Capítulo 1

21 2 10
                                    

"Mierda"

Arrojo el móvil sobre el colchón maldiciendo lo inútiles que son a veces las tecnologías al contrario de lo que presumen ser. Me apresuro hacia el armario y agarro los primeros vaqueros que veo. Me visto tan deprisa que me pongo la camiseta del revés, mascullo entre dientes cuando me doy cuenta y saco los brazos de las mangas para darle la vuelta. No sé porqué pero, cuanta más prisa tienes más obstáculos aparecen para retrasarte. Me cepillo el pelo como puedo, cojo mi bolsa del trabajo y salgo corriendo de casa. 

Ni siquiera me planteo la posibilidad de ir en coche. Entre el tiempo que tardaría en sacarlo de la cochera e incorporarme al tráfico que a esa hora estaría abarrotado de padres llevando a sus hijos al colegio, solo conseguiría llegar más tarde de lo que ya voy. Meto la mano en el bolsillo de mis pantalones y saco el móvil. Menos mal que ahora los móviles traen lo de la huella dactilar para desbloquearlo, porque con el trote que llevaba no podría teclear el código ni de coña. Me llevo el móvil a la oreja y celebro al escuchar el tono de la llamada.

—¿Elena?

—¡Clara, llego tarde!

—¿No me digas? No me había dado cuenta—reprochó con sarcasmo—. Pamela está que trina, ¿Dónde estás?

Observo las calles de mi alrededor por las que voy corriendo y pienso en una localización más avanzada para que crea que estoy más cerca de la oficina.

—Estoy casi llegando, voy por la cafetería donde compramos esos donuts del otro día.

—Más te vale llegar en menos de 5 minutos, te lo advierto Elena, estás en la cuerda floja.

Un crujido en el auricular de la llamada determinó que Clara había colgado. A pesar de que en parte tenía razón, me irritaba que tuviera esa actitud tan engreída desde que la ascendieron el mes pasado. Entramos casi al mismo tiempo en la empresa publicitaria Wow's, ella como  redactora y yo como diseñadora gráfica. Después de 4 años trabajando, le dieron la buena nueva de que iban a ascenderla. Me alegré mucho por ella y fuimos a celebrarlo la noche entera, sin embargo no lo habría hecho si hubiera sabido que, a la semana de estar en su nuevo puesto, su vanidad y cinismo comenzaron a subírsele a la cabeza, y ahora no la soportaba, aunque fingíamos de vez en cuando que éramos "amigas" para poder sobrevivir a las horas muertas del trabajo.

Tras esquivar con agilidad a una paseadora de perros, alcanzo por fin la puerta de cristal que recibe el edificio donde trabajo. Llego a la puerta del ascensor y comienzo a darle varías veces al botón, como si eso sirviera de algo para agilizar su velocidad. Una vez dentro, aprovecho que voy sola y me miro en el espejo que hay en una de las paredes. Contemplo horrorizada lo mal que está mi cabello, con las prisas se me había olvidado que anoche lo lavé y dejé que se secara solo, ya que decidí que esa mañana me despertaría con tiempo para planchármelo. Paso los dedos por los mechones de color azabache para aunque sea redireccionar la disposición de los bucles y que así no parezca que estoy despeinada, pero mi pelo decide no hacerme caso, busco desesperada en la bolsa una goma para atármelo en una coleta. No era de mis peinados favoritos, pero ese día tendría que conformarme con eso si quería parecer alguien mínimamente decente. Justo cuando termino de peinarme, el ascensor avisa de que ya ha llegado a la cuarta planta.

Planeo ir corriendo hacia mi pequeño despacho para ponerme a trabajar cuanto antes, y así que mi jefa no llevara la cuenta de cuánto tiempo había estado ausente. Pero mi objetivo se ve trucado cuando mis ojos se encuentran con los suyos. Endurece el gesto al verme, y yo no puedo hacer más que encogerme de hombros en símbolo de disculpa. Suspira cansada y se acerca a mí con paso firme.

—Elena, ¿Qué voy a hacer contigo?—dice con voz desilusionada—. Ven, vamos a mi despacho.

Asiento con la cabeza en posición de sumisa y la sigo hasta la estancia mas grande de la oficina que, para mi desgracia, se encuentra en el fondo del todo, por lo tanto tenemos que atravesar todas las mesas y cubículos en las que se disponen mis compañeros, y aguantar las miradas incriminatorias que me lanzan sin pudor conforme pasamos. De soslayo diviso a Clara que se apoya en el marco de la puerta de su despacho, y juraría que tiene una mueca de, ¿satisfacción?

El amor es sordoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora