Julien Saint y Kaia Whitewood llevan vidas muy diferentes. Él es un cazador condenado a vivir una vida de secretos y ella es la futura Reina de Lockcham. Con un objetivo en común, sus caminos se cruzan y juntos deben detener a un poderoso Eidolino l...
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La luna se asomó en el cielo tan brillante que su luz iluminaba los aposentos de la princesa Sophie a través de la ventana. El viento arrastró todas las nubes hacia la bahía y dejó un despejado cielo nocturno. Sophie que parecía estar buscando algo en su habitación miró bajo su cama, luego dentro del baúl, revolvió unos cuantos libros en el estante sobre la chimenea y finalmente tanteó el dorso de una pintura en la pared y los cajones de su mesa de noche.
Kaia que estaba en el cuarto de su hermana cepillándose el cabello de manera casi automática la observaba con gracia. Normalmente las criadas eran quienes debían encargarse de cepillar el pelo a las princesas pero Kaia prefería hacerlo por su cuenta.
—No puedo creer que hayas perdido las flores. —dijo entre risas.
—No las he perdido, olvidé dónde las he guardado. —comentó su hermana. Ambas compartieron una mirada y luego se rieron.
—¿Hay noticias sobre la reunión de mamá y papá? —preguntó Sophie.
—Nada por el momento. Estoy segura de que pronto tendremos novedades al respecto. Tampoco pude hablar con Harry pero lo he visto volver del mercado y lo noté muy preocupado. —contestó Kaia.
—Tengo miedo. Ese demonio se escucha muy peligroso, Kai.
—Tranquila. Todo estará bien, confía en mí.
—Confío en ti, lo hago. Pero no en los eidolinos. —Sophie contestó a media voz mientras se arrimó a la ventana y la cerró.
Se oyeron pasos al otro lado del pasillo y la reina entró a la habitación con un centinela siguiendo sus pasos. Ella le indicó que se retirara y él se marchó cerrando la puerta tras de sí.
—¿Ha habido alguna noticia? —fue Kaia quien preguntó.
—Tomen asiento hijas. Tenemos que hablar. —indicó Heline.
Las princesas se miraron y asintieron. Ambas se sentaron al borde de la cama y su madre les contó todo lo hablado en la reunión con los consejeros, empezando por lo que habían descubierto sobre Morx, las propuestas de cada uno de ellos para garantizar el bienestar del reino y la suposición de que el eidolino pudiera crear ilusiones además de cambiar de forma. Finalmente habló sobre la proclama. Kaia se había puesto de pie y caminaba de un lado a otro por la habitación de su hermana mientras su madre seguía explicando cómo se llevaría a cabo la cacería. Se apoyó contra la pared de la chimenea y bajó la mirada, de repente se sintió mareada. Escuchar a su madre le retorcía el estómago.
—Estas bromeando, ¿verdad mamá? —contestó Sophie sorprendida.
—Sophie, tu hermana debe hacer lo mejor para el reino.
—¿Y qué hay de su felicidad? —respondió la princesa.
—¿A caso importa? Nadie se ha tomado la molestia de hablar conmigo, simplemente decidieron que era lo correcto. —dijo Kaia, su voz inusualmente calmada.
—Tiene que haber otra manera, algo que podamos ofrecer en lugar de mi hermana. ¡Esto no es justo! —gritó Sophie.
—La vida no es justa, hija mía. La decisión está tomada y la proclama escrita. Kaia se casará con el hombre que logre capturar o matar a Morx.
—Es lo que quieres, ¿no? Es lo que siempre has querido. Me has reprochado constantemente no haber aceptado la propuesta de matrimonio al maldito Kieran Cliffton y ahora encuentras la oportunidad para regalar mi mano a cualquier bruto medio vanidoso con un poco de suerte. —Kaia recobró las fuerzas y se paró frente a su madre.
—Cuida tu lenguaje, no es propio de una princesa. Además no te lo estoy pidiendo como tu madre, te lo estoy ordenando como tu reina. —Heline y su mirada firme ante Kaia le causaron escalofríos a Sophie.
—Lo siento —Kaia levantó los brazos dramáticamente—, no es mi intención deshonrar a mi futuro esposo con mi estúpido y vulgar vocabulario.
Eso fue suficiente para que la sangre de la reina enervara en su interior, Sophie que aún estaba sentada en la cama se llevó ambas manos a la boca y miró a su hermana. Kaia se sostenía la mejilla y las lágrimas parecían querer salir de sus ojos. Fue entonces cuando las princesas se percataron de la bofetada que Heline le había dado a su hija.
—Lo lamento tanto —musitó queriendo acercarse a Kaia pero esta retrocedió unos pasos evitando su contacto—. Debes entender que es tu responsabilidad. Confío en que tomaras una sabia elección, no lo arruines.
El salado sabor de las lágrimas cayendo por sus mejillas mezclado con la rabia que sentía le causó un fuerte dolor de estómago a la princesa. No un dolor físico. Sintió asco, tristeza y soledad, una corriente fría y oscura la recorrió como si millones de agujas pequeñas se le estuviesen pinchando al mismo tiempo en el pecho. Y con todo el dolor de su corazón, asintió.
—Bien.
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