El Mercado Del Pueblo

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Después de la muerte de su abuelo, María y su familia fueron a vivir a un pueblo en el sur, tal y como había soñado su abuela toda la vida.

Al ser un lugar tan pequeño, todos se conocen entre sí, y pasado el tiempo, no era raro ver a María todas las mañanas dirigiéndose al mercado, seguida de un gato.

Ese gato era como la marca personal de María, donde estaba ella, estaba el gato.

― ¡Buenos días don Ramón!― Saludó con un movimiento de cabeza al hombre que se sentaba en una esquina de la cuadra, cuidando de su pequeño restaurante.

― Buenos días niña.

Así que, mientras caminaba, María miraba la panadería que recién sacaba pasteles del horno, después vio a las mujeres barrer el andén que estaba al frente, saludaba a todo aquel que reconociera, claro está, que si no fuera por sus gafas, no lograría ver a nadie.

― Camina más rápido, a este paso, la leche recién ordeñada de las vacas de don Pedro se enfriara.― Suspiró con cansancio mientras miraba a su compañero.

En cierto modo, nadie podría imaginar la razón por la que ese gato siempre estaba con María.

― ¿Quién se quedó dormido con las ovejas?  Por buscarte, nos agarró la tarde para recoger la leche de vaca.― Aceleró el paso, mirando las calles.

Después de todo, siempre es bueno tener una compañía para charlar  ¿Verdad?

― Oye, tú fuiste quien no me dejo entrar a la habitación, estaba haciendo mucho frio, así que no me culpes por intentar no morirme de hipotermia.― Se defendió, saltando alto para aferrarse a los hombros de María, y de paso, enterrarle las uñas.

― ¡Auch! ¡Te he dicho muchas veces que me avises cuando hagas eso!― Gruñó.

El gato que ahora estaba recostado en sus hombros ignoro el reclamo de su dueña, aun tenia sueño, así que se acomodó mejor para dormir.― Tienes que acostumbrarte, tu nunca me avisas cuando saltas sobre mí para abrazarme como si fuera un peluche.

―...Eres un gato, es obvio que siempre te voy a abrazar como si fueras un peluche.―Respondió.

― Si, si, lo que sea, camina más rápido, tengo hambre.

― No soy tu esclava.

― Claro que lo eres ¿Nunca has escuchado que los gatos somos los dueños de todo?

― Hay una clara excepción, eso aplica solo para los gatos callejeros, porque tú, eres un gato mimado que se la pasa durmiendo.― Se detuvo en un semáforo bastante viejo, miro a su derecha y notó a una mujer.― Buenos días doña Ofelia.

― Hola María ¿Cómo amaneciste?

― Muy bien, gracias ¿Y usted? ¿Cómo siguió su hija?― Sonrió por cortesía.

― Ay muy bien, dale las gracias y mis saludos a tu abuela, ese remedio que me recomendó le ha hecho mucho provecho a mi hija.― La mujer con exceso de maquillaje sonrió mostrando los dientes manchados de labial.

― Con mucho gusto doña Ofelia.― El semáforo cambio de color.― Hasta luego.

― ¡Hasta luego María!

Siguió caminando, ya casi llegarían al mercado, y después de terminar su mandado, irían con don Pedro para recoger la leche de vaca.

― Las mascotas se parecen a sus dueños.― Siguió la conversación.

― ¿Ahora eres una mascota? Hace un momento dijiste que yo era tu esclava.

―Tsk tsk, detalles María, detalles.― Guardó silencio un momento.― ¿Por qué sigues saludando a esa señora? Siempre que salgo de noche la escucho hablando pestes de tu abuela.― Apoyó su barbilla en el hombro de María.

𝑳𝒂 𝑵𝒊𝒏̃𝒂 𝒅𝒆 𝑮𝒂𝒇𝒂𝒔 𝒚 𝒆𝒍 𝑮𝒂𝒕𝒐 𝑮𝒓𝒊𝒔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora