Capitulo XIV

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El domingo por la mañana, Zabdiel me llevó de paseo por el pueblo e insistió en comprarme todo lo que yo decía que me parecía lindo; desde un juguete de batman hasta un reloj. Al final, terminé por callarme, pero a él no le importó. Sencillamente, se limitó a comprar todo lo que yo miraba más de dos segundos.

Me dormí durante el trayecto de regreso a Londres, lo que lamenté, porque me habría gustado seguir disfrutando de la compañía de ese Zabdiel tan relajado que contaba anécdotas absurdas sobre su época de pasante y que se empeñaba en decirme que estaba guapo. No habíamos vuelto a hablar de lo de la noche anterior, pero tampoco hablamos del trabajo ni de Tom, ni de nada por el estilo.

Me contó alguna de sus aventuras en el extranjero y yo le correspondí hablándole de los dos veranos que había pasado en Italia de pequeño.

—Ya hemos llegado —me dijo cuando detuvo el coche frente a mi apartamento—. Tu compañero de piso seguro que te está esperando.

Yo abrí los ojos y al verlo mirándome con una sonrisa en los ojos, me sonrojé.

—Sí; Erick es el mejor. No sé qué habría hecho sin él.

—Habrías estado bien —afirmó Zabdiel—, pero me alegro de que tengas un buen amigo que se preocupa por ti.

—Bueno, será mejor que me vaya —dije yo, sin poder evitar mirarle los labios.

—No voy a besarte —me espetó, adivinando mis pensamientos y sin apartar los ojos de mi boca.

—Oh, está bien. —Intenté bromear para disimular la decepción, pero me temo que no lo conseguí—. Gracias por el fin de semana, señor de Jesús. Nos vemos mañana.

—Nos vemos mañana.

Iba a abrir la puerta, pero me detuvo y salió del coche para abrirla él.

—Gracias, pero podía hacerlo solo.—le dije con una sonrisa al bajar.

—De nada. Buenas noches, Christopher.

—Buenas noches.

Volvió a meterse en el Jaguar y me dije que él también había tenido que morderse los labios para no besarme.

Erick efectivamente estaba esperándome y no me dejó acostarme hasta que le hube jurado por toda mi familia que Zabdiel se había portado bien conmigo. No le conté lo que me había pedido, pero no por él, sino porque yo tampoco estaba listo para compartirlo. Zabdiel me estaba haciendo sentir algo completamente nuevo y no quería que nadie, ni siquiera Erick, intentase convencerme de que no estaba
bien.

A la mañana siguiente, me desperté con una sonrisa en los labios y con unas ganas casi incontrolables de ir al bufete y ver a Zabdiel, pero a medida que iba acercándome al edificio de la sede de Mercer & de Jesús iban asaltándome más y más dudas. ¿Y si Zabdiel lo había pensado mejor? ¿Y si todo había sido una broma de mal gusto? O, peor aún, ¿y si me había utilizado y ahora fingía que no había pasado nada?

Subí en el ascensor con el corazón en un puño y me fui directo a mi mesa para ver si conseguía calmarme antes de que llegase alguno de mis compañeros y me viese. Y entonces reparé en la caja. Una caja de terciopelo negro junto a un sobre y una taza de té recién hecho.

Miré a mi alrededor, pero no vi a nadie. Había llegado un poco antes y agradecí la soledad y la intimidad. Me quedé contemplando los distintos objetos durante unos segundos, sin necesidad de plantearme quién los había dejado allí y decidí abrir primero la caja.

Una llave colgando de una sencilla cinta de cuero.

Pasé los dedos por la llave, parecía nueva, y luego volví a cerrar la caja.

NOVENTA DÍAS //Adaptación//Donde viven las historias. Descúbrelo ahora