Hasta el fin del mundo

24 2 0
                                    

Abrió los ojos con la convicción queriendo reventarle la cabeza, hoy sería el día en que caminaría hasta el fin del mundo para olvidar su único delito, vivir sin querer morir. Quería vivir para siempre, ver los días pasar, uno tras otro, riéndose de los que se repiten y observado con atención los que dan primicias. "El mundo es el mismo dijo" sentado en el borde de la cama pensando en la vida que se recicla, cíclica como todo. Los días se reducían a ir de aquí para allá, porque aquí es donde descasan sus pensamientos aletargados por el confort y allá es donde espera encontrar una ocurrencia más para su biblioteca de ideas que reciclará cuando se aburra. Miró por una de las ventanas, día soleado, cielo despejado. Empezó a dar vueltas por la casa pensando en que debía llevar para un viaje tan largo, tomó un suéter del ropero, buscó los zapatos más ligeros que tuviera, fue a la cocina, tomó una manzana y dirigió su mirada a la puerta, era hora de dejar de darle vueltas al asunto. Cerró la puerta y empezó a caminar; pensó en abandonar su objetivo, pero era muy pronto para eso.

Fue rico algún día, pero sabía que estaba enfermo, tenía una enfermedad crónica de carácter degenerativo que todos tenemos, la vida que poco a poco nos mata. Asumiendo que le quedaban pocos días decidió ponerlo todo sobre una mesa de apuestas en un casino, pero termino teniendo más de lo que tenía antes, obstinado de los billetes decidido regalárselos a un señor poco cuerdo que vivía en el cielo según uno de sus empleados, notó que a este señor le gustaba bastante el oro y pensó que el dinero lo haría feliz, se sintió triste pues después de tal contribución le prometieron el cielo, pero antes había que morirse y a él no le interesaba, quiso hablar con aquel señor pero nunca pudo verlo, "un sin vergüenza es lo que es", pensó, camino por los alrededores renegando de la estupidez de los hombres que trabajaban para ese tipo, pues era un vanidoso poco entendido de la vida que pretendía ser dueño de todo.

En un intento de razonamiento dijo: "Ese hombre al que ustedes llaman Dios es cualquier cosa". Un señor ahí presente rápidamente le reclamo tal blasfemia y le pidió que se retirara de manera aparentemente cordial según sus palabras, pero claramente irrespetuosa si se observaba su mirada que expresaba odio, odio sincero, real. Nunca llegó a entenderlo, le habían dicho que Dios era todo, su cabeza le decía que algo sin especificar, incluso cuando se referían a todo, sería cualquier cosa, era la única definición que encajaba en una descripción tan ambigua. Recordó aquel día mientras caminaba y surgió en él una pregunta, ¿Será que no he aprendido suficientes palabras, o que simplemente no existen? Porque en ocasiones el tobogán desde mi cabeza hasta mi lengua se seca y no se deslizan las palabras, si pudiera proyectar a través de mis ojos lo que estoy pensando aquel hombre devoto del sinvergüenza no se habría molestado y quizás hasta se hubiera compadecido de mi mente poco ágil en esos temas.

Vio a uno de sus vecinos regando su jardín, lo saludo esperando el saludo de vuelta, pero solo obtuvo una mirada de sorpresa que no entendía, supuso que no tenía un buen día y prosiguió, un par de pasos más adelante fue sincero consigo mismo y admitió ante su propio juicio que no le importaba ya nada, pues no volvería a este barrio. Dio un mordisco a la manzana, luego la tiro, no tenía hambre y sería de provecho para alguien más. Miro al piso y vio como poco a poco con su sombra delante de él se iba deslizando la acera bajo sus pies. Que torpeza la del hombre que inventó los zapatos, en lugar de pensar en hacer un suelo más cómodo para los pies. Corrió uno de los inquilinos de su cráneo a archivar tal estupidez que había brotado en su ya putrefacta materia gris, porque a su edad aquello seguro era como un pantano en el que se le hundirían los pies a cualquier hombre, pero los seres que habitaban en su mente eran como arañas peludas pero mas amigables aunque más feas, de vez en cuando sacaban alguno de estos pensamientos y se lo dejaban ir por el tobogán para que lo escupiera y reírse de la reacción de la gente al oír la opinión de un tonto.

"No necesito que me acepten en su sociedad, no necesito ser parte de ella, soy feliz viviendo en mi mundo", esto era lo que un joven le decía a un aparato que sostenía cerca de su oreja, pobre tonto, pensó, hablando con un pedazo de plástico. ¿En su mundo, será que ya están vendiendo mundos para que viva uno solo? Que desgracia la de algunas personas que se esfuerzan tanto por su soledad mientras que yo sin siquiera llegar a pensar en ella me tuve que acostumbra a discutir solo mis ideas. De saber la situación de estas personas que quieren soledad las habría invitado a vivir conmigo, aunque ya no estuvieran solos pues estarían conmigo tarde o temprano se darían cuenta de que la verdadera soldad se encuentra en los pensamientos. Quien sabe, ocasionalmente se habrían vuelto locos como mis suegros que le celebraron un funeral a mi mujer que estaba dormida, yo todavía podía oírla hablarme. Tal vez estaba fingiendo para poder conocer al hombre ese del cielo, porque, aunque digan que es un dios, me niego a aceptarlo, porque qué Dios vagabundo no invertiría un poco de su infinito tiempo en lucir como un Dios y no como un simple mortal, aunque tal vez lo esté mal interpretando, porque hay tantas deidades en el mundo que ya no se cual es cual, lo peor es que a ninguna he podido conocer. Así lo prefiero, porque esos que dicen conocerlos parecen locos, aunque en este mundo todos lo parecen. Cuando quiso preguntar al joven donde estaban vendiendo esos mundos este ya había dado vuelta en la esquina.

Que desgracia la de un viejo que se vuelve lento, como si la vida se riera de él recordándole todas las veces que se apresuró y quiso robarle al reloj, de por sí, aunque le robaras, al final encontraría la forma de ganarte. Una vez estuvo aburrido de ese flujo de tubería rota que tenían sus pensamientos, decidió decretar en si mismo toque de queda, así las ideas, el conocimiento, las tonterías y los sentimientos se encargarían de depurarse a ellos mismos, matándose entre ellos para al final quedar solo los más fuertes e inteligentes, aunque viéndolo bien, serían solo los más fuertes porque los tontos no conciben ni un poquito de inteligencia, ni siquiera por casualidad. No era la primera vez que obligaba su mente a limpiarse a sí misma para después alimentarse de los cuerpos muertos de todo lo que ahí pereciera, era uno de sus mecanismo para mantener a su mente viva, era parte de un ciclo, y no de uno grande lleno de procesos que desembocara en esto, mas bien era un micro ciclo que se repetía más o menos todos los días, aunque sin darse cuenta esto era parte de otro gran ciclo y así ciclos dentro de ciclos que estaban dentro de otros ciclos llevaban a ver a la vida misma como nada, a planteársela como eso, un simple ciclo que a algunos se les complica más que a otros. Por eso el creía en que podría vivir para siempre, el secreto estaba en conseguir un ciclo perfecto.

Después de unos metros lo aquejo el hambre, miró hacia atrás y vio la manzana en el suelo. Estaba cansado de llevar el suéter en la mano y los zapatos le molestaban, miró al cielo y pensó: "Que pereza caminar así, mejor voy mañana". Llego a la entrada de su casa, empujo la puerta y camino hasta su antigua oficina, se sentó en el escritorio, abrió un diario viejo que había ahí y escribió: Hoy camine un par de metros más, el clima no me favorecía, pero mañana si voy hasta el fin del mundo, o mejor averiguo dónde es que están vendiendo esos mundos, seguro que puedo conseguir uno pequeño en el que pueda llegar al final mas rápido. Se quedó ahí sentado pensando un rato en cual era esa estupidez que había pensado antes, tal vez la podría encontrar viva, reciclarla y así integrarla al ciclo de ciclos que repite el cíclicamente y si la carga de microciclos rompía el ciclo habría que reciclarlo como el orden cíclico de las cosas demandaba, o quizás podría salir del ciclo y darse cuenta de que si camina en línea recta llegaría de nuevo a su punto de inicio porque el mundo no tiene precisamente un final, y así entraría en un ciclo sin fin o saldría del ciclo, quién sabe.

Cuentos CortosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora