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Imperio estaba recostado en su cama, mirando por la ventana hacia el exterior. Ese día vendría otra persona para presentársele, y lo tenía nervioso el no saber cómo sería aquel desconocido con él. Usualmente, para presentar nuevas representaciones en la zona se solía hacer un baile o algo similar, pero la representación que vendría en cuestión se había enfermado cuando fue dicho baile y tuvo que conseguir otro momento para presentarse ante su pequeña persona.

—¡Señorito! —llamó su institutriz con las manos en la cadera al verlo aún en la cama.— ¡Salga!

El pequeño imperial se arrastró hasta el borde de la cama y se levantó tras dejar que sus cortas piernas colgasen de la cama un poco. Unas damas lo ayudaron a vestirse y asearse, y en menos de media hora estaba impecable, con un lindo uniforme de su talle, unas botas que le llegaban un poco más abajo de la rodilla, y con su cabello aplastado y bien peinado, aunque al secarse posiblemente se inflaría. Cuando terminaron de peinar su corto cabello, fue acompañado hacia el enorme vestíbulo del palacio y sentado sobre aquel trono sobre el cual su padre solía reinar.

Lo dejaron solo en pocos segundos, y eso lo hizo bajar ligeramente sus ojitos azules. No le gustaba estar solo, pero no tenía opciones. Solo sabía que habían más niños de su edad aparente porque los veía al ir a pasear a caballo por los alrededores de su palacio, y porque a veces entraban, acompañando a algún importante personaje. Nunca lo dejaban hablar con estos o dirigirles la mirada, a menos que fuese estrictamente necesario.

En parte, entendía el modo en que se lo recluía, era un Imperio, pero... Se le hacía tan injusto... y doloroso...

Una de las damas se acercó y le susurró que se acercaba la persona que le sería presentada, por lo que se enderezó y miró, con la expresión neutra que le habían enseñado a utilizar en estas ocasiones, hacia la gran puerta, una vez que esta se abrió y dejó pasar a... Un muchacho...

El imperial abrió un poco más los ojos, con curiosidad, al ver a aquel joven e infantil personaje acercarse a él y pararse frente a su trono. Por instinto(si puede llamarse así), se levantó de donde estaba y miró directo a aquellos grandes ojos amarillos, sintiendo que se ponía nervioso con la cálida sonrisa de su portador. Nunca había interactuado con alguien de apariencia tan joven de modo tan directo...

—Imperio de Brasil, me presento. Soy Gran Colombia, usted llámeme como le acomode. Es un gusto conocerlo al fin, y lamento no haber podido venir a presentarme antes. —dijo, recitando casi de memoria mientras tomaba con delicadeza su mano y, tras una ligera reverencia, la besaba. Tenía pinta de no tener más de doce años en realidad, pero las apariencias solían engañar, y era posible que tuviese dos, o incluso un año...

El brasilero estaba acostumbrado a las reverencias y gestos por el estilo, pero estaba maravillado de que un joven de no muchos más años que él, a su criterio, estuviese allí. El colombiano notó con extrañeza aquel brillo infantil y alegre en los ojos azules del otro, que antes eran apagados y aburridos, y le regaló una sonrisa confiada y sincera, algo sinceramente raro en él. Aquello tomó por sorpresa al menor de ambos, que por reflejo se la devolvió, dejando mostrar que le faltaba uno de sus dientes en el proceso.

Ambos se sonrieron unos instantes, hasta que el maravillado Imperio recordó que debía presentarse también, por lo que el rojo subió a su rostro y se acomodó el cuello del uniforme, hablando en un español algo dificultoso, al haber sido saludado en aquel mismo idioma. No hacía falta, el mayor de ambos entendía bastante bien el portugués, pero el pequeño no tenía modo de saberlo.

—Yo, como sabrás, soy el Imperio de Brasil, y no hay problema con que no hayas podido venir antes.

Guardaron unos segundos de incómodo silencio, ¿quizás el republicano esperaba una respuesta más elaborada?, hasta que el mismo sacó algo de su bolsillo trasero y lo desdobló, al ser este "algo" un papel.

—Uuh... Se me pidió informarle que, a menos de que sea inoportuno, me quedaré una semana por sus tierras antes de mi partida. Sabe usted que el viaje no es ni corto ni muy agradable... —miraba algo nervioso al caballerito de unos seis años aparentes y solo unos tres años reales frente a él, pero este solo asintió, ilusionado a la idea de poder pasar más tiempo con aquel otro niño de cara risueña, algo nuevo para él.

El colombiano nunca dijo nada de quedarse en el palacio, pero el de piel verde insistió mucho en esto, por lo que tuvo que acceder.

Imperio estaba mucho más alegre y animado de lo que jamás se lo había visto. Corría por los pasillos con impaciencia para enseñarle el lugar a su nuevo amigo; reía con cada tonta anécdota del mayor, o con las que lograba entender; jugaba en el jardín con el otro... Durante toda esa semana, los dos se hicieron muy buenos amigos, pero cuando llegó el momento de la despedida, el imperio estaba al borde de armar un berrinche enorme para que se quedara unos días más.

—Señorito Imperio, yo tampoco quiero partir, pero tengo que estar en mis tierras, comprenda... —le trataba de explicar para que dejara de mirarlo con ojos de potro herido.

—¡Pero no es justo!¡Te quedaste muy corto tiempo! —trataba de verdad de no armar berrinche o ponerse a llorar, pero le era inmensamente difícil.

En eso escuchó un suspiro y luego algo cálido rodear su cuerpo.

El colombiano le acariciaba con suavidad el pelo mientras lo abrazaba, algo agachado, y trataba de calmarlo. Esto lo hizo como último recurso, ya que nunca se le hubiese cruzado por la cabeza tener un contacto físico tan íntimo con alguien tan poderoso como el pequeño entre sus brazos.

El brasileño, por su parte, estaba en otra dimensión. Se sentía bien y seguro en brazos de aquel joven amigo como nunca se sintió en brazos de nadie al ser alzado. Las caricias lo reconfortaban, y no sabía por qué se sentía en el cielo, pero estaba de golpe callado, su puchero había terminado, y sentía calidez por todo el cuerpo. Estaba acostumbrado a... otro tipo de contacto físico...

Sus manos, temblando un poco, se apoyaron en la espalda del otro, que era cubierta por la tela de su ropa y apoyó su cabecita verde en su pecho, al llegarle a esa altura, y se apretó contra él, correspondiendo su abrazo.

El contrario terminó el abrazo poco después al sentir que ya estaba haciéndose algo largo.

Hacía mucho tiempo que nadie le daba un abrazo al menor, y nunca recibió un trato cariñoso como aquel. Se sentía más especial que nunca.

—¿Me deja partir? Volveré en unos meses si no sufro percances... —prometió con una sonrisa al notar al menor más calmado.

—Ten un buen viaje... —susurró cediendo y mirando, como hechizado, al contrario subirse al carruaje que debía llevarlo, y luego saludarlo con la mano por la ventanilla mientras se arrodillaba en el asiento, ante los ojos espantados de la dama que lo acompañaba.

Era su primer amistad.

Era casi su primer abrazo.

Había sido la mejor semana de su vida hasta el momento.

La luz de tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora