1. Laia

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Doscientas once, doscientas doce, doscientas trece… Las gotas caen lentamente desde una gotera en el techo de la oscura y mugrienta habitación, y saciando su sed en el charco que estas formaban, había dos ratas. Cada vez que llovía y la humedad provocaba filtraciones, estas aparecían. Las había bautizado como Marvin y Louis. Ellas y Laia son mi única compañía, aunque a Laia casi no la veo desde hace unos meses.
Bueno, me olvido de Ryan. Ryan es un chico un poco mayor que yo y que era el encargado junto con otros cinco guardaespaldas de escoltarme a una sala más grande con una silla eléctrica en medio cuando sus superiores me quieren interrogar.
Recuerdo que cuando llegué aquí, hace como unos diez meses, pateaba, empujaba y mordía a todo aquel que me quisiera llevar allí, pero aún contando con mi entrenamiento como integrante de la mafia, siempre ganaban ellos.
Ahora solo viene Ryan y ya no necesita sedarme para llevarme, voy yo solita, dando saltitos. Si la próxima vez consigo que eleven la potencia, conseguiré morirme por fin, no pierdo la esperanza. Ahora siempre caminaba por el pasillo con una gran sonrisa, todos me miran como si estuviera loca. Pero no lo estoy, Laia dice que no lo estoy.
La echo de menos, estoy preocupada por si le ha pasado algo.
Justo entonces aparece Ryan por la puerta. Por su mirada preocupada intuyo que hoy las cosas se van a poner muy interesantes durante el interrogatorio. Perfecto entonces, si tengo suerte, hoy me iré de aquí para siempre.
Paso a su lado con una sonrisa radiante y espero mientras me esposa las manos. Ambos sabemos que no es necesario, pero supongo que son los protocolos. Sinceramente me da igual, ahora mismo solo puedo pensar en lo cerca que estoy de la libertad.

Ryan no me cae mal, es más, creo que si hubiésemos coincidido en otras circunstancias podríamos haber sido muy buenos amigos, pero así es la vida, supongo.
Dos hombres musculosos nos abren la puerta de la sala. Y ahí está, en medio de esta, iluminada con el único foco de la habitación, como si tuviese un halo de luz, estaba mi billete hacia la liberación absoluta, la silla eléctrica.
Me gustaría haberme despedido de Laia. En fin, ya es tarde, espero que recuerde que la aprecio y que de no ser por ella me habría vuelto loca.
Camino lentamente hacia la silla para que nadie sospeche de mis intenciones, aunque hay algo en la mirada de Ryan que me dice que sabe lo que estoy pensando. No me importa, solo espero que no diga nada para que pueda desaparecer de este mundo de una maldita vez.

Uno de los guardias musculosos ha cogido una pistola por si las cosas “se descontrolan". Trato de no reírme. Tío, me van a drogar y a atar a una silla, ¿qué iba a poder hacer?
Me siento y espero con la cabeza alta a que me pongan las correas en las muñecas y en los tobillos, porque me irán a torturar, pero como dice Laia, una no puede perder jamás la dignidad.
Mientras espero, miro a Ryan y me despido de él con la mirada.  Espero que capte el mensaje y lo entienda. Pero lo que pasa a continuación me sorprende.
Ryan, quien parece haber entendido mi mensaje, niega imperceptiblemente con la cabeza, como si quisiera disculparse por algo.
Y entonces me doy cuenta, todavía no me han atado, no me van a poner en la silla. Mierda.
De pronto aparece Regina empujando una bandeja con ruedas llena de bisturíes y pequeñas dagas y cuchillos. Mierda.
Regina es la torturadora más conocida e implacable del país.
Ella y yo hemos coincidido durante algunas misiones que he hecho para mi padre. Siempre que nos encontrábamos, la cosa terminaba mal, no solo éramos de distintos bandos, éramos las mejores en nuestro trabajo y eso creaba aún más rivalidad. Con solo mirarnos un momento, sé que me ha reconocido. Sonríe de forma sarcástica.  Oh Dios, va a disfrutar muchísimo destruyéndome.
Con sus métodos ha conseguido que espías y mafiosos experimentados como yo desvelen todo lo que ella quiere, sin llegar nunca a matarlos del todo. Sabe perfectamente cómo manejar todos y cada uno de los utensilios de esa bandeja para causar un dolor inimaginable sin llegar a la muerte. Mierda.
Tengo que hacer algo ahora que mis planes han sido frustrados, ahora que no solo no voy a poder descansar en paz por fin, sino que además voy a estar sufriendo terribles torturas el resto de mi existencia. Tengo que hacer algo antes de que empiece el interrogatorio, debo de aprovechar que sigo sin ataduras para inmovilizarla, coger un arma y huir, pero… mi mirada cae sobre el guardia armado. Mierda, para eso era la pistola.
Miro a Ryan en busca de respuestas y veo en su mirada la tristeza y el arrepentimiento.  Y entonces lo entiendo. Resulta que él si sabía lo que yo pensaba hacer, quizá lo había visto en mis ojos o quizá me había oído hablar con Laia, pero lo sabía. Y había ido corriendo a informar a sus superiores.
Lo miro con furia y estoy a punto de levantarme para darle un puñetazo cuando unas manos fuertes me agarran y me empujan a otra silla, esta vez normal y me sientan. Yo me revuelvo, pero la fuerza de esas manos no disminuye mientras me atan a esta nueva silla, menos aparatosa que la eléctrica para poder facilitarle los movimientos a Regina.
No, no, no, no, no, no…
Siento que las manos que me estaban atando se retiran, y eso solo me asusta más. 
Regina se acerca, sin prisas, con la suavidad de un felino, con la superioridad de alguien que sabe que tiene a su presa bajo control.
Por el rabillo del ojo veo como Ryan sale de la sala con la cabeza baja, seguramente para no ver lo que están a punto de hacerme. Lo que él me ha hecho al chivarse.
Cobarde. Cobarde idiota, patético.
Ahora solo quedamos Regina, el guardia armado y yo.
Regina coge en bisturí, me sonríe y lo posa suavemente sobre mi mejilla, apenas un roce, una caricia, como una burla de lo que se avecina. De pronto sus ojos se vuelven oscurecen y me clava la hoja, haciéndome un corte bastante profundo. Trato de no gritar.
Ella se inclina sobre mí, tanto que uno de sus rizos color chocolate me roza la otra mejilla mientras me susurra:
-No sabes lo bien que nos lo vamos a pasar tú y yo, cielo.
Seguidamente, con un movimiento rápido, me clava un cuchillo en el muslo, hasta casi rozar el hueso. Ahora no lo puedo evitar y un grito emana de mis labios.
Ella comienza a preguntarme lo mismo de siempre. “¿Dónde se esconde tu padre?” “¿A cuántas personas ha reclutado?” “¿Dónde está el cargamento de armas que robó? “…
Yo apenas la oigo, la cabeza me da vueltas, comienzo a escupir sangre y mis oídos me zumban.  Veo borroso y escucho como si estuviera debajo del agua.
Justo entonces saca el cuchillo de mi pierna y vuelvo a soltar otro grito. Me acaba de desgarrar el músculo.
Regina se agacha para quedarse a la misma altura que yo, me mira fijamente, sonríe y me dice:
-¿Cómo está Diego?
Levanto la mirada rápidamente. De pronto mi cabeza deja de dar vueltas. No, es imposible. No puede ser que sepa de la existencia de mi hermano pequeño. No.
Pero su mirada y su sonrisa de superioridad me dice que es perfectamente posible. Lo conoce, o al menos, sabe que existe.
Regina echa la cabeza hacia atrás y suelta una carcajada. Trato de poner una expresión fría y superficial, pero es demasiado tarde. Sabe que ha tocado una fibra sensible. Ahora sabe dónde atacar.
Ella vuelve a cortarme en distintos puntos, algunos los aguanto, pero otros me hacen chillar y sacudirme, mientras pienso en mi hermano, mi pequeño… ellos saben quién es, si le hacen algo…

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