First part

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"Cuando menos lo esperes es cuando Dios te sorprenderá con sus hermosas bendiciones"

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"Cuando menos lo esperes es cuando Dios te sorprenderá con sus hermosas bendiciones"

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Dando la bienvenida al verano en 1935 cuando se dió en Shingashina, un pequeño pueblo habitado aproximadamente por tres mil habitantes, que en su mayoría tendían a ser agricultores o simples cormenciantes de las tierras venidas de afuera. No era más que un precioso lugar rodeado de una manta de árboles sin fin que le brindaban la paz con sus hojas, también como el viento calmado junto a un pequeño río cristalino que tenían la ventaja para su mismos. El hermoso arrollo era cultivados por las hojas caídas y las piedras arrimadas por pequeños niños vecinos ante la travesía de poder pasar el rato en tan precioso lugar.

Mikasa Ackerman, una de las jóvenes monjas del recinto criada entre padres cultivadores de buenos modales, con sus veintidós años recién cumplidos daba a conocer sus buenas costumbres aprendida entre su pequeña familia. Sus padres eran encargados de la cosechas en las zonas cercanas al muro María, con una vida pacífica y casi perfecta. No era de esperarse mucho cuando de los Ackerman se trataba. La familia consistía apenas por el padre cabecilla de la familia, un alemán que no pasaba los cuarenta años, su joven esposa oriental y la dulce azabache; vivían a entradas de los muros en una casa lo suficientemente espaciosa para tener espacio a los que solicitaban de un techo, con puertas dónde quien y un solar inmenso en la que el sol cubría el suelo húmedo bajo sus pies.

Mikasa es conocida entre los habitantes de aquel lugar como las manos sanadoras, una joven amante a sus estudios, mujer de casa y fiel creyente a las bendecidas palabras de Dios. Cada día estaba desde temprano en la casa del señor, y como fiel mujer todos los domingos a las ocho de la mañana se le veía bien vestida con un vestido cubriendo todo su cuerpo en negro, con mantos blancos y solo su rostro al desnudo libre de toda gota de maquillaje, zapatos negros de cuero y sus bendiciones a todo aquel que tocase la casa del señor. Era esa pequeña imagen tan benevolente que la hacía ser tan deseada entre los habitantes masculinos de su edad entre Shingashina, no sabía con exactitud cuantas cartas de amor había recibido entre sus compañeros de universidad en el interior de María, tampoco podría saber cuántos habían sido los valientes que pedían su mano para ser rechazados de forma amable, siempre tenía un favorable carmín en sus mejillas al despedirse de sus enamorados que quedaban aún más flechados con la inocencia que desbordada aquella doncella, aún así, pese los guapos pretendientes, no era allí donde sentía Mikasa la libertad de ser amada y moral a su esposo para amarlo con la misma devoción que a su Dios. Todo lo contrario, la paz la podría encontrar entre páginas de libros viejos en bibliotecas abandonadas o simplemente entre las alabanzas de su iglesia para caer de rodillas frente a la cruz y dar las gracias día a día, dónde desenvolvía sus palabras de forma mágica, en que la monotonía no surcaba en sus palabras y la pena de sus castigos eran bendecidos por sus hermanas en el convento. Ella podía ser feliz, sus padres no le reclamaban cuando pasaba la noche a altas horas rezando, sintiendo la piedad de su superior caer por su cuerpo de forma calidad y darle satisfacción a su corazón, le daba una intensida que ni ella era mecedora de decir con exactitud, solo sabía que después de las diez marcadas en el reloj, nadie interrumpía sus horas dedicadas a su amo, a su señor.

BLESSED BE my SirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora