Capítulo tres.
UN LUGAR PARA ESCAPAR
Han sido dos días seguidos encerrada en mi departamento. Un día más y me puedo auto proclamar como Ranpunzel. Y aunque sí, estar encerrada pueda ser asfixiante, fue lo suficientemente necesario para reflexionar la situación tediosa que involucra mi vida económica.
Mejor dicho, general.
Aunque, hay algo más, ese apellido, París, ¿qué he hecho para que todo lo malo me pase a mí?
Digo, ¿en qué estaba pensando cuando le conté mis problemas a Silvai?
O, cuando por poco beso a Dean.
Tan sólo han pasado tres días desde que se mudaron, y ya esos chicos saben demasiado.
Es que me pase de estúpida. Necesito lograr que mi cerebro comprenda el significado de privacidad.
—Deja de complicarte tanto, Odette, sólo gozalo —dijo Oriana, lanzándome el cojín directamente hacia la cara—. Esos tres están buenísimos —carraspeó, removiéndose sobre el sillón—. Quise decir lindos —se corrige, mientras que tomaba otro trago de su gaseosa.
—Te recuerdo que sólo me he topado con dos de ellos, el otro, ni mínima idea —Le devuelvo el cojín—. Y sea como sea fui una estúpida —me resigne, aceptándolo como por décima vez.
Oriana se encoge de hombros y se termina la gaseosa, poniendo el vaso sobre el tocador.
—Por cierto, ¿Has ido a la universidad? —preguntó. Ya sabía a qué venía esa pregunta, así que la ignoro parándome de mi cama y acercándome hacia la ventana de mi habitación.
Hoy es un buen día. El clima en Nueva York está fascinante. Desde la pequeña ventana de mi habitación se puede admirar a lo lejos el Empire State, los clásicos edificios de Manhattan, los anuncios a través de las enormes pantallas. Éste distrito siempre ha sido tan brillante. Más allá de eso, desde mi ventana puedo ver el estacionamiento del edificio, que es al aire libre.
«¿Es en serio?»
Justo en el mismo estacionamiento veo muy bien desde la comodidad del octavo piso del edificio a tres chicos.
—Odette —llamó Oriana—, escúchame —insistió.
—Creo que te va a gustar mucho la vista desde aquí —sugerí. No pasaron ni diez segundos cuando sentí a Oriana por encima de mí, literal, intentando ver a los tres chicos.
—Míralo, Odette, ese es el otro —dice, sacando su dedo indice señalándolo—, el que no conoces —especifico.
Los tres permanecen simplemente sentados, dos en la cajuela de un auto y el otro en una silla plegable. Parecen estar hablando entre ellos, pero no estoy segura, ya que uno de ellos está más concentrado en su móvil.
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Las cinco de la tarde
Teen FictionEstoy residenciada hace veinte años en el edificio Toom que está ubicado en media ciudad de Nueva York, allí he pasado los mejores años de mi vida, también he conocido las mejores personas... Últimamente he tenido que salir a partir de las cinco de...