La visión de Iván.

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Afuera de la casa la lluvia lavaba el ambiente, quitando el aroma a calor húmedo y tierra agrietada, las copas de los árboles en el Bosque Gris se agitaban con violencia y elegancia al ritmo de la sinfonía de la tormenta, ensamblada por la lluvia, lo árboles, el viento, los techos de teja, las miradas rezagadas contemplando el nublado día tras las ventanas, hacía tiempo que no llovía así.

Dentro de la casa, sin embargo, el sol se alzaba en lo más alto del cielo, las leonas acechaban sigilosas entre la maleza a un rebaño de cebras y los exploradores a su vez acechaban a las leonas; claro que no había tal sol ni tales leonas, Iván no estaba siquiera seguro de que la sabana africana fuese del mismo color marrón amarillento que él le había puesto en su mente, cerró el libro en cuanto el protagonista de la historia disparó a la primera leona con su escopeta, imaginándose que ese sería él en algún punto del futuro, viviendo la vida como lo han dictado los grandes autores que en la biblioteca de su abuelo se volvían frágiles, polvorientos y de matiz mortecino, pero en su mente volvían a la vida, le daban mensajes y le dictaban alternativas pintorescas para los años por venir.

Salió de la casa viendo que el cielo estaba blanco y apenas lloviznaba, algunos niños habían ya retomado el partido de futbol en el suelo lodoso y encharcado del parque, Iván esta vez no quiso jugar, solo los observó con la mente todavía en la sabana africana, su mirada iba del balón a las cebras, del lodo a las hierbas altas, del niño que esperaba ansioso y con expresión vigilante el acercamiento del balón a la portería improvisada a los ojos de la leona al encontrarse con el fusil, un cielo blanco, un cielo naranja y de repente un trazo inesperado mancho el cielo como una pincelada sacándolo de su ensimismamiento, era un azul muy intenso y brillante, era una gran ave azul.

La vio salir del este en donde está el Cerro Claro para adentrarse en cierto punto del Bosque Gris, la vio alzarse brevemente para luego sumergirse en la espesura de árboles, no podía dar crédito a lo que acababa de ver, tendría que ser un ave de al menos su tamaño para poder verla de manera tan clara desde donde estaba, su impresión fue muda, ningún otro niño parecía haber notado al pájaro, tampoco parecían haberse dado cuenta de la presencia y posterior ausencia de Iván, la visión de una ave tan grande de color azul vibrante parecía totalmente fuera de lugar en un sitio como Piedra Gris que apenas podría considerarse una ciudad pequeña, todos los pájaros que había visto en su vida eran pequeños, grises o marrones o de cualquier otro color similar y opaco, de diminutos cuerpos, a excepción tal vez de unos cuantos zamuros, gaviotas y pelícanos que había visto fuera de Piedra Gris, pero nunca de un azul tan azul que se volvía verde y amarillo y algo rojizo, en esas calles no había colores tan vivos.

Era ya un poco tarde como para pasear por ahí, la visión del animal había tomado por completo su mente, era como si un producto de su imaginación hubiese hallado la forma de materializarse, no estaba tampoco muy seguro de si en verdad lo vio o si solo había escapado por un momento de las páginas del libro que lo mantenía absorto en donde se narraban aventuras en tierras exóticas.

Sin embargo, terminó de devorar el libro esa misma noche y en ninguna parte se describía a ninguna ave de plumaje llamativo y exuberante, fue por eso que decidió que tenía que ser real y que a la mañana siguiente iría al bosque de expedición y la encontraría como los héroes de las historias.

El árbol hueco.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora