Lo Brillante que nunca adornó a lo Negro

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Era de noche y el silencio era lo único que se escuchaba, sus pensamientos haciendo eco en un rincón que, extrañamente, no había escondido de la forma en que deseaba. Pero toda esa oscuridad le daba miedo ¿Por qué siquiera le daba miedo? No tenía una razón, y tan solo podía abrazar sus dos piernas con temor a que la luz llegara a sus pies y quemara. Nada en su cabeza tenía sentido, era todo tan confuso. Estaba todo tan confuso. Y aún así sonreía. Porque sonreír fue lo único que le enseñaron. 

Sus manos alcanzaron el pedazo de tela que yacía tirado y sucio en el piso, sus delicados dedos sintiendo la suave tela debajo de estos. Pero estaba sucio. Su corazón se volvió a romper, en millones de pedacitos, cada uno albergando toda una historia, eran como fragmentos de sus recuerdos. Esos feos recuerdos de aquellos tiempos. El blanco de la tela se había marchito, dando espacio a solo un miserable pedazo de tela. 

 Sus mismas manos volvieron a tirar la tela al piso, al mismo tiempo que sus pies la pizaban, como si de verdad no tuviera algún valor. Era cierto, al final del día era verdad. No contenía ningún valor ¿De qué servía? Absolutamente para nada. Era un feo pedazo de tela, ni siquiera estaba completo. Entonces, se atrevía a preguntar ¿De que servía? Claro que en sus ojos esto no era algo estimable, bien sabía que su valor había sido olvidado desde hace miles de años. Y el solo pensar que algo como este trapo sucio contenía algún valor le causaba náuseas. 

Sin importar todos esos despiadados pensamientos que tenía, la luz seguía su camino a sus pies. Asustándose, tomo sus piernas con más fuerza y se arrinconó aún más. La luz quemaba.

Dolía,

dolía,

dolía,

dolía,

dolía,

¿Por qué no dejaba de doler? Era tan doloroso. La opresión que sentía en su pecho no se iba, y le lastimaba, sentía que en cualquier momento soltaría sus lágrimas. Eso no estaba bien, nada de esto estaba bien. Pero ¿por qué se sentía correcto? En su mente todo era tan sombrío, pero la luz que amenazaba con alcanzarle no permitía que toda la inmundicia que pensaba se esparciera como gotas de lluvia por cada pasillo de su cerebro. 

No cabía duda de que esa misma oscuridad lo atormentaba, sin embargo, la luz parecía afectarle más. Sin querer, sus ojos se volvieron a posar sobre la tela que antes había machucado. Ahora estaba limpia ¿Cómo era eso? Si hace unos segundos la ensució aún más con sus pies, haciendola añicos ¿Por qué ahora, cuando la luz emergió de las sombras, por qué estaba limpia de nuevo? No había ni una pizca de sentido en eso. Pero sus ojos no dejaban de ver la ahora blanca tela. Y quizá, tan sólo una mínima cantidad de tiempo, un destello de algo brillante apareció en la esquina de sus ojos.  

Dolores Donde viven las historias. Descúbrelo ahora