Capítulo 3

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La dama entro con decisión al salón y con una reverencia saludo a los monarcas.

-          Majestades, he venido en cuanto me ha llegado vuestro mensaje.

-          Levantaos Geneviéve y acercaos.

La joven obedeció. Ante ella Luis XVI, rey de Francia, un hombre que a pesar de ser el rey de un país no poseía el carácter suficiente para gobernarlo. Las intrigas en la corte y su falta de carácter lo hacían ver débil ante el pueblo. A su lado su esposa, María Antonieta, una mujer hermosa que también dejaba caer su imagen por su egocentrismo y utilizando a su esposo como un pelele para cumplir sus caprichos. No era la primera vez que Geneviéve acudía a una llama así sin embargo de esta vez sentía que algo era diferente.

-          Como sabéis comandante Benoit, hace poco hemos sido bendecidos con la llegada de nuestro tercer hijo. Con motivo de este acontecimiento mi esposa y yo hemos decidido que es una buena ocasión para acercarnos mas a nuestro pueblo- sin disimulo el rey cogió la mano de su esposa y ambos se miraron a los ojos con ternura- y lo que habíamos pensado era que mi esposa y nuestra hija mayor hicieran una visita a Paris y organizar alguna obra de caridad para los pobres. Eso nos permitiría conocer como están nuestros súbditos ¿vos que opináis?

-          Creo que es una idea excelente Majestad. Aunque debo advertirle que el viaje será largo y puede que peligroso.

-          Por eso os he hecho llamar. Sois la única persona de palacio en la que podemos confiar. Vos y vuestros hombres habéis demostrados que sois fieles a la realeza y habéis cumplido con todas las ordenes que os he mandado sin errores.

-          Majestad no soy digna de recibir esos halagos. Solo me he limitado a cumplir sus ordenes- dijo la joven bajando la cabeza mientras sonreía levemente.

En el fondo Geneviéve sabía que los reyes amaban a su pueblo. Sin embargo los caminos eran peligrosos sobre todo para la familia real. Muchos ciudadanos se estaban agrupando en contra de la realeza y contra los nobles de la corte. Incluso habían llegado ha planear su asesinato en mas de una ocasión. Si no hacían un cambio pronto podía ser demasiado tarde.

-          Entonces decidido. Dentro de tres días partiréis hacia Paris.  Os acompañaran varios soldados para vos y vuestros hombres podáis cambiar las guardias y descansar. Cuento con vos comandante.

-          Como ordenéis, Majestad.

Geneviéve hizo de nuevo una reverencia y salió del salón.

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La joven no tardo mucho en reunirse con sus hombres. Oskare acariciaba con amor a su caballo, Dievid y Louren parecían estar charlando sobre algo interesante y Edrien simplemente estaba quieto y callado.

-          Caballeros – dijo el joven en cuanto estuvo lo suficientemente cerca como para que nadie mas la ollera- dentro de tres días al despuntar el alba nos dirigiremos a Paris y escoltaremos a la reina y a la joven princesa.

-          ¿La princesa?¿como va ha realizar la princesa un viaje tan largo? Es una locura.

-          No he pedido vuestra opinión Edrien. Os estoy dando una orden que es muy diferente.

El joven estuvo a punto de contestar pero se contuvo.

-          Entonces, dentro de tres días debemos encontrarnos aquí de nuevo- dijo Louren intentando quitar la tensión del ambiente.

-          Así es, y es sumamente  importante que no comentéis con nadie este viaje. Procurad venir descansados. Sera un viaje largo y peligroso.

Dicho esto la joven se subió de nuevo a su caballo, se despidió de los cuatro hombres y se dirigió de vuelta al palacio de Villette.

*******

-          Mi pequeña niña. Estáis pálida, vamos contadme ¿os ocurre algo?

-          No te preocupes nana, solo es el cansancio por haber tenido que aguantar al inútil de Albert.

-          Jovencita no me gusta que uséis un lenguaje tan vulgar aunque… reconozco que a  mi tampoco me gusta nada ese hombre. Siempre anda detrás del rey como una mosca a la miel.

Geneviéve no pudo aguantar la risa ante el comentario de su nana. Era una mujer ya bastante mayor. Su cabello estaba completamente blanco y su cara esta llena de arrugas. Sin embargo su cara seguía siendo alegre y angelical, para la joven era como una madre. La quería muchísimo y sabia que podía confiar en ella. En el fondo ambas sentían que Albert no era trigo limpio. Escondía algo que no le gustaba pero dado que no tenía pruebas en su contra no podía hacer nada.

-          Por cierto nana ¿has visto a Farsak? No lo he visto desde que he vuelto de Versalles.

-          Seguramente estará durmiendo en el establo. Ya es tarde pequeña. Deberíais ir a dormir.

-          Esta bien nana.

La joven beso a la mujer en la frente y se dirigió a su habitación. Desde su habitación tenia una vista preciosa del jardín. Se quito con tranquilidad el uniforme y echando un ultimo vistazo por la ventana se hecho a dormir.

La rosa de mil espinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora