Showtime || Volkacio

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El espectáculo había llegado hacía poco a la ciudad, pero ya todos hablaban de él. Era algo diferente a lo que todos estaban acostumbrados a ver, aquellas películas y obras de teatro llenas de gente llenando estereotipos, creando una imagen de lo perfecto y de lo bello.

En ese lugar todo era diferente, personas de todas las formas, de todos los tamaños y con aspectos y habilidades únicas, que hacían a cada uno de ellos más especial. Eso era lo que inspiraba a Horacio, el presentador, a reunirlos y a cuidarlos a todos.

Él también había sido rechazado en su momento por ser diferente, por no actuar según los estándares y por siempre querer salir del molde. Su sueño siempre fue salir en un teatro, siendo rechazado de múltiples audiciones porque su aspecto no encajaba con lo que nadie buscaba.

Aquella cresta era el motivo de burlas y rechazos, el delineado en sus ojos atraía las miradas decepcionadas de los demás, el bicolor en sus ojos lo hacía objeto de risas y el tinte en su cabello le robaba las oportunidades, pero no estaba dispuesto a cambiar. No estaba dispuesto a aceptar que la sociedad lo meta dentro del mismo molde.

Es así como decidió innovar. Si lo rechazaban por ser diferente, entonces él crearía un lugar para personas diferentes. No aceptaría que rechazaran a las personas por su apariencia, por no encajar. Si le negaban las oportunidades, entonces generaría sus propias oportunidades.

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Para Viktor todo en su vida había sido diferente. Nació en una familia privilegiada, de las más reconocidas en la ciudad, los Volkov eran dueños de la mayoría de los teatros y socios de muchas empresas. Además, también eran conocidos por su belleza y su elegancia.

Desde pequeño, comenzó a tomar clases de actuación, sin embargo, sentía que no era lo suyo. A su parecer, su vida era aburrida, sin embargo, con el pasar de los años comenzó a aceptar que era su destino. Cuando creció, dejó la actuación de lado y se dedicó únicamente a los negocios y el manejo de los teatros y acciones de su familia.

Se enteró del espectáculo mediante uno de los volantes que inundaban la ciudad. No había pasado desapercibido para él todos los rumores sobre aquel circo, por lo que, intrigado, decidió asistir a una de las funciones.

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El show estaba a punto de comenzar. Las luces se apagaron, comenzando a encenderse nuevamente de forma lenta, causando intriga en todos aquellos presentes en las butacas. La silueta del presentador comenzaba a dispersarse, exponiendo a la perfección cada uno de sus rasgos.

Tenía los ojos cerrados y una postura elegante, con una de sus manos sosteniendo el sombrero y otra sosteniendo un bastón rojo, decorado con una cinta dorada que combinaba a la perfección con su atuendo: una gabardina roja con botones dorados y solapas negras, utilizando una camisa blanca y un moño negro debajo de ella, junto con un sombrero decorado del mismo estilo del bastón.

El ruso se cuestionó por un momento qué había de especial en aquel presentador. A simple vista, no tenía nada diferente, sin embargo, no podía evitar delinear con sus ojos la forma tan perfecta que el iluminador en sus pómulos reflejaba la luz que le apuntaba.

Se enderezó, quedando de frente al público y abriendo suavemente los ojos, dejando a relucir sus bicolores y obteniendo más de una mirada asombrada del público. Mientras tanto, el ruso había quedado embelesado con la forma tan perfecta en la que aquellos irises de diferente color reflejaban la luz, cada uno a su manera.

Eran los ojos más hermosos que había visto en toda su vida, unos ojos diferentes, especiales. Como si aquello no hubiera sido suficiente, el presentador sonrió de lado, retirándose enseguida el sombrero e inclinando su cuerpo hacia adelante, con el accesorio en su mano.