De leones, doncellas... carneros y escorpiones

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Aioria no quería decirlo y Shaka tampoco estaba seguro de querer escucharlo. El aire se volvió espeso y pesado, el silencio se volvió una entidad peligrosa... algunos segundos después, el rubio volvió a hablar.

–Claro que quiero saberlo. –aseguró con un movimiento de cabeza certero. –He notado que eres genuino con todos los demás pero... no conmigo. A mí me evitas y me ignoras. ¿Me temes? ¿Te intimido de alguna manera? Porque––

La carcajada del león le sorprendió y volvió a sentirse algo humillado.

–No, Shaka, créeme. No te temo, ni me intimidas.

–¿Y por qué no me hablas?

No quiero hablarte, quiero besarte, pensó el león, pero no lo manifestó. Quizás había alguna chance de resguardar aquel vínculo sin espantarlo. Mintió.

–Supongo que solo tengo más afinidad con otros santos, no lo sé. –aseveró. El indio negó, era demasiado torpe para mentir.

–No tienes que mentir. –replicó Shaka, algo fastidioso. Probablemente, el león era demasiado amable para vociferar a todas luces que no lo tragaba, y había intentado vestirlo de "afinidad". No le gustaban las sutilezas ni las mentiras. –Yo no soy un niño y no tienes que disfrazar tus palabras para no herirme. ¿Sabes? Estoy algo cansado y me gustaría recostarme un momento. Puedes salir de aquí cuando lo desees... No tienes que estar aquí contra tu voluntad y evidentemente nadie más vendrá, así que puedes irte. De ser posible, lava tu taza antes de marcharte. –agregó levantándose rápidamente. Intentó armar un estandarte con lo que quedaba de su dignidad machacada y partir pero la voz del guardián de la quinta casa lo detuvo.

–Shaka, espera, por favor. –pidió el griego, esta vez, honestamente.

–No, Aioria. No tienes que ser amable conmigo y visitarme solo porque es mi cumpleaños. Es un día normal y ya está. Tampoco tienes que mentirme solo porque no puedes decirme a la cara que no––

–Es mi culpa. –confesó, interrumpiéndole. –Les dije que vinieran más tarde, quería estar a solas contigo un momento más.

La cabeza del indio giró en su sitio pero su pecho no acompañó la travesía, lo que le transformó en una pintura egipcia inmóvil.

–¿Y eso? ¿Por qué? –preguntó sin comprender.

–Porque... quería disfrutar tu compañía a solas, Shaka. Tú y yo solos.

Su cintura esta vez sí alcanzó a moverse, quería escuchar lo que tenía para decir.

–¿Por qué? No te entiendo, Aioria. ¿Por qué quieres estar conmigo si te encierras en tu mente y no me hablas?

Los ojos del griego danzaron con sus vestidos verdes en sus cuencas con cierto fastidio.

–¡Porque me gustas, Shaka! Porque sé que no es recíproco y probablemente huyas sin mirar atrás ahora que sabes lo que siento. No hablo porque no sé qué decir para no parecer un completo estúpido ante tu cerebro privilegiado y sí, quizás a veces me pierdo un poco porque... nos imagino juntos, ¡lo siento! ¿Querías saber la verdad? Pues ahí la tienes. Tómalo o déjalo. Si quieres ignorar la quinta casa por el resto de tus días pues igual es lo mejor.

El león esperó ansioso la respuesta. No le gustaba el silencio del rubio, que desdibujó su rostro en un gesto de shock. No supo si moriría de una parada cardíaca o si simplemente le quitaría los sentidos por irreverente. Nunca sabía cómo podía reaccionar... de todas formas, a pesar de sus escenarios posibles, ninguna de aquellas reacciones sucedió. Shaka se acercó y lo besó.

De leones y doncellas (ShakaxAioria)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora