Capitulo XIX

116 20 19
                                    

—¿Estás bien, Zabdiel? —Corrí a su lado, pero él retrocedió antes de que pudiese tocarlo.

—Estoy bien. —Se dirigió a la cocina y abrió el grifo. Lo seguí y vi que empapaba una toalla con agua y que se la acercaba al labio inferior para contener la pequeña hemorragia.

—Tendrías que ponerte un poco de antiséptico —le sugerí yo, respetando las distancias que él había impuesto.

—¿No vas a preguntarme por lo que ha dicho Ruffus? —me soltó de repente,
dándose media vuelta.

Estaba furioso con Howell y consigo mismo, probablemente más consigo
mismo que con el otro hombre. Y buscaba pelea.

—No.

—¿No quieres saberlo? Ayer por la tarde me exigiste que te dijese dónde había estado los últimos días y ahora resulta que no quieres saber si de verdad me gusta atar a las personas.

—Está bien —contesté, mirándolo a los ojos. De lo contrario, él no iba a respetarme—. ¿Te gusta atar y dominar a las personas?

—Sí, soy así de perverso. Y tú deberías saberlo mejor que nadie.

—¿Por qué?

—Porque ni una sola vez te he dejado tomar el control mientras te hacía el
amor.

—Y he sentido más placer del que había creído posible. Sí, reconozco que te
gusta dar órdenes, pero siempre has cuidado de mí, tal como me prometiste que harías. No eres perverso. Ni cruel.

—¿Por qué confías tanto en mí?

—¿No era eso lo que querías? ¿No me dijiste que lo que más deseabas era
ganarte mi confianza? Pues la tienes y la tendrás siempre, diga lo que diga Ruffus Howell.

Zabdiell dejó la toalla en la encimera y vi que el negro de sus ojos se intensificaba.

—Ruffus y yo coincidimos en un club sadomasoquista. Es un lugar muy
exclusivo, sólo para hombres y mujeres de elevada posición social, que comparten ciertos gustos y aficiones.

—¿Cómo cuales?

Si él había sido lo bastante valiente como para sacar el tema, yo lo sería lo
suficiente como para hacerle todas las preguntas que tenía.

—Sexuales. En ese club siempre puedes encontrar a alguien dispuesto a
satisfacer tu deseo más secreto. Hay hombres y mujeres que sólo experimentan placer si los dominan, si reciben azotes o si sienten un látigo en la espalda. Y hay otros que sólo lo obtienen infligiendo dolor. También existen orgías e intercambios de pareja.

—¿Y tú fuiste allí?

No podía creérmelo; lo que Zabdiel me estaba contando me parecía demasiado sórdido para él.

—Sí.

—¿Por qué? ¿Cuándo?

Tuve la certeza de que la respuesta a la segunda pregunta era casi tan importante o más que la de la primera.

—Hace quince años. —Quince años atrás, Zabdiel apenas tenía veinte—. Hacía tiempo que sabía que follar como los chicos de mi edad no iba a funcionar en mi caso. Y mucho menos después de que mi primera amante me demostrase lo afrodisíaco que podía resultar el poder. —Me miró un instante y yo me obligué mantener el rostro impasible para evitar que interrumpiese su relato—. En esa época, no sabía cómo acercarme a una mujer y pedirle lo que necesitaba y la verdad es que estaba harto de sentirme como un monstruo. Oí a unos hombres hablar del club y mostré interés. No tardé demasiado en recibir una invitación y fui en cuanto surgió la
primera oportunidad.

NOVENTA DÍAS //Adaptación//Donde viven las historias. Descúbrelo ahora