|Capítulo 1|

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Me paro en la ventana de mi habitación

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Me paro en la ventana de mi habitación. Apenas son las primeras horas de la mañana y la frialdad pone de punta cada bello de mi cuerpo. La noche anterior quedó abierta para que mi pequeña y adorada mascota verde gozara de la humedad nocturna que tanta falta le hace para vivir.

Sé  que se preguntarán ¿Un gato verde?
¿Un perro verde?

¡No! ¡Sería una crueldad! Se enfermarían.

Mi mascota requiere de un cuidado especial y un tiempo exclusivo. Tiene extremidades recortadas, una amplia historia y sobre todo, mucho significado para mí.

¿Un bonsái?

Pues sí.

Entre más lo pienso, más me convenzo de que si me tocara vivir como planta en cualquiera otra vida después de esta rencarnaría en una de ellas. En  cierto punto somos como almas gemelas: ambas crecemos reprimidamente y de forma superficial. Según el Feng Shui donde quiera que sean colocados frenan el desarrollo y la expansión de todo lo que gire a su alrededor al igual que yo. Soy como ese gatito negro indefenso con fama de dar mala suerte.

Cargo la planta entre mis brazos con mucho cuidado porque un solo pie fuera de lugar y adiós mascota. Bajo las escaleras lentamente -literal, demoré como quince minutos en ir desde mi habitación hasta el jardín delantero-,
hago un pequeño lugar junto a los príncipes negros de mi hermana y coloco la planta en un buen ángulo donde el sol es justo como lo necesita.

El bonsái es un cerezo japonés que me trajo Julia de regalo cuando viajó a Tokio las vacaciones pasadas, si mal no recuerdo creo que fue un viaje de negocios o algo así.

Julia trabaja como secretaria de presidencia de la constructora Abigail, uno de los mayores conglomerados del país. ¿Cómo llegó hasta ahí? Pues ni idea, cuando llegué a vivir aquí ya estaba trabajando en ese lugar. Nosotras no hablamos mucho, es que realmente no sé si le agrade la idea de tenerme a cuestas invadiendo su espacio. En lo que a mí respecta, si soy sincera, no me gusta nada el hecho de tener que estar aquí; además de que en este tiempo tampoco hemos sido las mejores amigas.

Antes, cuando era pequeña no nos comunicábamos ni por teléfono y desgraciadamente no tuve la opción de elegir con quien vivir después del gran caos que ocasioné aquella noche. Al final, una buena amistad con Julia tampoco importa tanto, ella era esa media hermana por parte de padre que solo veía cada tres años en las vacaciones de invierno. Lo que más me duele de todo esto es que en el momento que llegué aquí dejé atrás todo lo que para mí era una vida.

Agacho la cabeza un momento y termino llevándome una gran sorpresa. Créanme cuando les digo que doy vergüenza, mucha vergüenza. Recién me levanté y olvidé por completo darme un baño, peinarme, cepillarme los dientes, ¡Oh Dios! ¡Nesesito quitarme el pijama, tiene a Rosita Fresita grabada en el trasero!

¡¿Rayos?! ¿En qué estaba pensando mi madre cuando me compró algo así? O bueno, en qué pensaba yo cuando usaba algo así.

El rugido del motor de un auto, mezclado con una música se escucha a lo lejos y con el pasar de los segundos se va agudizando. Me quedo parada como si nada, pensando en todas las vergüenzas posibles que podría pasar en este momento y apuesto todo, hasta lo que no tengo, que no es posible descifrar una expresión específica en mi rostro. El auto del rebulliso se parquea en la casa del frente, la que ha estado abandonada desde que vivo aquí y de eso hace casi un año. Digamos que nunca he tenido la dicha de ver un habitante en esa casa, y no lo entendía porque es una mansión enorme.

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