Alfa/Omega

279 14 4
                                        

Mi piel dolía. 

Cada parte, cada músculo, cada centímetro. Eran incontables punzadas de dolor las que sentía. 

Mi cuerpo era zarandeado, sujetado, azotado, golpeado y masacrado. Estaba recibiendo la peor golpiza de mi vida, pero no podía estar más alejado de la realidad. 

Con cada patada o puñetazo, me perdía más y más en las infinidades de mi memoria, tratando de enfocarme en el vago recuerdo de un rostro. 

Eso era lo que me mantenía aún atado al mundo, su sonrisa particular, su labio superior delgado y el otro más grueso, su nariz que solía contraerse cuando estaba nervioso, aquel estilizado cuerpo que me dejaba sin aliento y aquella pequeña cicatriz en su mejilla. 

Oh, aquella cicatriz. 

Aquella que se hizo el día que nos conocimos. 

Era un día duro de combate, de esos que resultaban con sangre por todas partes; enemigos y aliados esparcidos en la inmensidad del campo, con miles y miles de cadáveres esperando para tener una sepultura. 

En aquel momento mientras mi respiración comenzaba a entrecortarse y mis ojos enfocaban metódicamente el atardecer, preparándome para mi último suspiro, fue su figura contrastando con los colores vivaces del cielo. 

Al reconocerme, viendo mi uniforme escurriendo con el líquido rojizo, por alguna razón sus manos habilidosas olvidaron cómo sujetar su arma. 

Él era el enemigo, su deber era asesinarme en vez de mirarme con ojos de compasión. Somos contrincantes por naturaleza. Pero él ignoró cualquier signo de alarma y me refugió en sus brazos, protegiendo mi vida aun a costa de la suya. 

Aunque la guerra no estuviese ni cerca de terminar. 

Ambos, entre lamentos y quejidos avanzamos sujetandonos y apoyándonos mutuamente. Rogando en silencio el no caer en la desesperación por nuestra situación. 

Aún si me concentro bien, puedo sentir su aroma colándose por mi nariz, ese tinte azucarado empalagoso, mezclado con sangre ajena y propia espolvoreada en su frágil cuerpo. 

Sin embargo, algo de lo que más atesoro, es ver su pómulo un poco rasgado luego de caer en una de las trampas que los suyos habían creado. Yo estaba herido, mucho más que él, pero su valor y compromiso conmigo fue lo que me hizo sacarlo con mis últimas fuerzas, antes de caer desmayado con su figura abrazando la mía. 

Si lo pienso, nunca le pregunté porqué no me mató cuando podía. Yo era su mayor amenaza, aun estando a punto de morir y sin mi arma. Pero él no me dio ningún motivo para desconfiar, mucho menos al despertar y ver mis heridas con ungüento y vendas. 

Eso parece tan lejano. 

Haberlo conocido fue como el paraíso. Nunca podré tener la oportunidad de estar en ese lugar pero por como lo describen, por como dicen que es... Por lo que me hace sentir ese hermoso hombre, puedo decir que él fue mi paraíso.

Me es imposible reprimirme en pensar en sus ojos rojos, sus facciones blancas tan etéreas, su rostro tan hermoso, su sonrisa tan única, su tacto tan suave, su mirada tan cálida, sus labios tan… 

Ahh... No sé cómo logró tenerme de un momento para otro entre sus manos. Solo una mirada bastó para que iniciara nuestro trágico pecado. 

Dos clanes en una mortífera pelea y un amor mutuamente despreciado. 

—Kim Taehyung — Su voz sonó a mi derecha luego de dar un portazo. No podía abrir los ojos de lo hinchados que estaban, pero su aroma llenó mis fosas nasales provocando las náuseas que la golpiza no me dieron. 

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Apr 21, 2021 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Stigma [Taekook] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora