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Dos días pasaron desde aquello, y ya estaban todos los invitados del mexicano en el palacio. El palacio en sí no era del imperio, pero lo había pedido prestado para la ocasión y no encontró oposición.

Múltiples señores y señoras, posiblemente, distinguidos criollos y/o militares, paseaban hablando alegremente mientras unos violines y cellos entonaban música "de fondo". Las representaciones de los distintos lugares de sud y centroamérica procuraban mezclarse con la gente desconocida, hablando con esta y separándose de sus amigos para ver si entablan nuevas amistades.

El imperio de claros ojos celestes conversaba en tono tranquilo con su vecino centroamericano, sabiendo que este prefería no estar en medio del bullicio sólo. A veces reían con sus bocadillos o copas en la mano, a veces sus ojos brillaban del entusiasmo que el chisme novedoso les ocasionaba, pero mayormente estaban con tranquilas y maduras expresiones en sus rostros.

Río de La Plata podía verse en el centro de la pista de baile, girando al son del suave vals con sus brazos fuertes tomando con delicadeza entre sí a la dama que lo había acompañado hasta allí. Sus ojos la miraban con dulzura hacia arriba, y los de esta le devolvían de igual modo la mirada hacia abajo. La morena y risueña señora se arregló un segundo los canosos rizos en una pausa, y luego sonrió con sus labios regorditos y mostrando sus dientes torcidos al contrario, quien se encontraba arreglándose el cinturón del caluroso traje. Sus ojos dejaron de mirarse el cinturón y se alzaron a los ojos absolutamente marrones de la viuda. El chocar miradas provocó en ambos un ligero rubor con una sonrisa de ambas partes, y volvieron a su danza con la calma que llevaban hacía ya rato, soltándose de vez en cuando palabras dulces y llenas de cariño, cosa que sorprendería a más de uno, ya que estos dos no se conocían hacia más de una o dos semanas.

—¡Señor Gerónimo!

Aquella voz llamó la atención del anciano de gruñón aspecto que representaba al único virreinato presente. Sus arrugas del entrecejo delataban su poco amistosa habitualidad, y su cabello blanco, con apenas un par de mechones rojos, delataba su edad. Era curioso ver a una representación anciana, en realidad, pero los fenómenos como aquel se daban a veces. Los ojos de color de rubí, sostenidos por ojeras de tonos oscuros, se pasearon hacia el ser que lo había llamado, y frunció su ceño al ver a un joven caminar alegre hacia él. No era normal que alguien se le acercara en esos años, y mucho menos con aire amistoso. El joven de mexicana nacionalidad le entabló una conversación animada que, sorprendentemente, aquel viejo siguió con interés, tanto así, que olvidó que tenía la copa en la mano y más de una vez casi se derrama el tinto licor en su elegante traje.

En la mesa de bebidas, un joven y alargado brasileño se preparaba para beber un poco de bebida con mirada tranquila, pero con sed luego de haber bailado dos bailes seguidos. Escuchaba la orquesta sonar mientras mojaba sus finos labios en la bebida, y dio un par de sorbos antes de detenerse y buscar con la mirada a la única persona a la que jamás había besado antes. Fue detenido de su silenciosa misión por un dúo de señoritas que se acercaron a la mesa a beber y decidieron entablar conversación con él. Una de ellas se veía molesta con la otra, aparentemente porque esta la había forzado a acompañarla a hablarle al brasileño. La situación se hacía cada vez más incómoda para el de tez verde, a pesar de que la conversación que mantenían era totalmente  normal. Había algo en las risitas de la mexicana más joven que lo hacía querer largarse de allí y buscar al colombiano, pero no podía simplemente irse sin parecer maleducado. La pequeña orquesta volvió a empezar a tocar, y el más alto pudo ver a las jóvenes intercambiando miradas. Una miraba a la otra con emoción, la otra devolvía irritada la mirada.

—Don Inacio, están sonando los violines de nuevo... —dijo con un sonrojo en sus pálidas mejillas. ¿Esperaba algo de él? Su educación en la corte le decía que debía sacarla a bailar... Pero no quería bailar con ella... ¿Y si le ofrecía bailar a su amiga? Ella no lo ponía tan incómodo, y no estaba con ganas de ligarlo. Dios, que maleducado de su parte... ¿y si lo disfrazaba?

La luz de tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora