Capítulo único

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El emperador hizo llamado a sus sirvientes desde el lecho de su esposa.

Esta lucía más amarilla y abatida, lo que preocupó a los presentes. Secaron las lágrimas de su noble y lo trataron de consolar, pero era en vano.

No quería desprenderse de su amada. Ya no comía, bebía, por lo que llamaron al médico. Este hombre animó al emperador con la receta que le indicó, pero fue en vano. La mujer estaba más sería y le aquejaba ahora un dolor de estómago.

Entonces, el noble anunció dar una cuantiosa recompensa a quién le diera la cura.

No se hizo esperar en presentarse un brujo. Este le contó sobre su pócima y los efectos milagrosos de esta.

—¿Es cierto lo que escucho?

—Más cierto como que soy brujo.

Con el brebaje, la mujer no despertó. Estaba en un profundo sueño a causa de la enfermedad y eso molestó al noble. Exilió al brujo como al médico y obligó a la gente a preparar una cura a toda costa. En los siguientes días, los brebajes que llegaban a la boca de su querida lo pusieron irritado. No despertaba con ninguno y eso fue causa de que cerrara las puertas de su palacio. Declaró no asomar la nariz y los guardias resguardaban la entrada a desconocidos.

Poco después, hizo presencia un viejo que decía ser sabio. Los guardias, felices de la noticia, lo dejaron entrar hasta donde yacía deprimido su triste hombre. Al ver el viejo, este bramó de irá en contra de sus guerreros, pero estos le rogaron que escuchara.

—¿Y si cada mentira me hiciera sordo?

—No vengo a perturbar su silencio, pero si a buscar solución —tomó la palabra el anciano—. Ser sabio se obtiene por la experiencia, pero ser humano viene de la bondad.

—¿Me llama grosero?

—No me oso en criticar, majestad. Vengo de muy lejos para la solución de la emperatriz y no quisiera interrumpir su dolor. Sé que la pondrá a su lado en el trono otra vez.

—¡Dime, buen sabio! No quiero perder tiempo que muy poco le queda a mi preciada.

—La pluma de un ave.

El emperador soltó una carcajada.

—¿Mi mujer depende de una simple ave? ¿Se ha vuelto loco?

—No lo bastante para ser ingenuo. La ave que hablo es el fenghuang. ¿Prefiere perder tiempo con su risa? Su esposa puede morir en el próximo cenit. Cuando el sol esté en lo alto.

Las palabras callaron al hombre y no perdió tiempo en mandar el recado a todos los hombres de su pueblo. Las puertas del palacio se volvieron a abrir ante la gente que se presentó. Una poca estaba temerosa de la empresa. Otra, no quería separarse de su familia y la última no creía en tales cuentos.

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