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Al día siguiente, ocurrió lo peor que podía suceder: una tormenta de lluvia y truenos espantosos, acechaba al pueblo con terrible saña. Santiago, estaba asustado en su cuarto mientras sostenía el recipiente de la flor cuando seguía corriendo la poderosa tempestad.

—¡Abuelo! ¡Creo que fracasaré en tu misión! —gritó Santiago, que se hallaba encerrado en el cuarto. La lluvia y los truenos eran tan fuertes, que no se escuchaba casi nada dentro de la finca.

—¿¡Por qué!? —preguntó el abuelo, increpado, que desde afuera también intentaba conservar la calma en medio de tanta agua desbordada, recorriendo por los viejos prados verdosos ahora convertidos en pantano.

—¡Tú dijiste que era hoy! ¡Y si no salgo entonces la flor no resistirá!

—¡Cúbrela bien y no permitas que le entre esta agua sucia de truenos porque la puede matar! ¡Sí sobrevive es porque tenemos suerte! ¡Y si no, ya no se pudo entregar!

—¡Entendido abuelo! ¡Ojalá sobreviva para que esa niña pueda tenerla! ¡Eso esperamos!

—¡Sí!

Santiago, cubrió con sábanas el recipiente para que no se llenara de agua, porque hasta incluso la lluvia con su abrumadora fuerza hacía que goteara en el techo del cuarto, tampoco la arropó demasiado para no dejarla sin aire, y cruzaba los dedos al cielo tormentoso para tener la suerte suficiente para aguantar hasta el día siguiente porque era su último intento.

(...)

—¡Santiago despierta! —Santiago movía la cabeza de lado pensando que estaba en un sueño—. ¡Santiago!

Abrió los ojos con rapidez.

—¿Qué sucedió? ¿Qué hora es?

—Son las 2 de la tarde, ya Felipe estuvo aquí y dice que te espera en el parque infantil para buscar una niña hoy.

—¿¡De verdad!? ¡No puede ser! ¡No lo voy a lograr! —vociferó alarmado mientras se incorporaba con rapidez a la vida real, se vistió como pudo. Miró hacia el recipiente de la flor y seguía viva de milagro, todavía conservaba el brillo que le caracterizaba. Había sobrevivido a la ruda tempestad.

Santiago en menos de nada estaba dispuesto a salir, se hallaba despeinado, pero eso no le quitaba el sueño para conseguir lograr los objetivos establecidos.

—Abuelo... ¿Algo más que me tengas que decir?

—Nada, ya eres un hombre. Sabes muy bien lo que debes hacer.

—Listo —expresó con una tremenda sonrisa. Y salió campante con el recipiente especial, retenido como siempre desde su costado, dispuesto a todo para completar la misión más importante que le dejó su adorado abuelo: entregar la flor de azafrán.

El niño de la flor de azafránDonde viven las historias. Descúbrelo ahora