Doce en Punto.

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Fushiguro Megumi suspiró cansado. Miró una vez más la hora en el reloj colgado la pared de su habitación y después resopló. Solo faltaban cinco minutos para la media noche y no podía dormir, o mejor dicho, no debía de dormirse.

Nuevamente se cambió de posición y quedó de lado, con su brazo debajo de la almohada. Se seguía sin acostumbrar a su nueva habitación, la cual, por cierto, era muy minimalista. No tenía la gran cosa y no era porque no hace poco tiempo se mudo, simplemente prefería así las cosas.

El tic-tac del reloj retumbaba en la habitación y eso solamente alteraba al azabache. Sentía que el tiempo iba demasiado lento, aunque tampoco quería mucho que la media noche llegará ya. Era contradictorio, lo sabía, pero así se sentía.

Cuando las manecillas del reloj finalmente dieron las doce en punto, la habitación en donde estaba Fushiguro cambió. Ahora ya no estaba en su dormitorio, sino que estaba dentro del Dominio de Sukuna, aquel lugar para nada agradable.

—Yo~, Fushiguro Megumi. ¿Listo para tu fin? —El tan temido Rey de las Maldiciones, Ryomen Sukuna, sonrió con superioridad desde donde estaba sentado.

El azabache miró al hombre de cabellera rosada y en punta, el cual se encontraba en lo alto de un montón de huesos.

—Terminemos con esto —dijo el adolescente para después juntar sus manos.

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—Y con esto, ganó... de nuevo —Megumi rodó los ojos al momento en que dejaba caer una carta sobre una pila de cartas de juego.

—¡¿Ahhhh?! ¡Es imposible! —Sukuna gritó molesto—. ¡Haces trampa, definitivamente! —dijo lanzando las cartas que tenía a la cara del azabache.

Megumi, acostumbrado a eso, solamente suspiró. No era la primera vez que Sukuna hacía eso cada vez que perdía. Aún así, se seguía preguntando por qué quería jugar Uno cuando no sabía jugar. Más importante, ¿por qué aceptó prestarse a eso? Ahhh, sí. Era eso o dejarlo apoderarse de su cuerpo.

—Tks, tks, tks. ¡Una vez más, una vez más! —exigió la Maldición—, pero esta vez yo reparto las cartas para que no hagas trampa —advirtió tomando todas las cartas y comenzando a revolverlas a una velocidad inhumana.

Fushiguro suspiró y miró a su alrededor. Prefería ese nuevo paisaje que el anterior, pues en ese nuevo simulaba una habitación japonesa normal. Aunque no había ningún mueble más que los cojines donde estaban sentados, pero en realidad eso no le importaba. La primera vez que sugirió el cambio de ambiente, no creyó que realmente tomaría su comentario en consideración y lo agradeció, aunque no en voz alta, por supuesto.

—¿Ya? —preguntó el azabache mirando el techo con aburrimiento.

—Ya voy, ya voy —dijo Sukuna sin dejar de revolver las cartas del Uno.

Fushiguro volvió a suspirar. Aquella situación seguía siendo rara, pero tras varias veces, se acostumbró a una velocidad sorprendente. Bueno, tal vez era debido a que, tras tantas sorpresas en tan poco tiempo, se dejó de asombrar. Y todo había comenzado con el dedo del sujeto frente a sí.

Sí, todo había comenzado hace meses, cuando comió el dedo de aquella Maldición.

¿Cómo había sucedido?

Bueno, todo había sucedido en su antigua escuela, una normal y común preparatoria pública.

Él era un estudiante tranquilo (si quitamos el incidente durante su época de secundaria), de buenas calificaciones y buen rendimiento en general.

「 12: 00 」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora