—¿Qué pasó maricón? ¿Te gusto? —inquiere con arrogancia el abusón, estrellando la espalda del chico contra un muro, solo una mirada veloz al grandulón lo hace merecedor de nuevos insultos.
Sin una respuesta, las ofensas continúan, el grupo de acosadores sigue despotricando a su antojo, la mochila del joven es arrancada y sus cosas esparcidas por doquier, su dinero robado. Las risas del resto se tornan una carcajada; profesores son testigos, pero siguen su camino hacia el salón de descanso, después de todo están en su horario de reposo.
Sus ojos rápidamente escrutan al alumnado que, con celular en mano alimentan el morbo de las redes sociales; los gritos e improperios de sus hostigadores se unen ahora a empujones.
¿Quién es él? Quizás te preguntes. Es el chico callado y de mirada esquiva, el nuevo estudiante del último curso de secundaria, quien debió cambiarse de colegio a mitad de año escolar. ¿Acaso te interesa la razón? Lo sé, a ninguno de sus compañeros tampoco le importó.
Es el que se sienta en la última fila usando una chaqueta negra y larga, aunque haga calor. Ese que camina por los corredores con los hombros encogidos, tratando de ocultarse dentro de sí mismo, el que lleva las manos enterradas en los bolsillos y la cabeza gacha, el de los enormes auriculares. Ese cuyo andar es pesaroso cual si fuese un condenado a muerte dirigiéndose al lugar de sentencia.
Ese, es el chico cuyo pecho se infla y desinfla de manera errática debido al dolor arremolinándose en su interior. Una mezcla de decepción y temor, pero también con un fuerte deseo de poner cada cosa en su lugar. La ira lo hace temblar.
—¡Qué lloré, qué lloré! El mariconcito va a llorar… —canturrean sus victimarios antes de percatarse y vaya que debieron darse cuenta antes de atreverse a quitarle sus auriculares, mismos que usa para escapar de la realidad.
Porque eso es ¿no? La realidad está plagada de insensibilidad y dolor, pero ¿a quién le importa si su madre quedó en coma luego de ser apaleada por su padre el borracho? ¿Y qué si está fugado el hombre? ¿A quién podría interesarle que pasa las noches, sobre el techo, en casa de su tía, evadiendo al nuevo novio que lo mira raro?
Quizás si el grupo de matones o alguien más, se percataba antes, no se habrían convertido en víctimas.
Una extraña onda electromagnética hace sacudir todo el lugar, los celulares salen volando en todas las direcciones, cada puerta es azotada con fuerza dejando a todos sin lugar para esconderse; el intenso crujir de la estructura se esparce haciendo eco en sus oídos, la furia arde en la mirada del chico con tal intensidad que, el edificio intenta retorcerse.
«Allí va el raro», «es marica», «dicen que le gustan los viejos», «fue expulsado», «está en drogas», los típicos murmullos le martillan la cabeza, encendiendo su poder como pólvora.
Gritos desesperados resuenan a la vez que cada bombilla comienza a estallar. La escasa luz que se cuela entre las rendijas y ventanillas de algunas puertas, multiplica el miedo y frustración reflejado en el cuerpo estudiantil, quienes contemplan atónitos a las compuertas de los casilleros desprenderse y salir volando, impactando sin piedad contra cada abusivo.
Uno por uno va cayendo. Las palizas que solían propinar son simples caricias ante el castigo recibido, llantos y súplicas son opacados por el iracundo vociferar que emana desde la garganta del chico. Un grito tan desgarrador como liberador, doloroso como poderoso.
La venganza es dirigida ahora hacia el resto de estudiantes cuyos típicos murmullos son reemplazados por súplicas sin efecto; las manos del chico se envuelven por rayos y desprenden corriente en todas las direcciones.
La onda electromagnética es ahora más fuerte y los cimientos comienzan a ceder, cada sonido que brota de su boca intensifica la energía que de él emana, haciendo que las paredes se despedacen.
Solo una figura se alza encima de los escombros, la furia sigue ardiendo en su mirada y el deseo de venganza quema en su interior.
Conoce con certeza la ubicación de aquel hombre y hacia el lugar donde se refugia desde el fatídico día, se enrumba.
Al igual que en el colegio hace a todo temblar, aunque le implora de rodillas ya es tarde, la onda electromagnética convierte las tapas de botellas en perdigones que vuelan y van enterrándose en el cuello del hombre, rasgándole la piel y sigue así hasta que todo se hace negro.
El hombre solitario, sentado en el bar, deja caer la botella de su mano y abre los ojos por la impresión. Su cuerpo trepida sin control y el terror en su rostro se percibe. Saca un billete del bolsillo y abandona el lugar jurándose a sí mismo nunca volver.
En la habitación del chico, este reposa sereno, la chaqueta negra y los auriculares cuelgan de la percha, los ojos del hombre se clavan en las marcas que le cubren los brazos y probablemente las piernas.
Al pie de la cama se rinde el hombre arrepentido, esperando algún día merecer el perdón de su hijo.
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Relato escrito para el desafío "Sonidos fantásticos" propuesto por el perfil WattpadFantasiaES
Espero que lo hayan disfrutado ❤️
Nos vemos❤️
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Paroniria
Fantasy¿Qué piensa un solitario? Cuidado con las personas calladas. ¿Alguna vez te has preguntado qué ocultan? OneShot para el reto Sonidos Fantásticos propuesto por el perfil @WattpadFantasiaES **** Obra registrada en safe creative: 2107108323012