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– ¿De verdad piensas unirte a ese lugar lleno de monstruos? ¿has visto cómo es la gente que hay ahí? – exclamaba enojada la madre de Viktor, en un exagerado tono de preocupación.

– Madre, ¿te estás escuchando a ti misma? Acabas de llamar monstruos a unas personas porque su apariencia no es como la tuya – intentaba hacer entrar en razón a su progenitora, al mismo tiempo que continuaba metiendo ropa a la pequeña maleta vieja que había encontrado en el almacén.

A decir verdad, su familia no solía viajar seguido, y cuando lo hacían, llevaban sus pertenencias en grandes cofres o maletas enormes que no podía cargar con él.

– ¿Has pensado en lo que va a decir la gente de ti? ¡Vamos a ser la burla de la ciudad! – se acercó hasta la cama, comenzando a sacar de la maleta la ropa que el hombre había guardado anteriormente.

– ¿Qué mierda haces? – exclamó enojado, apartando la maleta y metiendo nuevamente las cosas que ella había sacado, cerrándola con brusquedad. Si no le dejaba guardar más cosas, entonces no lo haría - ¿Acaso lo único que te importa es qué coño va a decir la gente de ti? – sus palabras ahora salían con rabia, expulsando todo lo que desde pequeño se había guardado para él – lo único que te ha importado toda la vida es lo que va a pensar la gente – la última frase salió con toda la rabia contenida, haciendo que incluso sus ojos se llenaran de lágrimas, dándose la vuelta con la maleta en la mano y comenzando a retirarse.

No le daría el gusto de verle llorar, no ahora que finalmente sentía que estaba haciendo algo bien. Al llegar a la puerta principal, se dio la vuelta antes de abrir, observando por última vez aquel gran palacio que tantos malos momentos le había hecho pasar.

Girando la cabeza un poco más, conectó con los ojos de su padre, que le miraban con decepción, una decepción fría, sin nada de tristeza en ellos. Era como si nunca hubiera esperado nada de él, como si toda la vida hubiera esperado ese momento.

Aquello le rompió el corazón aún más. Le dolía pensar que su familia nunca tuvo fe en él, a pesar de todos los esfuerzos que hizo siempre para complacerle.

– ¡Viktor, por favor, piénsalo un poco más! – la voz de su madre fue lo que necesitó para darse finalmente la vuelta y abrir la puerta, sin embargo, el agarre en su muñeca le detuvo antes de dar el primer paso fuera de la casa.

– ¿Qué quieres que piense? – le miró enojado – desde pequeño me has obligado a hacer todo lo que tú dices, a abandonar lo que me gustaba para seguir lo que tú creías que a la gente le gustaría más – sus ojos se llenaban de lágrimas nuevamente – nunca te he interesado yo, ni siquiera ahora. Me detienes porque tienes miedo de que la gente deje de quererte a ti, no porque tengas miedo de perderme – y con esa última frase, se dio la vuelta, dejando a su madre sin palabras.

Siempre logró tenerlo controlado, es por ello que no supo reaccionar cuando por fin le hizo frente.

Se sentía libre, respirando el aire fresco de la noche mientras caminaba limpiando algunos restos de lágrimas de sus mejillas. No lloraba por haber abandonado su hogar, lloraba por lo agradable que se sentía la libertad, por los años que se perdió de aquella sensación únicamente por complacer a personas que nunca estarían satisfechas.

Llegó a la entrada de la carpa y, liberando un pesado suspiro y esbozando una ligera sonrisa, ingresó.

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Los primeros días fueron difíciles, no podía dejar de sentir que las miradas de los demás miembros del circo le juzgaban, a pesar de que no era así.

Es verdad que le miraban con curiosidad, pues nunca antes habían tenido en el circo a alguien como él, alguien que lucía tan elegante, normal. Horacio les había hablado ya un poco de él, pues quería que le reciban de la mejor manera y sabía que ellos solían tener algo de negativa ante la gente "normal".

Tras ver al de cresta tan emocionado, decidieron darle una oportunidad.

– ¿Aún no te decides? – habló el de cresta, mientras el ruso observaba los ensayos de los demás.

– No lo sé, quizá debería simplemente ayudar con las cuentas o algo así – suspiró – tomé varios cursos de negocios para administrar la empresa familiar.

– Sabes que eso no es lo que quieres – sonrió – anhelas el escenario tanto como los demás. Puedes ayudarnos con las cuentas, si así lo deseas, pero piénsalo, por favor.

– No creo tener ningún talento – bajó la mirada.

– No estés tan seguro de eso – posó una mano sobre su hombro, en señal de apoyo.

El más alto le sonrió, agradeciendo sus palabras. Tal vez no lo sabía, pero tenían más poder de lo que pensaba. Ahora entendía cómo es que logró motivar a los demás para no avergonzarse de sus peculiaridades, y el por qué lo querían tanto.

Los días siguientes los utilizó para idear diferentes presentaciones, pero ninguna le terminaba de convencer. Había pedido a los demás que le ayudasen a practicar una parte de cada una de sus presentaciones, intentando encontrar alguna en la que encajara.

Horacio había visto desde lejos cómo probaba cada show, sonriendo de lado al verlo dudando en cada ocasión. Aún no se lo decía, pero tenía el perfecto para él.

Llevaba ya unos meses practicando una función y tratando de encontrar al compañero ideal, sin embargo, aún no lo lograba. Desde la primera vez que sus ojos conectaron con los grises, supo que estaba ahí.

Reconocería aquellos ojos en cualquier lugar. Tal vez el ruso no lo recordaba, pero él sí lo hacía. Es por eso que le dolió encontrar en su mirada el mismo dolor que alguna vez él tuvo en la suya.

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– ¿Por qué sigues viniendo? ¿No has entendido aún que no perteneces aquí? – preguntaba en un tono de malicia, mientras se plantaba frente al moreno intimidante.

Horacio no pudo responder, únicamente fue capaz de dar algunos pasos hacia atrás, intentando aguantar las lágrimas que comenzaban a acumularse en sus ojos.

No era la primera vez que le pasaba desde que había comenzado a asistir a clases de actuación, pero se había propuesto a sí mismo no dejar que aquellos niños le impidan cumplir su sueño.

– ¿No vas a responder? – su voz comenzaba a sonar frustrada, y eso lo hacía más intimidante – ¿acaso aparte de raro eres mudo? – no pudo contener más las lágrimas, comenzando a sentir cómo se deslizaban por sus mejillas.

– Ya se va a poner a llorar – una voz diferente se unió, acercándose y poniéndose de pie junto a él.

– ¿Qué hacen? – una tercera voz, más calmada y sutil.

– Sólo estamos jugando – respondió el primer niño, retrocediendo un poco.

– Vámonos – habló el segundo niño, jalando al primero y apartándolo del lugar.

El ruso era prácticamente intocable, sus padres eran los dueños del colegio, así que todos evitaban tener algún problema con él.

– ¿Estás bien? – preguntó el de ojos grises al moreno, mirando hacia el lado contrario.

– Sí, gracias – respondió más tranquilo, limpiando los rastros de lágrimas de su rostro, intentando ver quién era el otro niño.

– Bueno, me tengo que ir – una sonrisa tímida decoró sus labios – mi clase comienza en unos minutos – le miró rápidamente, realizando un asentimiento de cabeza como despedida, para bajar la vista de nuevo y continuar su camino.

Sin embargo, aquello fue suficiente para que lograra apreciar los tímidos ojos grises. Nunca los olvidaría, pues después de la intervención del peligris, aquellos niños no lo habían molestado de nuevo.

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Esta historia será cortita <3 la estoy subiendo a twitter y decidí subirla por acá también. Ya estaba planeada para ser súper corta, y con eso me refiero a que el próximo capítulo será probablemente el último jsjsjs.

Aún así, espero que lo disfruten y les guste <3 gracias por leer. 

Showtime || VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora