Cerré los ojos. El cansancio del día, me sobrepasó. Creí estar en la mejor etapa REM de mi noche, pero su voz susurrante me confirmó lo contrario:
— Namaá... Mi pequeña lilim*...
Abrí los ojos, y efectivamente, como cada vez que me llamaba, no estaba en mi cama.
Tenía la misma túnica negra de símbolos dorados en la espalda: una larga columna triangular con una extensa cobra que la recorre... Esa es mi marca para no ser absorbida por el resto de los súcubos que recorren los dominios de Lilith.
Andar por su reino es caminar por un bosque ceniciento, de árboles sin hojas y ramas muertas que parecen mecerse sobre mí a cada paso que doy. En el camino repleto de tierra quebrada y seca, el aire polvoriento y con aroma a azufre, me envuelven mientras las mariposas negras revolotean a mi alrededor. Algunas tienen colmillos feroces o grandes ojos blancos.
Celanova siempre me recibe cuando su madre me invoca. Acompaña mis pasos en el largo trayecto hasta llegar a los aposentos, mientras apoya su garra deforme sobre mi hombro izquierdo. Jamás me ha permitido observar su figura. Sólo una vez le pedí su nombre y me contestó en un quejido agudo: "Celanova". Asmodeo gruñe y su ira se escucha en todo el bosque. Resuena entre las ramas de los árboles moribundos que se encogen por temor.
Sabe que cuando Lilith envía a mi búsqueda, se avecinan tormentas...
Veo a la distancia el santuario desértico bañado por ese extraño sol en fuego sanguíneo que cubre todo el valle de la lujuria en tonos anaranjados.
Celanova queda en la entrada del bosque y me señala el santuario. Clava su garra en mi espalda, recordando que nunca debo mirar hacia atrás. Y escucho sus pasos arrastrados ingresando al bosque, mientras sus gruñidos acompasan su andar.
Los escalones de piedra y madera destilan un calor inusual, el azufre aumenta y el aire se vuelve denso, la puerta doble de madera maciza y hierro que tiene la inscripción del mismo símbolo de mi túnica, se abre pesadamente.
Camino con la cabeza gacha, cubierta por la capucha de la túnica. Entonces veo la gran mesa de piedra y flores, tallada a mano. Su material es de arena del mar... pero al tacto es piedra. Dicen que pocos son los que ingresan a su santuario y menos mortales.
"Lilith debe tener algo especial para ti, una simple mortal" me susurró Celanova, una vez.
Nunca creí eso. Aún, luego de tantas visitas... sigo sin creerlo.
— Namaá...— escucho llamarme.
Acostumbra de llamarme Namaá, por otra súcubo como ella. Una diablesa colega de aventuras. Su afinidad con ella, la ha llevado a huir del Edén, y comenzar en castigo, el Imperio Negro que hoy maneja.
A un movimiento de su báculo, la mesa de piedras y arena se desintegra, arrebatada por una ráfaga de aire. Era lo único que nos separaba. Pude ver, entonces, la base del trono asomar levemente.
Extiende su gran báculo de piedras brillantes y madera, rodeado de espinas de sangre, hacia mí. Con él me obliga a levantar la mirada.
—Mi querida lilim, mi hija mortal... reflejo de mi esencia. Vuelvo a verte.
Levanto mi cabeza y sucede lo mismo de siempre: No consigo ver su rostro por la luz intensa que pasa detrás del trono. Su vientre de embarazo prominente, sus manos repletas de anillos y ese elegante vestido amarillo con negro de telas vaporosas y flotantes le dan un aire siniestro y maternal.
— Irás al templo Ester por tu próxima prueba. Esta vez, necesitarás la fuerza de tu esencia para derrotar lo que viene. La debilidad no es una opción para tí, mi pequeña Namaá... esta vez deberás ganar, sino, te quedarás aquí. Y serás mi esclava. — me dijo sin ningún ápice de misericordia.
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Eres libre, Namaá.
Short StoryUna mujer consentida por un demonio, encontrará en su dolor y soledad, la redención. Viviendo varias vidas, Namaá, saldará las deudas del karma, una y otra vez, hasta llegar a la libertad. ADVERTENCIA DE CONTENIDO ADULTO.