Capítulo 1: Empiezan a despertar los poderes

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SHEILA:

Aquella mañana comenzó como otra cualquiera, con el despertador sonando a las siete y media. Era viernes y a primera hora tenía clase de matemáticas con la señorita Rebeca o como era más conocida en mi instituto, con "la señorita en llamas". El mote se debía a que nuestra querida profe era una de esas mujeres solteronas, cercanas a los sesenta años que al sentirse mayores tiende a teñirse el pelo de un color llamativo para así poder sentirse jóvenes de nuevo. En nuestro caso, la señorita Rebeca se lo había teñido de un rojo chillón salvo las puntas que tenían un tono más anaranjado. Encima, hacía un año que había empezado a llevar unas gafas de culo de botella negras. Por eso, mi mejor amiga Ruth y yo pensábamos que le pegaba más el mote de "la payaso" pero no podíamos considerarnos muy populares, así que, no conseguimos que nadie más lo utilizara.

Me levanté de la cama, me dirigí al baño para darme una ducha y entonces recordé que hoy no era un día normal, hoy era 14 de marzo, ¡hoy era mi décimo sexto cumpleaños!

Antes de poder entrar en el baño para ducharme, alguien dio unos golpecitos en la puerta de la habitación y acto seguido mi madre entró con un ímpetu impropio de ella y un desayuno espectacular en las manos. En la bandeja había un plato de tortitas, un zumo de naranja natural, un chocolate caliente y un paquete envuelto.

Mi madre era muy diferente a mí. Yo era castaña y ella era rubia, yo tenía los ojos verdes y ella negros, a mi me encantaba salir y hacer cosas divertidas y ella era una maníaca del orden y la encantaba estar en casa leyendo libros. Sin embargo, a pesar de nuestras diferencias nos encantaba estar juntas y hacer cosas como el viernes de pizza y películas romántica o el sábado de manicura.

Abrí el paquete y me encontré un chupete azul, un regalo muy raro para una chica de dieciséis años. Entonces empecé a atar cabos: los extraños cambios de humor de mi madre de las últimas semanas, los kilos que estaba cogiendo y sus nuevos y frecuentes paseos matutinos al baño. ¡Estaba embarazada!

No me lo podía creer, iba a tener un hermano o hermana. Ya era demasiado malo tener que compartir a mi madre con aquellos niños que cuidaba entre semana para sacar un dinerillo extra. Eran dos hermanos, de seis y ocho años, mal educados que acaparaban toda su atención y que solo me dejaban disfrutar de ella los viernes y los fines de semana, aunque esos días me lo compensaba.

¡Ahora ya no me quedaría ni eso!

Hacía dos años ya que mis padres se habían divorciado y mi hermano mellizo Lucas se había ido a vivir con mi padre. Mi padre molaba muchísimo aunque tampoco me parecía a él. Él era moreno y con ojos marrones pero se dedicaba a hacer deportes de riesgo y siempre que podía me llevaba con él. Ahora también estaba Patrick, el novio de mi madre, el cual también molaba mucho. Era el chef de un restaurante de comida tradicional a la cual le daba algun toque moderno. Por eso, cuando estaba en casa me hacía unos platos deliciosos aunque, siempre estaría después de mi padre.
Mi hermano no le aguantaba por eso se fue a vivir con papá pero hoy era nuestro cumpleaños, así que, volveríamos juntos del instituto para celebrarlo con toda la familia.

Le di un gran abrazo a mi madre y le dije que estaba muy contenta por ella aunque fuera mentira. Me terminé el desayuno mientras mi madre me contaba los planes que tenía para la habitación que pensaba hacer para el nuevo miembro de la familia. Al terminar me di una ducha, me puse mi nueva falda rosa, el cinturón negro que me compró mi padre la semana anterior (había escalado una pared de cinco metros sin su ayuda por lo que me merecía un premio), mi blusa azul marino favorita y unos botines negros a juego con el cinturón.

Me despedí de mamá y de Patrick quien ya habia venido para empezar a hacer nuestro pastel de cumpleaños, y me fui al instituto. En la entrada de mi portal me esperaba mi mejor amiga Ruth.

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