Pecado Divino

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― Arcángel James.

― Querubín Peter, ¿qué puedo hacer por ti?

― ¿Cree usted que pueda hacerle una pregunta?

― Por supuesto que sí Peter. ¿Qué es lo que te gustaría saber?

― Yo... ¿cree que pueda ser en un lugar más privado? Es algo...delicado.

El arcángel lo observó curioso, sin embargo, lo guio a uno de los rincones más apartados del jardín.

― Dime Peter, ¿qué sucede?

― Yo... Yo... ― Su cara se deformo en una mueca, entonces el joven Querubín rompió en llanto. James estaba sorprendido, no recuerda cuando fue la última vez que vio a alguien llorar de esa forma...

― Por Dios Peter, ¿qué es lo que sucede?

― Yo creo que me enamoré de un humano, yo...yo no sé qué hacer, no, no puedo dejar de pensar en él, siento que me está matando por dentro. No sé qué hacer.

James estaba en shock. Jamás imagino que algo como eso podría volver a pasar. Un Ángel enamorado no era algo que sucedía todos los días...

James sabía que tenía que hacer, con una expresión decidida en su rostro, comenzó a hablar.

― Peter, no ya no llores, ven aquí. ― Dijo sentándose en una de las bancas. ― Déjame contarte una historia...

...

Desde que tenían memoria, Tony y Steve siempre estuvieron juntos. Eran amigos y aliados, ambos sirviendo al mismo señor. Su Dios todopoderoso.

Tony nunca había sido igual a los demás arcángeles. Sus alas oscuras resaltaban entre tanto blanco. Era mucho más inteligente que la mayoría, mucho más curioso también, parecía no haber superado lo que los humanos llaman "la estampa del porque" en los niños.

Steve era todo lo contrario. Era la perfecta definición de devoción. Su Dios lo era todo. Las reglas eran su ley. Nada tenía porque ser cuestionado, si su Dios lo hizo, entonces no habían preguntas que hacer.

Naturalmente, sus diferencias los convertían en un dúo perfecto, la necesidad de Tony de saber más chocaba constantemente con la inflexibilidad de Steve frente a la idea de cuestionar a su padre. Sus discusiones podían durar años, pero eso no hacía merma alguna en su estrecha amistad.

Parecía que nada podía separarlos.

Entonces, Lucifer Morningstar se reveló.

...

Steve estaba algo preocupado. Tras la caída del Lucero del Alba, Tony lucia constantemente una expresión de desafío. Steve a veces veía como el castaño observaba con deseo las puertas del Edén. El rubio sabía que, de no ser por su leve movimiento de cabeza cuando Tony lo miró fijo el día de la partición*, el castaño habría descendido junto con el resto de los Ángeles caídos.

Steve temía que Tony hiciera una locura. Tenía miedo de perder a su mejor amigo.

Tony últimamente pasaba mucho tiempo observando las anunciadoras*, Steve sabía que el Arcángel siempre había tenido una debilidad por los humanos más que por cualquier otra criatura. Pero Steve realmente no lo entendía.

― Me gustan porque son libres de amar a quien ellos quieran. Los envidio.

Con los ojos abiertos ante tal declaración, Steve fue rápido al responder.

― La envidia en un pecado Tony.

Tony solo lo miró tristemente, acongojado porque el rubio solo presto atención a esa parte de su declaración.

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