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Una mujer rubia con expresión pensativa estaba mordiendo de forma distraída el lápiz con el que anotaba los pedidos de los comensales. 

―Mary… ―La cajera, una mujer mucho mayor, de cabello castaño y sonrisa amable, llamó su atención―. Tierra llamando a Mary ―repitió. 

La joven volteó a verla. 

―Dime. 

―Hay nuevos clientes. 

―Oh… Lo siento… Ya voy ―acomodó bien su pequeño delantal y se acercó a la única mesa ocupada a esa hora del día. 

El recién llegado era un hombre que parecía en sus treinta, cabello negro y corto, con llamativos guantes negros. 

―Buenas tardes, ¿qué te sirvo? ―preguntó teniendo lista su libreta con el número de mesa en la página correcta. 

―Hola. Quiero café negro y tostadas. 

―¿Algo más? 

La rubia se acercó a preparar el pedido después de que él negara con un gesto. Tomó una bandeja del montón, sirvió el café negro y sacó algunas tostadas que estaban en el horno. 

En pocos minutos, llegaron más personas a la cafetería. Claire, otra de las meseras que se había tomado algunos minutos para salir a fumar, regresó al trabajo para tomar otros pedidos. 

―Oye, ¿no es el capitán América el de la mesa cinco? ―susurró Claire cuando ambas meseras estaban detrás de la barra. 

La rubia vio que había otra persona sentada frente al hombre de los guantes. No se podía ver su rostro desde allí, ya que le estaba dando la espalda a ellas. 

―Lo veré de cerca ―se secó las manos y tomó su libreta. 

―Buenas tardes, ¿quiere ordenar algo? 

Sam Wilson le sonrió. 

―¿Qué me recomiendas? ―preguntó después de descartar consumir lo mismo que Barnes. 

―La tarta de queso es muy buena. Podría acompañarlo con té frío o una soda. 

―Me quedo con la tarta y una soda de limón. 

Mary anotó el pedido y guardó su libreta en el bolsillo de su uniforme, después miró al hombre de cabello oscuro. Tomó la taza vacía. 

―¿Te traigo algo más? 

―Estoy bien, gracias. 

Mary caminó de vuelta hasta donde estaba Claire para confirmarle que el famoso capitán América, presentado oficialmente un año atrás, estaba allí. 

―¿Crees que acepte darme un autógrafo?

―Quizá si le ofreces una cortesía de la casa. 

―Excelente idea. 

El turno de Mary terminó a las diez de la noche. Se cambió de ropa y se envolvió en un largo abrigo de piel sintética. La fría brisa nocturna golpeó su rostro. Caminó lentamente hasta su departamento. Mientras metía la llave en la cerradura, percibió un aroma agridulce. 

―¡Ya era hora de que llegaras, mi niña! 

Una mujer castaña se aproximó con una sonrisa amable. Le dio un breve abrazo y después regresó a la cocina. 

―Melina… No avisaste que vendrías ―cerró la puerta y dejó su cosas en una silla. 

―Lo sé, lo sé. Fue una decisión impulsiva. Pensé en que te agradaría llegar y encontrar tu comida favorita lista. 

LETAL | Bucklena Donde viven las historias. Descúbrelo ahora