El Loco

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Mientras algunos llegaban el cerraba la puerta del departamento en el que vivía, aunque es mucho decir, porque solo merodea el lugar para comer y dormir, a veces ni eso. Nadie en el barrio lo conoce, porque al final ni el mismo sabe quién es realmente, cada día se convence más de que es realmente irrelevante, tal vez es su forma de ignorar que de hecho es alguien, pero no quien él quiere ser. Hoy parece más tranquilo de lo normal ¿Serán las nubes goteantes que derraman charcos en la calle lo que lo tranquiliza? Porque parece agradarle lo sombrío del día, como si de manera satírica apreciara el disgusto de la gente que corre con paraguas, o los que resignados aceleran el paso, pero sin llegar a correr, tapándose la cabeza con portafolios y carpetas. Aunque siendo sincero no creo que siquiera note lo que pasa a su alrededor.

La lluvia dio tregua, pero su chaqueta todavía gotea un poco, no parece importarle, después de todo aún tiene pequeñas manchas de sangre de su último encargo, consecuencia del poco cuidado que tiene al matar y evidencia de lo poco vivo que esta, habiendo perdido toda empatía y razón. Parte de su delirio es lo que lo hizo famoso, "el loco" le dicen, aunque los que están en su círculo de negocios saben que él prefiere que le digan: "el vendedor de almas", para él es como un homenaje al primero que le encargó matar. Un hombre alto de buen vestir, elegante y con un sombrero, obviamente un experto en los negocios, "el comprador de almas" dice en su tarjeta de presentación, algunos dicen que es el diablo, pero el loco no discrimina y si hay negocio es objetivo y poco sutil. Lo único que lo hace sentirse vivo es poder jugar con la chispa de la vida, así como juega con un encendedor en sus manos antes de encender un cigarro.

Parece ir siempre sin rumbo, viendo cómo se reflejan los mercurios en los charcos. Hoy no tiene un encargo programado, podría decirse que salió a buscar trabajo, aunque no parece interesado en trabajar, se nota cansado, sus ojos ruegan poder dormir esta noche como lo hace la gente normalmente. Después de un rato de caminar se da cuenta de que esa sensación de ser observado esta vez no es paranoia. Entra en la tienda de la esquina compra un paquete de cigarros y empieza el camino de vuelta a aquel lugar oscuro y húmedo donde pretende vivir. Mil emociones le recorren el cuerpo, pero él no las nota, ni se inmuta y sigue caminando. La tarde es cada vez más oscura y el día se cambia el nombre a noche. Es fácil pensar que un hombre que se lucra de la muerte carece de educación y valores, el loco no es así, una joven promesa criada en una familia abierta con ideales diversos y bien acomodados a la actualidad, a veces hasta el mismo se pregunta por qué terminó así.

Unas cuadras antes de llegar a aquel recoveco que algún hombre falto de decencia puso en alquiler se dio cuenta de que hace mucho que no pasaba por aquí. La casa ahora en ruinas donde un día vivieron su padre y su hermano después de aquel divorcio que divido la familia a la mitad. Se sentó un rato en las escaleras de la entrada, tal vez esperaba encontrar una voz dentro de él que le recordara en qué punto fue que la neblina lo envolvió y lo engaño perdiéndolo en un bosque de sin sentidos. Se le hizo difícil no recordar las tardes en las que se sentaba en las mecedoras del corredor con su hermano y escuchaban las anécdotas de aquel viejo oxidado que algún día fue joven, o eso decía el, porque el único recuerdo que al loco le quedaba era el de un viejo tosco, pero de buen corazón que se sentaba en esas mismas gradas a fumar en las tardes. Era en vano los recuerdos eran borrosos como las luces de los carros en aquélla espesa neblina.

Tal vez era una bendición el ya no sentir nada, porque si sintiera estaría destrozado, aunque tal vez sea eso, está destrozado hasta un punto en el que dejo de sentir. Aquella casa en ruinas no tenía puerta así que decidió entrar, era como verse a él mismo por dentro, vacío, sin vida, oscuro, entonces se sintió acechado de nuevo, era como un mal presentimiento o algo parecido, salió del lugar y siguió su camino. Estaba empezando a lloviznar, no son las condiciones óptimas para fumar así que aceleró un poco el paso. Sintió como se le clavaban las miradas al pasar por una parada de bus y tal vez otro día se habría detenido a valorar si merecía la pena sacar la glock 22 y derramarle los sesos al que parezca más prepotente, pero hoy no tenía ganas y aunque un criterio subjetivo como este parezca injusto no es algo que a un loco le importe. Los perros del vecino hicieron un escándalo como todos los días cuando él llegaba. Subió las escaleras que lo llevaban al segundo piso, empujo la puerta y entro, el cerrojo no sirve, pero eso es lo de menos.

Paso un rato antes de darse cuenta de que había salido a comprar cigarros y no se había fumado ni uno. Se acercó a la puerta, pero antes de abrirla alguien la empujo y le puso un arma en el abdomen. No gesticulo, no hablo, sabía que era el final, no tenía nada que protestar, menos al darse cuenta de que era el mismo quien sostenía el arma contra su abdomen. Su mente retorcida jugaba con él otra vez, aunque él era totalmente consiente de lo que estaba haciendo. Jalo el gatillo y se desplomo, fue entonces cuando las preguntas empezaron a llegar a su mente. Solo había una que podía responder. ¿Por qué en el abdomen y no en la cabeza? Bueno, quería morir lentamente, poder sentir lo que muchos sintieron por su mano. Los muertos se habían acumulado en su cabeza, pilas enormes pero que para el no pesaban, hasta el último día.

El frio en el suelo le helaba la espina dorsal pero su sangre que ya formaba un charco a su alrededor creaba un equilibrio casi poético. Encendió un cigarro y con la primera bocanada de humo que llego a sus pulmones recordó a su padre, un hombre muy sereno que siempre tenía una respuesta, aunque a veces fuera populismo y otras la costumbre tercermundista de decir: "porque así lo quiso dios". Así fue como su mente viajo hasta su hermano, un chico bastante maduro y observador que siempre tenía una forma de contradecir casi cualquier argumento y aunque a veces solo dijera tonterías solía sonar creíble por su buen manejo del léxico. Su madre una mujer sencilla y de gran corazón, aunque demasiado dura y sincera a veces. La vida es tan larga como un segundo, pero puede ser uno de esos segundos que parecen infinitos si la sabes vivir. Vive, comete errores, aprende y enseña lo aprendido era el ciclo de la vida que su abuelo le había enseñado, y a pesar de tener mucho que enseñar el loco ya estaba cansado. Matar ya no lo hacía sentirse vivo y aunque fuera una sensación de una sola vez morir disparaba en su mente inerte una sensación de vida increíble, para cuando quiso darse cuenta de lo irónico de la situación su cuerpo ya estaba frio.

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