CAPÍTULO 2

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Una parte de ella quería dejar al ducado y seguir ese camino de ruinas para irse apenas llegue la noche. Pero Diannel era consciente de la necesidad de mantener en pie el ducado para conseguir su nueva vida y la oportunidad de vengarse de todos por su propia mano.

La duquesa ordenó a otras sirvientas que le ayudarán a vestirse. Ahí noto que el mensaje no les llegó a todos, ya que una, Mera, no tardo en lastimarla con la aguja. En respuesta, Diannel tomó la muñeca de la sirvienta que la hirió, le quitó la aguja y se la clavó en el ojo sin dudarlo.

Un grito horrible se adueñó la habitación y las otras sirvientas se apartaron horrorizadas. Entró un sirviente preocupado por el escándalo y socorrió a Mera con el ojo sangrando. Miro a la duquesa bastarda con la aguja en su mano, pero no pudo decir nada por las órdenes de la señora:

—Llévala a los calabozos, se atrevió a lastimarme. Debería estar agradecida de que solo le haya punzado su ojo. Aun podrá seguir viendo lo suficiente como para continuar trabajando.

El sirviente no quiso discutir, pues en su mente se repetía que el duque la castigaría por esto en cuanto llegara. Por tal acontecimiento, Diannel recordó la primera vez que se quejó a Oliver al ser pinchada con agujas. La primera y última vez:

—La duquesa se movía demasiado, comenzó a quejarse de todo lo que hacíamos y hasta nos amenazó con cortarnos el cuello si fallábamos —dijo, tiempo atrás, la misma sirvienta del ojo herido al duque mientras derramaba algunas lágrimas y temblaba: Mera—. Creo-creo que lo hizo a propósito... —y las demás sirvientas solo afirmaron tales confesiones falsas.

Por tal mentira, su esposo le dijo que se comportara. Eso hizo que sintiera más agujas en su cuerpo por parte de Mera hasta que el dolor se sintió tan familiar que ya ni pensó en quejarse nunca más. Sacudió la cabeza para dejar a un lado tal recuerdo y se concentró en el presente. En cuanto el sirviente se fue con la tuerta, Diannel ordenó a las otras sirvientas que siguieran atendiéndola.

—Aylin no se ha quitado el pañuelo de su boca ¿verdad? —dijo Diannel.

—No... no-no se lo ha qui-quitado, duquesa —el tartamudeo de las sirvientas era placentero para Diannel que le saco una sonrisa sutil.

—Y así seguirá hasta que yo decida que se pueda escupirlo —"la soberbia me queda tan bien"—. Aylin debería agradecerme por eso. Si encuentra placer en oler las camisas de mi esposo, tener su pañuelo en su boca debe ser un sueño hecho realidad.

"Puedo tener la reputación de mujer celosa y malvada, pero me da igual. Estoy bastante complacida con que ninguna se atreva a tocarme. De por sí, quiero arrancarle los ojos a estas sirvientas cada vez que siento sus manos. Me da asco que toquen mi piel".

Después de tanto tiempo, Diannel se vestía con lujos como una verdadera duquesa. Pero, ahora su belleza era algo a lo que no tenía tiempo para admirar. Sus ojos miraban el camino donde el ducado Verlur sería su fuente de ingresos para su venganza y futuro.

Todos los sirvientes se preparaban para recibir al duque y sus caballeros. Diannel salió a la entrada principal para recibir a su esposo. Ahí vio cómo Aylin aún tenía el pañuelo en la boca y no estaba presentable. Pues su cabello estaba despeinado por los jaloneos, los rasguños estaban alrededor de su boca y las lágrimas no fueron borradas de su rostro.

"Seguramente quieres llamar la atención de mi esposo y hacer que me regañe. Pero él no estará en condiciones de defenderte de mí. Nadie se salvara de mi... nadie".

Los caballos se vieron a lo lejos, avanzaban tan rápido que preocupó a los demás. Pronto habían llegado a la entrada de la mansión, pero antes de recibir un saludo, alguien asustó a todos.

Las Libertades Del OdioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora