Cuando sonó el telefonillo, Itatí apretó los dientes, irritada. Esa mañana, al entrar en la cocina, se había encontrado con que estaba toda encharcada, y a partir de ahí el día había ido cuesta abajo. Estaba que echaba chispas tras horas de llamadas y más llamadas, las idas y venidas de los fontaneros y los obreros, y el papeleo de la compañía de seguros.
Por eso, cuando contestó y el conserje le informó de que tenía una visita no le cayó demasiado bien, pero como era Martín le dijo que lo dejara subir.
Al salir del ascensor y encontrarla esperándolo en el recibidor con la puerta abierta de par en par y un enorme ventilador industrial funcionando detrás de ella, Martín parpadeó sorprendido.
–¿Qué ha pasado? –inquirió, esquivando el ventilador para entrar.
Itatí suspiró y señaló la zona catastrófica que antes había sido su cocina.
–Parece ser que una de las tuberías del baño de arriba estaba picada y ha reventado durante la noche. El agua hizo que se hundiera el techo de la cocina y hemos amanecido con la mayor parte del departamento encharcado. Es una de las alegrías de vivir en un edificio de antes de la guerra, supongo – comentó con sorna.
Martín miró a su alrededor y apretó la mandíbula.
–Pues va a llevar lo suyo solucionarlo. Tendrán que cambiarte los suelos de madera, que ya se están combando, y también las vigas del techo. Además, el aislamiento habrá absorbido el agua de las paredes que se hayan mojado y puede que también tengan que romper y cambiar los paneles de yeso. Y tal vez hasta tengan que cambiarte los armarios de la cocina. Va a ser un trabajazo.
–Vaya, sabes mucho de construcción –comentó Itatí asombrada. Martín se encogió de hombros.
–El pub se inundó hace unos años y tuve que ayudar a mi padre con las reparaciones. Y tengo intención de hacer yo las reformas que sean necesarias en la casa de mis padres cuando tenga el dinero de la subvención para poder estirarlo al máximo, aunque me lleve más tiempo. ¿Te han dicho para cuándo tendrán acabadas las reparaciones?
–No, pero yo les he dado una semana para que terminen lo esencial. Les he dicho que si lo hacen bien quizá vuelva a llamarles más adelante para que me reformen la cocina. De todos modos pensaba hacerlo antes o después.
–Una semana no me parece mucho para todo lo que tienen que arreglar.
–Bueno, por lo que les voy a pagar, ya pueden ingeniárselas para tenerlo arreglado para entonces. Nunca he soportado alojarme en un hotel más de una semana, y eso fue antes de tener un bebé. Y Tara tendrá que venirse con nosotros, además. Hasta una suite en el Plaza acabará resultándonos claustrofóbica con todas las cosas de Roberto.
–¿El Plaza? –repitió Martín, mirándola con una cara rara–. ¿Lo dices en serio?
–Pues claro –contestó Itatí, que no entendía muy bien por qué le parecía tan extraño. Estaba al final de la calle y era lo más práctico–. Ya he hecho la reserva. No podemos quedarnos aquí con los obreros entrando y saliendo. Tara está guardando sus cosas y las de Roberto.
–¿Y no tienes a algún familiar con quien pueden quedarse? ¿Qué me dices de tus padres?
Itatí reprimió una risita, tapándose la boca, y sacudió la cabeza.
–No, gracias. Prefiero mil veces alojarme en un hotel. Ya te he contado cómo son.
–¿Y si se vinieran a mi departamento?
Itatí se quedó mirándolo y frunció el ceño.
–¿A tu departamento? No seas ridículo.
–No sé qué tiene de ridículo –replicó él–. No es como el Plaza, ni mucho menos, pero tengo dos dormitorios bastante espaciosos. Y una cocina, cosa que no tendrás en el Plaza. Además, estoy en el pub, trabajando, la mayor parte del día. Y solo será una semana, y así yo podría pasar más tiempo con Roberto.
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Imborrable -Pedritatí-
RomancePor culpa de la amnesia que sufría desde el accidente, Itatí Cantoral no recordaba al hombre con el que había concebido a su hijo, pero cuando Martín Cuevas, el atractivo propietario de un pequeño pub, se presentó en su despacho, los recuerdos invad...