Prefacio

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-Amén.


La chica pelirroja dejo de retorcerse y Cassandra cayó al suelo. Esta era la parte que más detestaba del Proceso, cuando todo se volvía confuso para todos. La muchacha pelirroja aún seguía con espasmos en el suelo pero el peligro ya había pasado. Sintió que alguien la levantaba y se dejó llevar hasta el otro extremo de la habitación en penumbra.


Cassandra yacía en el piso, cansada y cubierta de sangre, sangre suya y de la chica poseída. Fue brutal, la pelirroja parecía tener la fuerza de diez hombres (la manera más fácil de identificar a un poseído según Gabriela) y no dudo en usar ese brío contra ellos y, aunque ellos poseían la fuerza celestial les fue duro oprimirla. Maldecía en todo momento e insultaba a barbaridades, en diferentes dialectos. Cass se llevó lo peor: una mordedura. Para ellos era fatalmente doloroso recibir una, sus sangres sagradas ardían al contacto con lo maldito y provocaban que uno deseara la muerte. Pero no a Cass, Gabriela no sabía cómo ella sobrevivía a lo mortal para ellos ni tampoco lo preguntaba, a su compañera no le gustaba entrar en detalles más allá de lo cotidiano y necesario. David recibió rasguños por todo el rostro y unos cuantos escupos. Ella salió ilesa, esa era una de las ventajas de ser la ayudante.


Cass levanto la mirada y un intenso mareo la estremeció. No lo veía. Emociones y espasmos sacudieron su cuerpo. Su ritmo cardiaco se agitó intensamente con... miedo y horror. No recordaba padecer aquellas emociones desde hace mucho tiempo. Siglos prácticamente. No podía darse el lujo de perderlo. Era fuerte, ágil y poderoso; como ninguno que hubiera visto en décadas. Debía aniquilarlo, era la única opción. No podía llevarlo con la Orden. Con un nuevo intento logro mantener la vista en alto, su interior se calmó cuando albergó en él la calma y la tranquilidad antes de que una sacudida la llevara a un desmayo: David mandando al vampiro al maldito infierno.


Gabriela adoraba la definición que se le daba a su labor, aborrecía el Proceso. Jamás había hecho uno, ni pretendía hacerlo. El solo hecho de pensarlo le daba escalofríos. Ella era la ayudante, no quería nada más; si fuera por ella se quedaría en la Orden ordenando papeles y participando de las reuniones, pero no podía, le fue entregado un Don, a ella de miles de millones de personas en el mundo. Le fue entregado por un objetivo en específico y aunque nunca se acostumbraría a vivir con la verdad que conocía le sería fiel a su voto celestial.


Fue en ayuda de su compañera. David limpiaba el desastre (que dejaron todos en la bodega invadida a la fuerza mientras arrastraban a una bestial adolescente que arrojaba espuma por la boca por casi nueve días) sin quitarle la vista ni un segundo a la chica. El vampiro ya no estaba, en su lugar había una silueta negra de huesos demoniacos, sin forma huma alguna, quemados con el don del cielo. Recordó las imágenes, grabadas con fuerza en su memoria, del demonio saliendo a través de la garganta de la pelirroja.


Ver a Cassandra lo inspiraba. La conocía desde hace años y nunca la había visto doblegarse ante ningún demonio. Ella actuaba con precisión y sutileza, atacaba con dureza ante una posesión y jamás había fracasado en un Proceso. Adoraba eso de ella. David se sentía torpe y equivocado, pero nunca dejaba entrever lo que sentía. Se consideraba orgulloso de ser un elegido para esta labor, un elegido celestial. Un Ángel. Todos lo eran, todos predestinados, jóvenes elegidos por Dios para acabar con la oscuridad del mundo. Ellos eran luz. Eran guardianes.


Fue por Cassandra, que se hallaba desplomada en el suelo jadeando, pero G se adelantó. Resignado, se mantuvo cerca de la pelirroja. En la vida le habían dado buena espina los poseídos, incluso después del Proceso, siempre reaccionaban como unos maniáticos, como si aún estuvieran endemoniados. Eran muy peligrosos. Inmediatamente después del exorcismo debían ser llevados con La Orden de la Merced donde la mayoría permanecía un par de días bajo el cuidado de los Mercedarios; otros nunca se recuperaban, se volvían locos y no mejoraban ni siquiera físicamente, siempre permanecían en estado de demencia o en el peor de los casos en estado vegetal. Siempre en esos estados, sin sanar, sin seguir adelante. La mayoría de los esquizofrénicos que preponderaban los hospitales psiquiátricos (todos bajo el control de la Orden) eran ex poseídos.

Guardianes de la Noche: ElegidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora