Al otro día era sábado, salió medio dormido y medio despierto aproximadamente a las nueve de la mañana hacia el Bosque Gris, pensó que lo mejor era ir solo y no decirle a ninguno de sus amigos acerca de su misión ya que la presencia de otros niños opacaría su papel en el descubrimiento y no quería compartir ese crédito con más nadie, ya las calles estaban secas y de la tormenta del día anterior no quedaba rastro excepto por la magnífica alfombra de hojas y ramas y suciedad que cubría los caminos y que ya algunas personas se estaban apresurando a quitar, fue en bicicleta lo cual no era una empresa complicada para un niño de once años ya que la mal llamada ciudad era bastante pequeña y el de todas formas vivía en los bordes de la misma, el bosque no estaba tan lejos como parecía, nunca lo estaba, rodeaba el lugar casi por completo creando una atmosfera de pertenencia e identidad a todo lo que dentro de sus límites se edificaba, la carretera era lo único que no pertenecía por completo a Piedra Gris, separaba al bosque en dos como Moisés había separado al Mar Rojo.
Los sábados por la mañana eran algo que le agradaba bastante a Iván, eran exactamente iguales a los demás días pero con más gusto a letargo, menos aroma a flores marchitas y más de pétalos frescos desparramados y pisoteados en los adoquines de la plaza y los escalones polvorientos de las entradas, más ventanas abiertas y sobre todo después de una tormenta, así no quedaran rastros de ella, le daba a todo una sensación de renacimiento, de novedad y nadie sentía esto más que Iván que en su mente era un valiente guerrero a punto de encontrarse con una criatura mitológica.
Al cabo de media hora se hallaba en el lindero del bosque, el Señor de las Pinturas lo saludó como de costumbre al tiempo que le tendía un par de pequeños lienzos en los que se representaban paisajes para Iván nunca antes vistos, el niño los ignoró y abandonó su bicicleta junto a él, entró al bosque siguiendo el sendero por la misma ruta que siempre tomaba con sus amigos cuando iban a jugar al bosque, la cual apenas se alejaba del punto en donde el Señor de las Pinturas ofrecía sus extravagantes mercancías. La curiosidad lo llevó si acaso un poco más lejos, dio vueltas en círculos durante mas o menos una hora hasta que aceptó que el extraño pájaro no debía ser más que un producto de su imaginación, de todas formas no tenía idea de qué iba a hacer si lo veía, no podía cazarlo ya que no contaba con una escopeta y sabía en el fondo que no quería matarlo, tampoco pensó en tomarle una fotografía, ya había tenido una mala experiencia fotografiando aves cuando una gaviota lo atacó al hacerlo en un viaje a la playa hacía tres años atrás. Justo al recordar aquel incidente oyó un graznido bastante peculiar que reanimó sus esperanzas en que la criatura que vió volar el día anterior fuera real, el sonido se repitió una y otra vez, parecía provenir de algún lugar al norte de donde se hallaba, no se atrevía a ir más hacia el corazón del bosque, jamás había ido más lejos de donde estaba ahora, hasta que escuchó una voz conocida responder a los graznidos gritando “¡AQUÍ! ¡AQUÍ!”, era el Señor de las Pinturas, antes de siquiera darse cuenta de que era el quien respondía pudo ver su espalda adelantándose a toda velocidad por el sendero y luego salir de él perdiéndose en la masa de hojas y ramas grandes y pesadas en dirección al sonido sin dejar de gritar “¡AQUÍ! ¡AQUÍ! ¡AQUÍ!”
Es obvio que Iván se sintió intrigado ante este hecho, tenía ganas de correr tras el Señor de las Pinturas y llegar a la fuente del ruido, sin embargo un impulso de prudencia o lo que sea lo dejó plantado en donde estaba, esperando que el pintor se alejara un poco, si bien era más manso que un cervatillo Iván y casi todos en el pueblo estaban conscientes de la clase de problemas a los que aquel hombre se enfrentaba y sabía que no quería verse involucrado en asuntos tan turbios.
Cuando sintió que ya había esperado lo suficiente caminó apresuradamente hacia el lugar en donde el pintor abandonó el sendero, y una vez ahí intentó correr siguiendo los graznidos y los gritos, cosa que no fue tan fácil para él como para el Señor de las Pinturas puesto que las raíces que sobresalían del piso, las piedras y los desniveles generales del piso dificultaban el paso, casi cayó varias veces, casi, otro detalle era que el piso del bosque parecía ser el único que no se había secado todavía y sus pies se hundían en el lodo y resbalaban incontables veces, al parecer era la misma rapidez con la que iba lo que le impidió caer, al cabo de unos minutos ambas voces cesaron, se detuvo abruptamente casi cayendo, casi y se dio cuenta con algo de pánico que no tenía idea de donde estaba, miró en derredor y lo único que veía eran árboles que le eran todos iguales, trató de acallar el sonido de su respiración para escuchar, esperando oír las voces que había seguido pero nada, solo escuchaba los murmullos del bosque y su corazón a punto de salirse de su pecho, estaba empapado en sudor y miedo, no sabía dónde estaba, no recordaba las mil y un curvas que había tomado para llegar hasta ese punto, se había ido persiguiendo a un loco y de paso no había nadie cuidando su bicicleta, no quería gritar por el mismo motivo por el que no había seguido al pintor inmediatamente, temía verse involucrado en cosas en las que ningún niño debería verse involucrado, ese había sido el error del mismo Señor de las Pinturas en primer lugar, aunque esa ya es otra historia que se contará más adelante, los verdes del lugar lo enfermaban y ya estaban haciendo una especie de agujero en su mente que bien podría decírsele paranoia. Estaba perdido y ese era un hecho.
Se sentó en una piedra mohosa a esperar, recordando una escena de “Alicia en el País de las Maravillas” en la que Alicia pierde su camino y decide sentarse “a esperar que alguien la encuentre”, eso era en efecto lo que estaba haciendo, esperar que alguien lo encontrara, apenas pasó dos minutos ahí sentado y se desesperó, cuando se es niño los minutos parecen horas, empezó a dar vueltas por todos lados esperando ver algo, el sendero, una persona, pero algo, se negaba a creer que estaba perdido, tenía que ver algo además de árboles y piedras y piedras y árboles, algo, algo como la pluma azul que se asomó como una gema entre el verde tapiz del suelo.
En su cabeza sonaron cantos de victoria.
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El árbol hueco.
FantasiEra apenas un niño. ((Imagen de la portada)): "Ala de pájaro", Alberto Durero.