—¡Niki ya llegué! —su voz aguda resuena por el pequeño departamento. Algo desordenado pero al mismo tiempo cómodo. Era acogedor, una buena palabra para describirlo era hogar.
Yacía ya casi dos años desde que la joven estaba viviendo en el pequeño espacio que compartía con su mejor amiga.
No recibió respuesta -no como que esperara una, a decir verdad- y siguió avanzando, dejando su bolso negro en la mesa del comedor. Sabía que la menor estaba presente, por lo que sólo se dirigió a su recamara, no sin antes haber tomado un dulce del cuenco del comedor.
Abre la puerta sin mucho cuidado, y observa a su amiga sumergida en la computadora. La chica, sólo alza la vista por un segundo, conectándola con la de su mayor.
—Si alguien te asesina y yo llego cuando huya, no voy a saber que estás muerta hasta 3 días después porque nunca contestas mis saludos.
Nicolle ríe poquito.
—Hola —saluda suavemente, despegando su mirada del electrónico sobre sus piernas.
Michelle se pasea por el lugar, hasta llegar al espejo del tocador, donde comienza a ver su reflejo sin interés, concentrándose en su cabello. Ve a la de cabello azabache observarla fijamente a través del espejo. No tarda en decir: —Me gustaba más el rubio.
Michelle no puede evitar reírse.
—¿Cuándo será el día que puedas dejar ir mi cabello rubio?
—Era bonito —murmura sin verla, más para sí misma—. Como sea, te ves bonita.
El cabello de la más baja estaba tintado en algún color fantasía que probablemente ya había utilizado en su juventud, pero como se había quedado sin opciones hace un buen tiempo, sólo repetía sus colores favoritos.
Michelle asiente y se tumba en la cama donde la menor estaba, viendo hacia arriba.
—¿Cuándo se te va a quitar esa maña de no agradecer? —reprende, mas no parece regaño pues su mano se hace camino hacia la melena ajena, dando una caricia suavemente. Es pacífico. Un hábito que ambas disfrutaban—. Retiro lo dicho, ojalá quedes calva algún día.
Michelle se ríe un poco más.
—Ya, mejor, dime. ¿Qué estás haciendo? —cuestiona, mientras se acomoda para que su cuerpo quede boca abajo, y sus codos flexionados para que sus manos sostengan su barbilla.
La mirada de Nicolle se desvía, sus abundantes mejillas se tiñen en coral, casi.
—Escribía.
—Oh, déjame leer —dice asomándose a la computadora ajena, curioseando pero la menor pone dos dedos en su frente y le empuja.
—No está terminada, aún falta mucho y todavía no es bueno.
—¿Y? —Nicolle la observa fijamente, Michelle lo sabe. En derrota, suelta un suspiro—. Está bien... ¿al menos puedo saber de qué se trata?
La más alta no se atreve a verla cuando suelta una sola palabra. Podría haber sido mejor amiga de esta chica desde hace más de 10 años, y aun así, seguiría dándole vergüenza hablar de ciertas cosas.
—Nosotras —lo dice casi susurrando. No quiere voltear a verla.
Michelle sonríe sin dientes, es una sonrisa compasiva, pero de felicidad.
Estira su mano y revuelve los cabellos de Nicolle, soltando una risita cuando esta la observa malhumorada.
—Está bien —dice, como si no supiera el estado en que está su mejor amiga—. Pero va a ser muy largo, ¿no? Hay muchas cosas entre nosotras, vas a necesitar mucho tiempo para escribir eso.
La menor asiente, su vista clavada en la laptop. Suelta aire por la nariz de manera pesada, pero sonríe.
—Te lo prometí cuando teníamos quince. Escribiré sobre nosotras —comenta, con la mirada hacia abajo—. Lo recordé hace poco y... nunca me gustó no cumplir lo que decía. No puedo mentirte.
Michelle sólo se ríe, atesoraba la dedicación y el cariño de su mejor amiga. Pero eso se lo diría en cualquier otro momento, por ahora su mejor decisión es bromear con el asunto.
—Te tardaste mucho, ya no lo quiero.
Nicolle suelta una risita viéndola. No puede creer que después de tanto tiempo, de tantos mensajes y llamadas, fotografías y vídeos. Esté frente a ella, una de sus tantas promesas y anhelos, por fin se había cumplido.
—¿Quieres ver una película ahora? —pregunta de repente, y Michelle la observa fijamente, las comisuras de su boca se curvan hacia arriba suavemente. Acercándose al pecho de la menor, descansando su cabeza en el hombro ajeno.
—Sí... —de pronto recuerda y exclama—, ¡pero si es de Ghibli no!
Nicolle suelta una carcajada y pone play al largometraje.
—Muy tarde.
Y eso es lo que ambas consideran hogar. El cuerpo ajeno, el cómodo calor que emana este. Las dulces risas y bromas sin sentido. Las platicas amenas y naturales. Ellas.