Más ánimo

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Era una reunión pequeña en un cuarto angosto, en un ambiente lleno de armonía y felicidad, pero sólo los que prestaban una minuciosa atención notaban la frialdad de los que estaban allí. Nadie sonreía con sinceridad, en sus caras habitaban muecas rígidas, sin sentimiento alguno, usaban todos la misma ropa y un monóculo en su ojo izquierdo, hablaban de igual manera y se sentaban uno al lado del otro en una gran mesa redonda. Cristian era uno de esos minuciosos observadores, se metía en aquellas reuniones hace cinco años y por fin había formulado una teoría acerca de porqué bebían té a la noche en aquellas oscuras veladas: era para que nadie sospechara de sus verdaderas intenciones, creían que esta actividad los hacía ver más amables y afectuosos.

La noche pasaba más lento de lo normal, parecía que el reloj tardaba décadas en llegar a los demás números y gracias al estruendo que realizaban las agujas, la cabeza de Cristian reventaba en dolor. En ese momento, ya sintiendo toda su cabeza atravesada por las largas manecillas del tiempo, decidió que era el instante de marchar, ya era suficiente por hoy, además había juntado bastante información. Pidió permiso y salió con la vista de los integrantes viendo cada paso que hacía. El pasillo que daba a la salida era largo, le daba la sensación de que nunca iba a terminar y lo acompañaba un frío en todo el cuerpo que no podía sacarse. Lo decoraba miles de cuadros con personas sonriendo que lo miraban, lo seguían, lo juzgaban, como lo hacían las de la reunión.

Cuando por fin pudo respirar aire puro, sacó uno de sus cigarrillos armados y lo prendió; esa especie de ritual sumado al sonido del papel quemándose lo calmaba, tanto que lograba mantener su eje y aclarar sus ideas luego de semejante incomodidad. De un momento al otro se quedó quieto. Sentía una presencia rara, como si lo estuvieran observando. Al mirar hacia arriba vio que un pájaro lo sobrevolaba. No le hubiera llamado la atención sino fuera porque aquel animal era un cuervo negro con ojos tan rojos como la sangre y un plumaje negro como el carbón. Al ver que venía para su dirección apagó el cigarrillo rápidamente aunque este estuviera casi completo y entró de nuevo. "Tal vez debo ver cuervos más seguido, así por fin dejaré de fumar" pensó. Hacía ya un tiempo que la única forma que tenía el joven de superar lo que sentía en ese horrible lugar, era fumando. Se había vuelto todo un problema en su cabeza. Ya no sólo la pasaba mal durante las horas en ese oscuro lugar, sino que al salir no podía dejar de incorporar nuevas adicciones a su vida para sobrellevarla.

Al pasar por la puerta, comenzó a escuchar gritos desgarradores, se podía sentir que aquel que lo producía estaba sufriendo de una forma inexplicable. En el momento en que ingresó al salón, lo entendió todo. Un cuervo tironeaba del pelo a un grupo de infantes y hundía el pico en las tazas, otro sólo gritaba y volaba sin rumbo. El muchacho se dio cuenta que era el mismo que había visto afuera, podía distinguir aquellos maquiavélicos ojos entre todos los cuervos presentes. A los miembros de aquella reunión, parecía no afectarles ninguna de las atrocidades que ocurría en su entorno.

Aquellas criaturas malignas con alas, descuartizaban vilmente a esos pobres niños. Sus cuerpos comenzaban a esparcirse por todos lados y su sangre se mezclaba con el té de las tazas, pero seguía sin importarles, tomaban de igual manera y hasta lo bebían con más alegría y gusto que antes. Luego de unos minutos, todo quedó en silencio y el atractivo principal pasó a ser Cristian, al cual le dedicaban una gran sonrisa. Sin embargo él seguía sin entender. Una gota cayó en su mano, una roja, espesa y con un poco de lo que parecían plumas. Por inercia tocó su cara y notó que en su lado izquierdo había un hueco, le faltaba un ojo. Instantáneamente se desplomó en el suelo y perdió total sentido de su vida. Pero así como lo tocó, se levantó, tomó asiento, se colocó un monóculo que uno de los miembros le ofreció y comenzó a beber té con una gran y forzada sonrisa. Entonces todo cobró más ánimo...

MicrorrelatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora