencio de los demás— Quiero decir, todos sabemos que usted tomó el lugar de su padre cuando él murió.
—Aaron, cierra la maldita boca. —espetó Julien. Harry hizo un gesto de asentimiento en dirección a este.
—Deberías escucharlo, Blackwell. —interrumpió otro joven, su nombre era Sam— Sabes bien que la última vez que abriste esa alcantarilla que tienes por boca, conseguiste una linda nariz rota por unos cuantos días.
Jano, su hermano, rascó el tabique de su nariz en un gesto inconsciente ante el recuerdo de aquella noche en La Luna del Cazador.
Aaron siguió, sin importarle el comentario de Sam, adelantándose un paso hacia el teniente.— Lo que no comprendo es ¿por qué usted? ¿Qué clase de experiencia pudo haber tenido para creerse merecedor del rango? Me refiero a que es prácticamente un niño.
Un latido. El tiempo de reacción de Harry fue igual a un latido y un movimiento casi imperceptible bastó para desenvainar su espada y llevarla a milímetros de la yugular de Aaron. El macho, si es que se le puede llamar así, pensó Jules, se petrificó ante el reluciente filo, considerando la posibilidad de que la más suave respiración podría hacer que la espada rasgara su carne.