—¿Por qué no te atreves a avanzar aunque sea hasta la mitad del recorrido que querrías hacer, sabiendo que, efectivamente, te destrozaré contra el suelo hasta que la vida se te escape en pequeñas burbujas y no puedas recuperar el aliento? Hasta que tus órganos se desentiendan de tu cuerpo y se desconecten, porque no te reconocen, no te reconocen como su dueño y te fallarán. Es algo lógico y hasta inevitable, pero ¿por qué resignarse a la idea de morir postrado en esta asquerosa y polvorienta cama sólo porque sabes que no llegarás lejos?
¿Por qué, decía?
Ya debería saberlo.
—Sí, ya lo sé.
Respondió ella antes de que siquiera pudiera mover mis labios.
—Ya lo sé, pero quiero que tú me lo digas, que me digas por qué te resignas a tu destino, y así, al final, tu vida no habrá sido tan miserable y asquerosamente ordinaria, porque por primera vez en tu vida, habrás tenido una prueba de valor.
Miré a lo lejos, evitando todo contacto con la tempestad, o tratando de evitarlo, pero me era imposible. Estaba rodeado, y se estaba acercando.
Fácilmente podía hacer algo de tiempo, ignorando su presencia, y así no tener que responder nada para cuando ella se posicionara sobre mi débil y escuálido cuerpo. Podría evitarlo.
Y sería tan fácil.
Pero podría tener una prueba de valor, por única vez en mi vida, y así, moriría como alguien menos ordinario.
De pronto se me vino a la mente un funeral. Mi funeral, tal vez. No habría mucha gente, y sólo uno o dos llorarían mi partida. Y en la lápida estaría escrito; un hombre ordinario con una vida ordinaria.
Así sería, ¿verdad?
—Y yo sé que no lo quieres, así que te estoy dando una última oportunidad, antes de fundir tu cerebro y exprimir toda la vitalidad que quede en tu cuerpo.
—Sólo déjame morir.
Se lo pedí, cansado.
Claro que iba a morir, pero entonces quería que fuera más rápido, sin tantas pausas ni prolongaciones del dolor y el sufrimiento.
Mi respiración se agitaba. Si extendía mi brazo, podía tocarla. Estaba tan cerca, que me daba miedo.
—Tengo miedo.
Me atreví a contestar finalmente.
—¿A qué le tienes miedo?
—Te tengo miedo a ti.
—¿Le temes a la muerte?
¿Le temo a la muerte?
—Sí. Le tengo miedo a la muerte.
Te temo.
Y pasó de estar lejos, a estar sobre mí, tal como prometió y me aseguró que sería, oprimiendo mi cerebro y exprimiendo mi vitalidad.
En el último segundo sólo pude pensar que tal vez, me volví un hombre un poco menos ordinario con una vida un poco menos ordinaria.
ESTÁS LEYENDO
Lejos[√]
Short StoryLejos de su cuerpo moribundo se encontraba la tempestad, amenazando con quitarle todo lo que tenía, pero ¿acaso tenía algo? Sólo la muerte, quien por ese pequeño instante, se volvió una confidente.