Zed

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Sentir las piernas ligeras, correr, saltar y escabullirse en las dulces sombras que se forman en las esquinas de las calles mientras todo el mundo sale en tu busca. Sentir el poder de la adrenalina en tu cuerpo y dar esquinazo a todo obstáculo que se interponga en tu camino. Alguien se acerca.

Simplemente me coloco detrás de él y tras una rápida cuchillada el guardia cae inerte en el suelo en un silencio realmente siniestro con aún cara de terror dibujada en el rostro. Inmediatamente, salto a la cornisa más cercana y me subo a los tejados de la pequeña aldea mientras comienzo a escuchar los gritos provenientes del lugar del tan reciente asesinato. Aún podía sentir el olor de la sangre y la adrenalina fluir por sus venas.

Sentir el poder. Eso es lo que más aprecio: sentirme tan libre y capaz de todo lo que yo pueda querer, sin que nadie me lo impida y menos esos ignorantes. Oigo ruidos provenientes de abajo, diferentes a los chillidos, es hora de irse.

Salto con una agilidad que jamás podría haber nadie imaginado de mí mismo y me fundo entre las sombras como mis afables compañeras, dejando un rastro oscuro detrás y apareciendo más adelante. Dos guardias tienen la desgracia de atravesar mi sombra. Grave error: con un rápido giro de cuchillas otros dos cuerpos caen muertos como plumas.

Hacía muchos años que la Sabiduría se me había concedido. Como discípulo de las Artes del Ki siempre había sido una decepción y objeto de risas de los demás, a lo cual, lleno de furia, había decidido sucumbir al uso del objeto más protegido de toda la región: El Pergamino de la Sombra Prohibida.

Tras eso, mi vida cambió para siempre, empezando por el asesinato de todos los discípulos de la orden donde me entrenaba, a modo de venganza, lo cual me regocijó enormemente. Tras eso, me entrené en el arte de la Sombra, la cual iba guiándome por una senda totalmente nueva y mi vida se fue volviendo más y más oscura, algo que realmente me gustaba.

Ahora, miro al horizonte y pienso en todas las cosas que he hecho y que aún puedo hacer. Quién sabe si, consiguiendo más poder, lo que sería capaz de hacer ¿quién me podría parar? Y en caso de que algo llegase a ir mal me fundiría entre las sombras como si nunca hubiese estado ahí, eso sí, dejando un rastro de cadáveres detrás de mí, por supuesto.

Más guardias vienen y me arrinconan por todos lados, me rodean. Se empiezan a abalanzar cuando me fundo de nuevo en el mundo de las Sombras y en el lugar donde estaba solo queda la Sombra Prohibida, que ya ha dejado otro rastro de muertos alrededor suyo. Sonrío bajo la máscara que porto y corrupto de poder, corro a la muralla y salto fuera de ella. Por fin fuera. Fuera de aquella ciudad ahora maldita por el desastre que he desatado.

Deslizo mis pies por la fina hierba que se mueve al compás del viento en los campos de Jonia, la tierra a la que yo, Zed, pertenezco y mientras tanto observo como la vida alrededor va muriendo, pues todo lo que alguna vez tuvo una pizca de luz, ahora está contaminado por mi oscuridad y vuelvo a mirar al horizonte.

Recuerdo como cuando llegó la hora del asesinato de mi maestro, él me miró aterrado a los ojos y me dijo: “Recuerda que toda sombra la ha provocado una luz. Cuanto mayor es la sombra, mayor es la luz que la provocó.” Divertido por las inútiles palabras que había pronunciado, le corté la garganta dibujando una sonrisa roja tan grande como la hoja de acero que blandía.

Miro a todos lados en busca de alguien que se pueda acercar y tras no encontrar a nadie vuelvo a deslizarme silenciosamente hacia ningún lugar concreto. Me coloco entre un par de cerezos en flor y decido descansar así que cierro los ojos y disfruto cuando la oscuridad vuelve a mí.

Me despierto cuando escucho los ruidosos pasos de unas botas pesadas viniendo hacia mí. Rápidamente desaparezco, y tan pronto como me doy la vuelta en el lugar donde aparezco muchos guardias me atacan con un extraño artefacto que no reconozco y el temor me llena: me siento débil. Poco a poco me desmayo.

Cuando despierto algo extraño me pasa, noto que algo me falta. Estoy en una celda podrida y oscura llena de mugre por todos lados que no cuenta con ningún tipo de mobiliario en ella, y me duele todo.

Observo las rejas que tengo delante y sutilmente invoco a la Sombra Prohibida para atravesarlas, pero algo falla y nada aparece delante de mí. Atónito, sigo intentándolo, en vano, y grito lleno de frustración. ¿Cómo se han atrevido a arrebatarme mi poder? Si algo tengo seguro es que en cuanto pueda, todo aquel responsable de esto, habrá muerto antes de que pueda suplicar una sola palabra ante mí. No podrán llegar a mostrar signos de debilidad.

Vuelvo a escuchar pasos, y esta vez, una figura con porte noble y altivo se alza sobre mí: es Swain, el Gran Comandante de Noxus, con su fiel cuervo al hombro. Una voz áspera y fría sale de él:

-       Sacadle. – Ordena.

Esta es mi oportunidad, cuando piensen que tienen todo controlado hundiré mis queridas cuchillas sobre sus costados y morirán todos y cada uno de ellos. No tengo miedo, ni siquiera a Swain. Abren la celda y cuando me preparo para atacar Swain levanta la mano y dice:

-       Alto. – Algo me frena y me hace dudar, así que sigo escuchando. – Hemos visto tu potencial y quiero ayudarte a poder realizar todos los actos sangrientos que jamás hayas deseado. En Noxus valoramos la capacidad bélica de las personas.

-       ¿Cómo es eso si me habéis arrebatado lo que me hacía fuerte? – Pregunto con un deje de asco en la voz.

Swain me explica la existencia de un lugar de batalla, donde podré volver a usar la Sombra Prohibida, de un lugar cuyo cometido solo será uno: el asesinato. Una sensación se revuelve en mi interior y con ansias de sangre acepto.

*  *  *

Han pasado semanas desde que acepté el cometido que se me encomendó y por fin llego a mi destino: las débiles luces de un campo de batalla se atisban delante de mí. Por fin soy dueño de mí mismo y descubro que poco a poco mi poder vuelve a mí. Lo compruebo mezclándome por fin entre la oscuridad y dejando a la Sombra Prohibida detrás de mí. Pero ahora tengo un cometido, luchar en un lugar en el que se me ha asegurado las cosas que más aprecio: gloria, poder y sangre, y para ello tengo un poder desconocido por muchos y con un gran potencial.

Llego a la puerta de un extraño edificio y sé que es la hora. Las débiles llamas iluminan mi silueta y dejan una inmensa sombra detrás de mí y recuerdo aquellas palabras que me dijeron hace tanto y sin embargo, me resulta gracioso.

Miro al frente, respiro y doy un paso. Es la hora de unirme a la Liga de las Leyendas.       

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