Aquello era una locura. Es posible que el Javi de siempre y su amiga Candela me hubieran dado la razón. Solo que esos dos no estaban en aquella habitación de hotel, al otro lado del mundo, muy lejos de todo lo que les era conocido hasta entonces, y no lo digo solo en un sentido físico.
No, no éramos ellos. No podíamos ser ellos.
En cuanto pronuncié las palabras mágicas, mis bragas se esfumaron. En un momento se encontraban abrazando mis caderas y al segundo siguiente Javi las lanzaba a un rincón, lo más lejos posible. Como si quisiera asegurarse de que no las recuperaba —junto con la sensatez— y volvía a ponérmelas.
Y así fue como me encontré como mi madre me trajo al mundo frente a un tío que había sido testigo de mis momentos más miserables.
¿Vergüenza? Ninguna.
La escasa luz que entraba por la ventana me permitió admirar su cuerpo. Mis ojos se deslizaron por el tatuaje de su costado, por su pecho. Se bebieron las líneas de sus músculos tensos y bien formados. Codiciosos, les obsequié el tiempo suficiente como para que resultara evidente que me lo estaba comiendo con la mirada.
A Javi debía de darle aún menos vergüenza que a mí, porque, sin pudor alguno y con la mirada fija en mí, colocó la mano sobre el bulto enorme que apenas si alcanzaba a contener su bóxer negro y deslizó la palma a lo largo de su erección. Durante un instante cerró los ojos y cedió con abandono a sus propias caricias.
El gesto me puso a mil.
Cuando levantó los párpados con pereza, una sonrisa torcida asomó a sus labios. Sus manos volaron hasta mí. Descendieron por mis costados hacia mi cintura y dibujaron la curva de mis caderas con tanta devoción que algo se apretó en mi pecho. Una emoción desconocida me robó el aliento mientras él proseguía acariciando mi piel como si se tratase de algo precioso y delicado. Algo prohibido.
Quizás lo fuera.
—Quiero hacerte tantas cosas que ni siquiera sé por dónde empezar —confesó.
Me tomó de las caderas, los pulgares clavándoseme en la piel de una forma deliciosa, y se inclinó sobre mi abdomen.
Y entonces fue cuando su lengua salió a jugar... Y, oh, amigos míos, sabía muy bien lo que se hacía.
Bordeó mi ombligo y luego lo lamió. Pero no se detuvo ahí. Continuó ascendiendo por mis costillas. Me besó la piel con entrega y desesperación, dejando un rastro húmedo de lujuria a su paso. Rozó la parte baja de mi pecho con la punta de la nariz. Aspiró mi aroma y se deleitó con él. Su lengua trazó un círculo perfecto en torno al pezón, sin rozarlo, y yo temblé de anticipación.
—Eres preciosa. Tan perfecta —dijo, un segundo antes de envolver la dura protuberancia con la boca y succionar.
Yo ya había perdido la cuenta de los gemidos que me provocaba. De los silencios que decían más de lo que callaban.
Mordisqueó y lamió mis pechos, y se entretuvo lo que a mí me pareció una eternidad. Una tortura exquisita que me empujaba más y más hacia el éxtasis. Y cuando dio por terminado aquel dulce suplicio y se retiró hacia atrás, no pude hacer otra cosa que protestar.
—Javi... Por favor —rogué una vez más, sin importarme ya estar suplicando.
Me brindó una sonrisa sucia y pecaminosa, repleta de promesas aún por cumplir, y me regaló una suave caricia entre las piernas que me dejó con ganas de más. Fui a cerrar las piernas por impulso, quizás porque quería atraparlo entre ellas, pero no me lo permitió. Empujó con firmeza mis rodillas y me abrió de manera que quedé totalmente expuesta ante él.
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Menos «tú y yo» y más «nosotros»
RomanceCandela es locura, aventura y pasión. Pero a veces su sonrisa no es más que una mueca que adorna sus labios. Un falso «Estoy bien» aunque no sea así en realidad. Javi y ella se conocen desde siempre; son amigos, mejores amigos. De los que ríen por t...