Capítulo 1: CANDELA

65 4 3
                                    


CANDELA

Mi vida era un desastre. Estaba en Australia, eso sí, por lo que esos días deberían haber sido un pequeño paréntesis en el caos que reinaba en mi desordenada rutina. Pero eso era bastante poco probable teniendo en cuenta las personas que me acompañaban.

El caos había viajado conmigo.

Revolví los hielos de mi bebida haciendo uso de una de esas sombrillitas de papel con las que solían acompañar algunos cócteles y observé el líquido girar. ¡Por Dios! ¡Si ni siquiera sabía lo que estaba tomando!

—¿Aún sigues enfurruñada? —preguntó Laura, acomodándose a mi lado en la barra.

Laura, mi hermana mayor, era el motivo por el que me encontraba al otro lado del mundo en vez de estar en Madrid. Se había casado el día anterior en pleno condado de Victoria y con los Doce Apóstoles de testigos; no los de la Biblia, claro está, sino doce formaciones rocosas que emergen del mar y que son uno de los tantos atractivos del continente australiano.

Mi hermana y yo somos muy diferentes y, en cierto modo, muy parecidas. Ella suele ser la cauta, la que mide cada uno de sus pasos y no toma una decisión sin estar segura de que es la correcta. Yo soy la impulsiva, mis decisiones suelen estar basadas en... Bueno, a saber, en lo primero que se me pase por la cabeza en ese momento. Como imaginaréis, no es una técnica muy fiable. Aunque, para ser sincera, he de admitir que en los últimos meses los papeles entre nosotras parecían haberse invertido.

—No estoy enfurruñada —repliqué, riendo.

Resultaba curioso la rapidez con la que mis labios sonreían o articulaban las palabras adecuadas para ofrecer a los demás una imagen que se ajustara a la idea que tenían de mí. Candela, la más alocada de las dos hermanas, la aventurera, la que no le tenía miedo a nada...

Ya, claro.

—Pero sigo pensando que lo de terminar entre ese tiburón y tú durante la inmersión no ha sido tan casual como quieres hacerme creer —bromeé casi por inercia.

Laura arqueó las cejas y una fina arruga cruzó su frente; me conocía demasiado bien. Su mirada se desvió por la barra hacia nuestra derecha, donde parte de nuestro grupo de amigos charlaba animadamente mientras saqueaban el bar del hotel y se bebían hasta el agua de los jarrones como los beodos que eran.

Solo faltaban Quique y Claudia, que al tener a la pequeña Helena se habían ido ya a su habitación.

—¿Está todo bien con él? —preguntó entonces.

No mencionó a Rubén, pero yo sabía que se refería a mi ex. Puse los ojos en blanco y le di un nuevo sorbo a mi copa.

—No es Voldemort, puedes decir su nombre —me burlé, dándole un empujoncito en el hombro—. Pero sí, Rubén y yo seguimos siendo amigos.

Rubén era parte del grupo, es decir, un amigo que luego había sido novio y más tarde se había convertido en mi ex. Lo había perseguido durante años, pero él nunca había dado un paso al frente y yo había terminado casi desesperada por estar con él. La cuestión era que me había empeñado en que éramos perfectos el uno para el otro y... me había equivocado. Como siempre.

Era un completo desastre con los hombres.

Bebí una vez más, apurando lo que quiera que fuera que estaba tomando, y le pedí otra ronda al camarero.

—Igual deberías echar el freno —sugirió mi hermana, mientras Leo, su recién estrenado marido, se acercaba a nosotros.

El tipo era guapísimo. Tendríais que ver cómo le sentaba el uniforme de policía. Lo curioso de todo aquello era que Leo y yo habíamos tenido un pequeño escarceo mucho antes de que yo misma se lo presentara a mi hermana. Pero Leo tampoco había sido para mí. En realidad, Laura y él hacían una pareja perfecta. Y puede que yo los envidiara un poquitín de nada.

Menos «tú y yo» y más «nosotros»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora