Prólogo

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Abel

El miraba cada rincón de la sala, escuchó los gritos eufóricos y pataleos.

No era fácil su trabajo. Nunca fue sencillo quitarles su esencia.

La puerta se abrió dejando ver a un ángel con el rostro desfigurado por los violentos golpes y el cuerpo cubierto de moretones. Su abdomen estaba cortado, sin duda lo habían castigado con látigos antes de venir.

El cabello revuelto y cortado de forma desprolija sobre sus hombros le daban un aspecto más deprimente. Se veía derrotado, la cabeza mirando al piso y dejándose llevar por la violenta escolta que lo acompañaba.

Se había rendido, lo aventaron al suelo y el no movió ni un musculo, Abel por un momento pensó que no duraría tanto en la tierra si a duras penas se podía levantar en el cielo.

—¿Tenían que dejarlo tan mal? —preguntó Abel poniéndose a la altura del futuro desterrado.

Se les había pasado la mano. Le tomó la barbilla y tomo su tiempo para inspeccionar su cara, el pobre a duras penas mantenía los ojos abiertos, pero tenía la mirada perdida. No parpadeaba, no se movían sus ojos.

Era simplemente desgarrador.

—Eso no es de tu incumbencia, Alatum— dijo Uriel.

Alatum, ese apodo que recibió décadas atrás, por el desempeño que fundía siendo parte del cielo, un trabajo tan deprimente conllevaba un apodo igual de descriptivo, ¿O no?

—Tal vez si ustedes no los torturaran como deporte...

—Da igual, no tardarás mucho con este, creo que ni siquiera estará despierto para recordarlo.

El desterrado soltó un gemido de dolor cuando Cailón dio un pequeño azote en la herida abierta sobre su hombro.

Abel lo empujó para alejarlo.

—Se dice gracias, creo que no te enseñaron modales ¿verdad? —ambos soltaron una carcajada.

Lo odiaba, siempre que traían a un desterrado le mataba la indiferencia con la que lo trataban. Como si no recordaran que hasta hace unas horas aún era considerado uno de los suyos. Se hacían llamar ángeles, pero conocía algunos que merecían mucho más que les quitaran las alas.

—Largo de aquí— se limitó a decir—. No necesita público para lo que va a suceder y yo no quiero lidiar con traidores como ustedes.

—No te confundas, Alatum— replicó desde la puerta Uriel—, por algo nosotros seguimos aquí y él está por irse. El que traicionó a nosotros con sus pecados fue el, no yo.

—Y tu recuerda que Lucifer se fue por tener la misma confianza con la que caminas por aquí, no eres indestructible.

Los dejaron solos en la fría habitación y Abel sintió como un escalofrío le recorrió por toda la espalda al ver que no parecía haberse movido el nuevo.

Se dedico a colocarle las correas en las muñecas tratando de no tocar las heridas.

—¿Cuál es tu nombre? —dijo Abel apoyándose en una rodilla para quedar a su altura.

El caído le dio la cara por fin.

—¿Por qué debería dártelo? ¿Me vas a golpear si no lo hago? —dijo con tono sarcástico—, creo que ya se te adelantaron.

—No importa sino quieres decirme, solo trato de ser gentil.

—Gentil­— repitió con ironía—, tú eres el que me quitará mis alas ¿no es así? Dime, ¿Qué tan gentil puede ser eso?

Elixir [ Saga: Impuros (Libro I) ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora