Anna y Carlos III

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—¿Escuchaste eso?

En un impulso, Carlos estuvo cerca de abrir la puerta, pero el hecho de que la madre de Anna estuviese fuera, lo hizo retroceder. El grito no solo se había escuchado, resonó por toda la habitación, amplificado, retumbando en las paredes.

—¿Qué fue eso, Carlos? —Anna estaba temblando—. ¿Carlos, fue mi mamá?

El chico estaba más que asustado. Primero la voz de la mamá de la chica y después el potente grito.

—Están en problemas Carlos, se los dije, les dije que iban a llegar.

—¿De qué hablas? —le preguntó el chico totalmente desconcertado.

Anna estaba llorando, se cubrió el rostro con ambas manos, temblando ligeramente. No era la misma de hace unos momentos, la que disfrutaba, ahora la chica parecía estar a punto de un colapso.

—¿De qué estás hablando? ¿Qué es lo que ocurre?

La chica no contestaba, seguía sumida en sus pensamientos, llorando. Carlos dudó en si abrazarla porque afuera estaba sucediendo algo malo. Él podía ayudar o podía salir corriendo antes de que se viera involucrado en algo.

—¡Anna! Por amor de Dios, ¿qué ocurre?

—Mis papás —mencionó Anna, ahogada por el llanto—. Tenían unas deudas que no podían pagar.

Oh, Dios, pensó Carlos. Tengo que salir de aquí ahora mismo.

Anna era una persona que se sabe tiene una familia con una fortuna considerable, bastaba con ver la casa en la que vivía. Carlos relacionó todo con algún problema con personas importantes y poderosas. No quería verse involucrado en algo así, jamás. ¿Qué iban a decir después de él?

—Al carajo, me voy.

—¡Espera, Carlos! —Anna seguía llorando y temblando—. No me dejes aquí, por favor. Tengo miedo, algo les puede suceder a mis padres.

Carlos la miró con lástima. Cómo se le pudo ocurrir sentir atracción por la hija de una familia sospechosa, y más aún, cómo es que estuvo a punto de tener sexo con ella. Los pensamientos se le arremolinaron en la cabeza. Pensó en la explicación que tendría que darles a sus padres, la escuela y la beca de deporte, si iba a ir a la cárcel o no, si estaría muerto en un par de horas.

No, pensó Carlos, al carajo, me largo.

—No es mi problema —lo mencionó con fuerza, seguro, pero sintiendo el miedo, se le podía notar en los ojos—. Me largo de aquí.

Avanzó hacía la puerta y no pudo abrirla. Trató de quitarle el seguro, pero ni siquiera estaba puesto. Volvió a intentarlo, pero era inútil. La puerta estaba atrancada.

—¡Nos han encerrado! —Carlos ahora expresaba pánico, no quería gritar porque no quería ser descubierto—. ¡Estamos atrapados! ¿Qué vamos a hacer?

Anna dejó de llorar en seco y se levantó.

—¿Pero querías huir? —tan rápido como pudo, sacó un cuchillo que tenía escondido debajo del colchón y se lo clavó en el cuello a Carlos—. ¿Qué te parece?

El chico se tambaleó, tratando de desprenderse del arma, su sangre emanaba a borbotones de su cuello y pronto comenzó a salir de su boca.

—Ay...uda...me —trató de pronunciar el chico, pero le resultó imposible.

—No es mi problema —contestó Anna.

Dejó que Carlos se desplomara en el suelo, desangrándose. Tomó la llave de la puerta y antes de salir por ella, sacó la pistola del cajón de la cómoda. 

El Juego de la BotellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora