0|Érase Una Vez.

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Prólogo

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Prólogo

Presente.

2021. Otoño.

―¿Tío Ian, puedes contarme una historia?

Avril me mira con sus soñadores ojos azules como los de su padre; con el rostro salpicado de ligeras pecas que forman constelaciones en sus mejillas sonrosadas. Heredó los mullidos labios de su madre, y el cabello rubio de ambos. Sin duda alguna, Avril es la niña más hermosa que alguna vez haya visto.

Aunque su moldeable personalidad se encamina cada día que pasa hacia la de su madre.

Ella señala el bordecillo de su cama, mientras sus deditos se empuñan alrededor de las mantas, cubriéndose hasta el cuello. Abandono mi posición junto a la puerta, y me acerco hasta ella. El colchón se hunde ligeramente cuando asiento mi peso sobre él.

―¿Qué historia quieres que te cuente? ―pregunto, mientras me inclino hacia la mesita de noche contigua a su cama, en busca de su vasto repertorio de historias infantiles.

Sin embargo, ella niega mientras me escudriña con sus enormes ojos tan azules como el mar abierto.

―Ya hemos leído esos. Quiero que me cuentes otra historia.

Frunzo el ceño hacia ella, abandonando las historias en su sitio.

―Bien, Burbuja ―Me giro hacia ella, y entrecruzo los dedos―. ¿Quieres que me invente una historia justo ahora o qué?

Avril aplaude ante la idea.

―No quiero que la inventes. Siempre me cuentas historias de princesas y príncipes. Ya me cansé de los finales felices. ¿Conoces alguna historia que no tenga un final feliz?

Si estuviese conversando con cualquier otra niña estaría realmente sorprendido ante lo que acaba de soltarme, pero llevo lidiando con la pequeña Avril prácticamente desde que nació. Y aunque, por el trabajo que tiene su padre Mickey, deleitando con su música a millones de personas a nivel planetario, no nos vemos durante largos períodos de tiempo.

Pero cuando las giras llegan a su fin, siempre es bueno pasar tiempo con los Janssen. Siempre he sido uno, de cualquier modo.

Ahueco mi barbilla entre mis dedos, fingiendo sopesarlo.

―Um... está un poco complicado, burbuja.

―¿Nunca te has enamorado, tío Ian? ―pregunta con una inocencia que me fisiona.

Me río con suavidad, y busco su mano por encima de las gruesas mantas que envainan su pequeño y menudo cuerpecito. Su pregunta rasga una herida en mí. Una herida que me recuerda que en algún instante de mi vida, antes de unirme a los Janssen, todo era completamente diferente.

―De hecho, he amado con cada fibra de mi corazón.

―¿Y qué sucedió, tío Ian? ―se interesa en saber con demasiada energía para ser las diez de la noche.

―Seguí mi camino, burbuja.

―¿Era una princesa? ―chilla, emocionada. Sus ojos se abren a tope, y sus pupilas son cubiertas con una estela de genuina inocencia.

Su pregunta me hace reír.

―La más hermosa de todas ―digo, omitiendo el ardor que se aloja en mi garganta al hablar sobre ella. Nunca había hablado sobre ella a nadie. Durante todos estos años, nuestra historia había permanecido resguardada en lo más profundo de mi alma.

Avril se cubre hasta la barbilla, pardeando intermitentemente.

―¡Oh, tío Ian! ¡Sabía que te gustaban las princesas! ―sigue chillando.

Ladeo una sonrisa traviesa.

―En realidad, Micah era el aficionado.

Avril hace un mohín. ―Sigue siéndolo. El otro día fuimos a ver una película de princesas, y le dije que no me gustaban, y se enojó ―relata, llevándose la mano encorvada a la boca como si estuviese contándome un secreto. Un sacudón azota su cuerpo―. ¡Es una princesa atrapada en el cuerpo del tío Micah! Pero, ¿cómo se llamaba tu princesa?

Sonrío, y aprieto nuestros dedos enlazados.

―Zebra. Su nombre era Zebra.

Avril alza las cejas.

―¿Cómo los animales?

―Parecido ―replico, sin reprimir mi risotada.

―¿Y vivieron felices para siempre?

―Bueno, Zebra solía creer en los felices para siempre. Nunca he conocido a alguien que piense del modo en el que ella lo hacía.

―¿Y por qué no están juntos, tío Ian? ―Avril se endereza de un tirón, cubriéndose la comisura labial con sus menudas manitos―. ¡No juegues! ¿Te dejó? ¡Pero si estás bien guapo, tío Ian!

Mis risas inundan el lugar inmediatamente. Me inclino hacia ella para acariciar su largo cabello rubio, y luego trazo su mejilla con dulzura. Sin embargo, el pecho se me comprime hasta volverse insoportablemente doloroso.

―En realidad, yo la dejé ir... ―le confieso. Subo mis piernas a la cama, y me acurruco a su lado para ponerme más cómodo.

―¿Y cómo comenzó su historia de amor?

Suspiro, beso su cabeza y clavo mis ojos en la ventana salpicada por la lluvia que cae a raudales en el exterior.

―Bueno, como todas las historias de amor, con érase una vez...

...

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⏰ Última actualización: May 20 ⏰

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