La calma de las agujas

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Toda su vida había estado bajo la impresión de que las cosas eran más reales de noche. Como si las luces de neón, el amarillo del alumbrado o la oscuridad de las sombras trajeran consigo al caer el sol una cierta vivacidad inefable a las cosas que no existía durante el día. Como si de noche pudiéramos estar un poco más cerca de la realidad del mundo, como si nos abrazara un poco más fuerte su verdad, o al menos la verdad que quería mostrarnos, como si pudiéramos verla un poco más de cerca.

Esto era lo que sentía Lidia. Decir que era una persona compleja era redundante, pero ella era una persona especial en su propia manera. En los interminables monólogos que mantenía consigo misma en su cabeza, siempre se refería a sí misma como una persona pintoresca. Y pintoresca, era. Ese tipo de persona que se queda mirando una columna de luz por horas en perfecta calma, que observa un reloj de arena porque la intriga el paso del tiempo, que pasa más horas dialogando consigo misma que conversando con sus semejantes, tal vez porque, justamente, no los sentía tan semejantes. Era una persona de finales dickenseanos, diálogos socráticos y pensamientos quijotescos.

Férrea adoradora de las letras, envidiosa de la música y celosa del pensamiento, de sonrisa sincera y andar perezoso, con la frente en alto y la cabeza en las nubes, esa era Lidia.

Las personas que la conocían generalmente tenían una impresión bastante positiva de ella. En palabras de la mejor amiga de su prima menos favorita, con quien Lidia había compartido casualmente una noche de conversación en una fiesta de cumpleaños: "ay, es un amor de chica, te hace reír con cualquier cosa. Se ríe de sus propios chistes... pero eso igual se te contagia y no podés evitar reírte vos también, aunque sean chistes medio bobos. Esa sonrisa que pone es medio tranquilizante y todo ¿sabes?. Re amable, re linda. Lo único es que.... como que es medio... en una bien, obviamente, pero, cómo te explico, está un poco... como que no te escucha. Es como si estuviera escuchando otra cosa, como si tuviera puestos auriculares todo el tiempo o más bien, como si no estuviera en el mismo lugar donde están todos los otros. Ay, pero no le digas eso, es un amor, te juro".

Esta opinión era la que compartían más o menos todos los que la conocían. A algunos esto les caía mejor, a otros peor. Lidia, sin embargo, estaba conciente y mucho sobre la opinión que de ella se tenía en su entorno.

Lo que estas personas no podían entender era lo que ella escuchaba a diario, lo que ella veía. Su mente era un volcán de ideas vagas y sin sentido acerca de todo lo que no comprendía. Era como si una radio en un idioma desconocido estuviera encendida todo el día y ella intentara decodificar lo que decía. Ese esfuerzo incesante era agotador, he ahí el por qué de su cansado andar.

Estudiaba, leía, releía, escribía, caminaba. Tenía amigos. No amigos amigos, pero sí amigos. En realidad, personas con quienes hablaba de las cosas normales como el estudio, las relaciones, las modas o el trabajo. De las cosas raras, hablaba consigo misma.

Lidia tenía un gran problema. Le costaba enormidades tomar la vida tan en serio como todos esperaban que lo hiciera. A veces le resultaba difícil convencerse de hacer las cosas más cotidianas como hablar de dinero, ir a trabajar o a estudiar. A veces era un martirio cumplir con las extravagantes formalidades de la cortesía mundana como sonreír al saludar o decir "buenos días" al entrar a una habitación. «¿Qué puede importar eso si no sé quién sos, si no sé quién soy yo, si no sé que hace ninguno de los dos acá? ¿Estamos todos locos?» podía pensar en aquellas situaciones.

No padecía dolencia alguna más que la de ser, como ella misma se llamaba, una persona pintoresca. Y eso era algo que no a todos les gustaba.

«Vas a ver que te va a gustar más de lo que crees.» eran las palabras que ese día no dejaban de resonar como campanas en su cabeza.

La habían invitado a salir. Concretamente, «salir a caminar de noche por la rambla, seguramente lo hayas hecho ya pero te prometo que nunca como yo te invito a hacerlo, puede que veas que a veces las cosas que nos son más ordinarias esconden las más grandes sorpresas», en palabras del joven que la había invitado.

«¿A caminar?» había repetido ella al escuchar la propuesta.

«Sí, a caminar»

¿Y hacer qué?» retrucó Lidia.

«A ver» respondió él.

La tentación de contestar con un fulminante «A ver qué?» había sido enorme. Sin embargo, se resistió y accedió a verlo a las seis y media en la fuente de una plaza. He ahí el momento de la frase que la había tenido pensando toda la tarde: «Vas a ver que seguramente te guste más de lo que crees».

¿Qué le iba a gustar más de lo que creía? ¿Él? Si supiera los turbulentos mares de pensamiento que desbordaban su cabeza e inundaban su corazón, de seguro no se haría esas ilusiones. Para ella a a ser más algo para hacer que otra cosa, pues cuando los días se pasan como páginas en blanco arrancadas de un libro, uno tiende a buscar, al menos, párrafos para rellenarlas.

Su cuarto era un lugar donde siempre era de noche, hasta cuando la luz solar lo bañaba como a las palmeras en verano. Allí reinaban sobre la cama, las repisas, los libros y el escritorio solo dos amos impiadosos: el silencio y el secreto.

Las agujas daban vueltas y vueltas al reloj celeste en la pared, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. «Que vida simple» pensaba Lidia, recostada en la cama, mirando el reloj desde abajo. «Solo dejar el tiempo pasar, verlo desaparecer sin preocuparse, que alucinante».

De cierta forma envidiaba la calma de las agujas. ¿Por qué ellas sí podían saber qué hacer y jamás dudarlo? Tic, tac, tic, tac. Era como una conversación inaudible entre seres que lo tenían todo, que habían entendido todo lo que había que entender, y la cual ella no podía escuchar por más que lo deseara con toda su alma.

«Tic, tac, tic, tac» resonaba en su cabeza.

El sol cayó. Lidia despertó de su naufragio en las lejanas aguas del pensar y aterrizó en la realidad más mundana e intrascendente que había: su celular.

«¿Venís?» preguntaba Adrián hace quince minutos, a las siete menos cuarto.

«Estoy llegando.» respondió ella. Entonces se levantó de la cama.

Las agujas marcaron las siete.

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⏰ Última actualización: May 17, 2021 ⏰

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